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Tomé el sostén de la taza para llevar aquella hasta mis labios saboreando el café americano que Yugyeom me había traído después de que había llegado a la oficina

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Tomé el sostén de la taza para llevar aquella hasta mis labios saboreando el café americano que Yugyeom me había traído después de que había llegado a la oficina. Esta ya estaba en sus últimas por lo cual solo finalicé con las últimas gotas que tenía. Revisaba las últimas cuentas de la semana mientras subrayaba lo más importante que el jefe necesitaría para esos días. Como siempre, me apresuraba en terminar mi trabajo para evitar llenarme en una forma innecesaria de tanto trabajo. Aunque había descansado bien la noche anterior, debía acabarlo si quería continuar de esa misma manera lo que restaba de la semana. Era jueves, casi fin de semana. Aparte que quizás podría tener trabajo para los dos supuestos días de recuperación total de lo que era mi oficina. No podía mentir, apesar de que fuesen los últimos días de la semana y pesados, seguía apoderándose de mí una energía que ni yo misma lograba controlar en ocasiones. 

Todo desde que había soltado la verdad a HyunJung.

Recuerdo haber leído en esas revistas en línea, que de alguna forma el soltar tus problemas a alguien más, te mejoraba por mucho. Al ser seres sociales, necesitábamos una luz más allá de la nuestra para poder encendernos con decencia y la elegancia que podíamos deslumbrar. Yo tenía a las mías. Que aunque una de ellas no sabía nada, seguía siendo parte de mi proceso para seguir mejorando día con día. Sin duda, contar con alguien más para mi plan como lo llamaba, había mejorado no solo mi decadencia, también mi pasión había aumentado y las ganas de hacer algo justo detrás de estas cuatro paredes tan asfixiantes.

—¿Qué te hiciste? Te ves más reluciente.

—Es como si fueras otra. Bienvenida de vuelta, DoHee.

Eran los halagos que había recibido a lo largo de la semana desde que mi claro cambio tras dejar la ansiedad de todo. No podía dejar atrás el hecho de que un alma se había ido injustamente de nuestros lados. Eso siempre quedaría marcado en mi. Solo que al haberlo enfrentado y estado detrás de la investigación del caso, nos acercábamos cada vez al veredicto final.

Después del día del funeral de la señora Lim, todo había vuelto un poco a la normalidad entre los del edificio. Claro, cada cierto tiempo oraban porque el alma de la señora más amable de entre nosotros descansara en paz, además de la ayuda que ofrecían a su esposo —ahora viudo— para lo que fuera. Jaebeom al principio había sido un tanto necio en ese aspecto. Odiaba recibir ofrendas o lastimas según el. Nadie podía evitar que ese fuera el sentimiento que dejaría en él tras la muerte de quien le había dado el poder de estar ahí, presente y vivo. Con el tiempo, el hijo único del matrimonio lo fue aceptando. Hasta ahora, se había vuelto cercano al resto de los que eran conocidos de su madre, envolviéndose en ese círculo el cual había ido mejorándolo poco a poco de la depresión que estaba manejando. Sabían que no sería difícil el poder ofrecer de su parte para salir adelante, pero nunca era imposible.

Relativamente, todo había mejorado por mucho en todas estas semanas del proceso.

Y eso me aterraba por las noches. Trataba de ignorar el como mi cabeza intentaba crearse falsas situaciones para atormentarme y dejarme caer. No podía resbalar un solo pie del gran camino que ya estaba formado. Mi tacón tropezaría y podría quebrar el balance perfecto que llevaba empleando desde el día uno. No podía olvidar el día de mi renacimiento.

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