Capitulo IV

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La primera semana de clases terminó con el perfecto broche de oro: Una visita a la enfermería.

Durante las clases de deporte Maya se pasaba las dos horas en las gradas y si tenía suerte, el entrenador no le hacía recoger las pelotas o contar los puntos de los equipos. Mientras el resto de la clase jugaba un partido de basquetball, Maya intentaba concentrarse en el libro estirado en sus piernas, los gritos y peleas que se generaban los equipos dificulta avanzar en la historia. Cuando uno de sus compañeros intentó derribar a otro, el entrenador chilló tan fuerte que el libro rodo de las gradas hacia abajo. De mala gana Maya se pudo de pie, al bajar los peldaños creyó escuchar cómo sus músculos se quejaban, sin duda tendría que hacer más ejercicio.

Cuando llegó a la cancha el libro seguía intacto, lo levantó y no se sorprendió al ver la mancha blanca en el piso delante de ella. Debería haberlo hecho, alguien gritó a lo lejos.

Maya lo vio venir, pero era muy tarde para poder reaccionar, inesperadamente no sintió dolor cuando la pelota se estrelló en su cara y un líquido rojo y caliente llegó a sus labios. Maya creyo ver el rostro del chico misterioso antes de que todo se volviera negro.

《♡》

Y así fue como Maya terminó caminando hacia la enfermería con una toalla con fluidos sin identificar sobre su nariz, que ya tenía el tamaño de una pelota de golf y aun no dejaba de sangrar. El golpe fue doloroso pero al menos no se había desmayado —algo que debido a sus facultades, no se podía permitir— y al parecer tampoco se había roto la nariz, lo que también era alentador.

En medio de su vergonzosa y sangrienta caminata, recordó el consejo de su padre de tirar la cabeza hacia atrás para detener una hemorragia. A pesar de no poder ver nada aparte de los tubos de luz en el techo, había logrado llegar a la puerta de la pequeña enfermería, tocó a la puerta una vez y luego otra, sin respuesta. Maya pensó que tal vez la vieja enfermera se había quedado dormida, no fue hasta el tercer golpe que alguien se dignó a abrir.

     —¡uch! –gruñó una voz masculina con asco—, ¿Estás bien?

Con su cabeza hacia atrás y la toalla sangrienta, Maya no pudo identificar a quien tenía al frente, pero de seguro que no era la señora Gina. El joven noto su situación y guió al interior de la enfermería.

     —Gracias —musito maya e intentó enderezar la cabeza.

Cuando su cuello volvió a la posición normal y pudo mirar a quien estaba al frente de ella.

      —Agh —gruñó con pesadez—, no tu.

     —¿Chica guante? —preguntó Travis y negó con la cabeza, divertido—, me estaba empezando a preguntar quién ocuparía guantes a las dos de la tarde. —dijo dándole una mirada no muy halagadora a sus guantes antes blancos, llenos de manchas de sangre—, esto es el destino.

     —No vuelvas a meter a tu destino con el mío —aclaro Maya.

De la repisa a su lado, sacó un montón de servilletas y las cambió por la toalla, dejándola caer al suelo sin cuidado.

Travis era lo más cercano al estereotipo del chico popular que viene de una familia de personas populares. Su padre, Jeremy, era un ex estudiante que se había vuelto conocido por ser el dueño de una cadena de gimnasios a través del país, según lo que Maya había escuchado, era un hombre respetable que se codeaba con todo tipo de celebridades cuando pisaban New york. No era ningún secreto que Travis ansiaba seguir sus pasos, por eso mismo ocupaba las ventajas que le traía tener dinero y carisma.

     —Chistosa —musito Travis y pasó las manos por su oscuro cabello— ¿Qué te ocurrió en la cara? —pregunto, pero antes de que maya pudiera abrir la boca él siguió hablando— ¡espera! ¿No me digas que confirmaste ese rumor de que cuando te sacas los guantes pierdes la cordura... ¡y me lo perdí!?

GenesisWhere stories live. Discover now