Maya tomo como buen presagio el olor a café recién hecho; tal vez ese año fuera diferente.
Ella sabía que tenía que levantarse, pero no quería dejar su cama, su cálido nido que la protegía del exterior. No fue hasta el tercer grito de su padre que comprendió que realmente tenía que levantarse. Los primeros días de clases no eran algo que disfrutara; amaba quedarse en casa, algo no muy recurrente a los 16 años. Maya había pasado el verano completando su álbum de recortes y terminando maratones de películas. Eso era todo lo que necesitaba; pensar en tener que exponerse a tareas, burlas y comida de la cafetería era un acto de crueldad.
Se sentó en la mesa de la cocina. En la silla de enfrente se encontraba su padre, con el periódico en una mano y su típico café en la otra.
—Buenos días, cariño —dijo él cuando entró a la cocina—. Otro año... vaya, cómo pasa el tiempo.
—Qué emocionante —respondió ella sarcásticamente—, necesito cafeína para sobrellevarlo —Maya acercó su taza a la cafetera humeante—. ¿Tienes turno hoy?
—Solo unas cuantas consultas en la mañana —dijo él animado, dejando su maletín sobre la mesa—. Cuando vuelvas a casa cansada de ser una adolescente sin responsabilidades, podremos acabar de ver la serie que teníamos en la lista.
Maya rodó los ojos.
—En ese caso pasaré a comprar algo de comer de camino a casa —comentó después de tomar un sorbo de café; el líquido caliente pasó por su garganta como almíbar—. Creo que el día está para comida china —dijo mirando hacia la ventana que daba a la avenida. El sol estaba en lo alto, pero unas cuantas nubes no dejaban que brillara por completo.
La animaba la idea de comprar comida afuera; ella solía cocinar la mayoría de los días. Nunca fue una obligación, pero cada día Maya veía llegar a su padre tan cansado que sus ojos solían cerrarse mientras preparaba la cena, por lo que se propuso ayudarlo. Cocinar se le daba con facilidad y hasta lo disfrutaba, pero hoy estaba segura de que no iba a llegar a casa con tanta energía.
—Mejor pizza —dijo su padre.
—Hoy se acaba mi felicidad —acotó ella de forma exagerada—. Tienes que ser un padre comprensivo y dejarme escoger.
—Buen argumento —bromeó él, haciendo una mueca y mirando la hora en su reloj de muñeca—. Ya debería irme. ¿Segura de que estarás bien?
—Claro que sí —respondió Maya, dejando su taza sobre la mesa e intentando no mirarlo fijamente—. Tal vez este año decida hacerme un tatuaje. ¿Quién sabe?
Su padre meneó la cabeza con diversión.
—Qué bueno que tengo un buen amigo en la sección de rayos láser dentro del hospital —explicó él, acercándose a Maya y plantándole un beso en la cabeza—. Sabes que remover tinta de la piel es como miles de cuchillos atravesando...
—Ok, entendí —lo interrumpió Maya, levantando las manos—. ¡Buena suerte! ¡No mates a nadie!
Antes de que él saliera por la puerta, tomó unos pares de guantes que había en la mesita del pasillo y se los lanzó a Maya en la cabeza.
—Tampoco mates a nadie —respondió él jovialmente—. Te quiero.
Maya le echó una mirada a los guantes y suspiró. Otro año en la escuela significaba volver a tener que usar los guantes prácticamente todo el día. De vez en cuando miraba a sus manos ocultas y ni siquiera recordaba el color con el que había pintado sus uñas. Todo culpa de las malditas gemas.
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Genesis
FantasyEn la hermosa y ruidosa ciudad de New York, Maya nació con un gran secreto que le impide vivir con normalidad, eso la hace especial y por lo mismo, peligrosa. A pesar de su inexplicable mala suerte, Maya tiene una vida relativamente tranquila con su...