Epílogo

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DIEZ MESES DESPUÉS

BEOMGYU

Subo cansado las escaleras del apartamento. Es muy tarde en la noche del segundo día de Navidad y llevo tantas horas de servicio que hasta mis huesos están cansados. Sin embargo, no puedo evitar que me suba el ánimo. Siempre está ahí, ese calor y esa felicidad cuando sé que voy a ver a Jun. Sonrío ante la puerta principal pintada de azul marino, contento de que nadie pueda verme haciendo el idiota, pero ésta es nuestra casa. Nuestro hogar. Me mudé al piso de Jun al mes de salir juntos y nunca hemos mirado atrás.

Me encanta vivir con él. Además de ser mi mejor amigo, es el mejor amante que he tenido, pero no es sólo eso. Es la preocupación que muestra por mi bienestar, la forma en que cuida de mí. Incluso sus rarezas son entrañables. La forma en que todo tiene que estar en orden, la forma en que cuida de sus posesiones y ahora también de las mías.

Todo forma parte de su forma de amar. Cuidadosa y tranquilamente alegre.

A veces me sigue doliendo el modo en que se asusta cuando le digo que le quiero. Como si no pudiera creérselo. Pero me he prometido que se tomará ese amor con la misma naturalidad con la que una vez se tomó nuestra amistad. Lo conseguiré. Cada día se asienta más.

Introduzco la llave en la cerradura. Antes no me importaba trabajar en Navidad, pero eso era antes de tener a alguien esperándome en casa.

Tenía tantas ganas de darle su primera Navidad juntos y crear algunas de nuestras propias tradiciones, pero no pudo ser. Una virulenta enfermedad hizo que llamaran a todo el mundo, así que trabajé el día de Navidad, dormí unas horas en el hospital y trabajé también el segundo día de Navidad.

Jun había dicho que estaba bien, despidiéndome con un cálido beso y un abrazo y prometiendo verme cuando terminara. Seguí sintiéndome fatal hasta que abrí la mochila durante el descanso y encontré un recipiente lleno de sus pasteles de carne caseros y un pequeño regalo envuelto que resultó ser un iPod en el que había puesto una lista de reproducción que había hecho para mí. Era un poco como cuando éramos niños y hacíamos CD's el uno para el otro. Fue tan él y yo que me animé durante todo mi turno, que no es poco teniendo en cuenta que la mayor parte de Londres parecía estar vomitando en un momento dado.

Sin embargo, sigo siendo dolorosamente consciente de que probablemente le he arruinado la Navidad. Es muy tarde y ya estará dormido. Se me revuelve el estómago al pensar en los ya desaparecidos pasteles de carne picada, pero ya estoy demasiado cansado para cocinar. Voy a meterme en la cama con él.

Abro la puerta y me detengo. En lugar de estar a oscuras, como había previsto, el piso está cálidamente iluminado y el fuego arde en la rejilla, mientras se oyen ruidos estridentes en la cocina. El enorme árbol de Navidad de la esquina de la habitación que compramos en un centro de jardinería y por el que se quejó todo el camino de vuelta a casa está resplandeciente de luces de hadas, y Wham está cantando 'Last Christmas'.

Olfateo hambriento los deliciosos olores que salen de la cocina, y en ese momento cesa el estruendo y él aparece en la puerta. Lo veo hambriento con un pantalón de pijama de cuadros rojos y negros y una camiseta negra que se ciñe amorosamente a las líneas duras y largas de su torso. Lleva un gorro de Papá Noel con un pompón blanco que se balancea alegremente y llama la atención sobre las afiladas líneas de su mandíbula.

—Beomgyu, —dice con una sonrisa.

—¿Qué está pasando? —Respiro.

Sonríe. —Es la mañana de Navidad.

Arrugo la nariz. —Es la noche del segundo día de Navidad, nene. ¿Has estado de nuevo con el Advocaat?

Se ríe y me atrae hacia sí. —No, maldición, no lo he hecho. —Me besa profundamente, enredando su lengua con la mía, y yo emito un leve sonido de protesta cuando se retira—. Es Navidad para nosotros.

—¿Qué?

Asiente con determinación. —No podíamos tenerlo ese día, así que lo he retrasado. Te vas a duchar, te vas a poner el pijama y luego vamos a desayunar y a abrir los regalos. —Me guiña un ojo—. Después probablemente te abriré a ti y podremos empezar la fiesta de verdad.

—¿Te ha funcionado alguna vez esa frase? —pregunto con simpatía. Se ríe y me empuja suavemente. —Nunca. No es que me moleste.

Tengo al mejor hombre que podría tener. Debí de ser suave en algún momento.

—Cariño, me declaraste tu amor después de llevarme a tres citas destinadas a otro hombre.

—Jamás podré vivir sin eso, ¿verdad? —dice con una voz afligida que se ve empañada por el brillo de sus ojos.

Le doy un beso en la mejilla. —Nop, —le digo alegremente—. Me gusta contar la historia de tu primer gesto romántico exagerado. Nadie ha tenido un comienzo como el nuestro. Somos únicos.

—Sin duda somos algo, —dice secamente, y luego se incorpora—.De todas formas, el romanticismo está en el ojo del que mira, —dice con altivez. Me rio y él me dedica una sonrisa tímida y repentina que aún parece inexperta, y de repente recuerdo aquel día de hace tanto tiempo en Matemáticas en el que me senté junto a un chico tímido con el pelo alborotado y unos ojos azules inquietos y me enamoré.

—¿Te parece bien? —pregunta—. No sabía si estarías demasiado cansado para todo esto.

Le abrazo con fuerza y le doy un beso en la mandíbula. —Nunca estoy demasiado cansado para ti, amor, —le digo con fuerza—. Es perfecto y tú también. Te quiero tanto. —Sus ojos, tan cálidos y azules, me dirigen una mirada de tanta ternura que me siento humillado por tenerla dirigida a mí. Le aprieto fuerte—. Siento haber estropeado nuestra primera Navidad.

Inmediatamente sacude la cabeza. —No lo has hecho. No lo estaba pasando bien sin ti, así que ignoré lo de ayer e hice algo de trabajo.

Ahora empiezan nuestras verdaderas vacaciones, así que después de los regalos vamos a dormir un montón de horas preciosas y mañana iremos a casa de tus padres a cenar por Navidad.

—¿Tú organizaste todo eso?

Él asiente. —Considéralo como otra cita que he planeado para ti. Asegúrate de decírselo a tus amigos.

Le abrazo. —Este es simplemente perfecto. ¿Sabes por qué? — Menea la cabeza y yo me inclino hacia delante y le susurro—: Porque sólo estamos nosotros, Jun. Eso es todo lo que necesito.

Vuelve a besarme y, cuando se retira, tiene los ojos ligeramente desenfocados y el pijama se le ha abultado de una forma muy interesante. —Vete a ducharte, —me dice con firmeza, dándome la vuelta y dándome una suave palmada en el culo.

Me lo retuerzo, disfrutando de su débil gemido, y me dirijo al cuarto de baño. Mientras se calienta el agua de la ducha, me quito la ropa y la tiro al suelo con displicencia. Pero la cajita que saco del bolsillo trasero de mis pantalones la manipulo con tanto cuidado como si fuera de cristal hilado. La abro y sonrío. Dentro hay una ancha banda de plata en la que está grabada en pequeños números negros la fecha de aquella primera clase de Matemáticas.

Sabía que quería casarme con él muy rápidamente una vez que estuviéramos juntos, pero he esperado hasta ahora para proponérselo.

Pensaba que estaría nervioso, pero no lo estoy. En cambio, siento una profunda certeza en mi interior. Sé que dirá que sí. Esa es la ventaja de conocer tan bien a alguien después de ser mejores amigos durante años.

Sé que dirá que sí de la misma manera que sé que deja lo mejor de la comida para el final y que puede comerse una caja entera de Thorntons Special Toffee de una sola vez.

Y es porque le conozco por lo que voy a pedírselo. Sus primeros años los pasó siendo dejado de lado por todo el mundo, así que necesita saber a nivel molecular que alguien le ha elegido. Cuando nos conocimos de niños, yo pensaba que era como Peter Pan, porque nadie se molestaba si se quedaba hasta tarde o no hacía los deberes. No tenía reglas ni ataduras. Ahora sé que sólo era un Niño Perdido.

Beso el anillo de plata con reverencia y lo aprieto en el puño para que mi piel caliente el metal. Ya no, juro en silencio. Ahora es mi Niño Perdido y por fin está en casa.

Blind (Yeongyu)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora