CAPÍTULO 8

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BEATRIZ MENDOZA
CAPÍTULO 8

Mientras estaban hablando de negocios, perdió de vista a su esposo. Estaba entrando a la oficina de don Hermes a buscar unos papeles cuando se dieron cuenta de que él los estaba esperando con un retrato de ella en sus manos.

Armando: —Muy bonita su hija don Hermes, lástima que sea muy mentirosa.

Betty: —Luego te explico, pero este no es el lugar ni el momento.

Armando: —De todas maneras ya es hora de irnos, quédese tranquilo don Hermes, en unas horas estamos en su casa.

Los sentimientos de Armando todavía eran confusos, amaba a su esposa, pero se sentía engañado.

El camino de salida de la empresa se le hizo larguísimo, solo su marido la había descubierto, pero ella se sentía agobiada, como se sentiría si todo el mundo la hubiera descubierto .

Armando: —Necesitamos un lugar tranquilo y discreto donde podamos hablar.

Betty: —Conozco el lugar perfecto.

Lo llevó a la playa, caminaron y se sentaron del otro lado de las dunas, esas que hacían  que la playa fuera de difícil acceso y que los ocultaba de la vista de todos los que pudieran pasar por la calle.

Betty —Aquí podemos hablar tranquilos.

Armando: ¿Por qué Beatriz? ¿Por qué me mentiste durante tantos años?

Betty: Yo no te quise mentir, simplemente quise dejar mi vida atrás, pero hay algo que sí es verdad, y es que te amo. —Lo besa. —Te amo Armando.

Armando: —Te amo más que a mi vida y tengo mucho miedo a perderte, tengo pánico a que estos desgraciados te hagan daño.

Betty: —Jamás me vas a perder, y quédate tranquilo, ya no me pueden hacer más daño, ellos creen que estoy muerta.

Armando —Siento que eres una extraña, siento que no te conozco.

Betty: —Me presento, soy, o mejor dicho, era Beatriz Pinzón Solano, en la actualidad tengo otra identidad, soy Beatriz Mendoza, pero me dicen Betty. Tengo una hija preciosa y estoy casada con el amor de mi vida. —Suspira  —Entiendo que no me creas, pero sé que me amas y lo vamos a superar.

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Mientras nuestros tortolitos intentaban superar sus diferencias, en Bogotá, se estaba por desatar un desastre, provocado por la envidia.

Marcela llegó muy contenta esa mañana, su marido de a poco se comportaba mejor. Hacía años que no comprobaba una infidelidad, aunque su intuición le decía otra cosa, sabía que de haberlas no eran importantes. Él, siempre volvía a ella.
Aunque salió con su hermano, volvió temprano a casa y hasta hicieron el amor. Muy temprano fue a la ginecóloga y le dio la noticia más maravillosa: iba a tener un hijo. Ese mismo día se lo contaría a su marido, pero la maldad y la envidia estaban a punto de destruir su felicidad.

Patricia entró a su oficina sin golpear.

Patricia: —Marce, necesito hablar contigo.
Marcela: —Buenos días, ¿Cómo estás amiga? Bien, gracias, y si hubieses tocado la puerta habría estado de maravillas.
Patricia: —Tengo que hablar algo serio contigo. —Suspira. —¡Ay Marce! Cómo soy tu amiga te voy a ser sincera. Ayer fui a una taberna y tú marido intentó seducirme, por supuesto yo me negué.
Marcela: ¿Qué? ¿Cómo es eso de que Mario te coqueteó?
Patricia: —Es que no sólo me coqueteó, me propuso que me acostara con él. Me propuso ir a un hotel cinco estrellas para pasarlo rico. Si tú supieras lo incómoda que me sentí, me trató como a una cualquiera.
Marcela: —Maldito, Mario Calderón. —con una lágrima en la mejilla. —Esta me las paga, porque yo sí tengo dignidad.
Patricia: —Y no sólo eso, me dijo que su matrimonio ya no funcionaba, que yo le gustaba mucho. ¿Pero de qué te sorprendes, si siempre te metió los cachos?
Marcela: —Él sabía que no le iba a perdonar que me fuera infiel con alguien de la empresa y mucho menos con mi mejor amiga, esta vez, sí que se terminó para siempre.

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