Todo cambio ofrece beneficios.

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Alex no era una chica normal, nunca lo había sido. Con sus rastas cayendo a la altura de sus hombros y aquellas mejillas recubiertas de miles de pecas llamaba la atención, pero lo mas extraño, era aquella blanquecina piel, casi siempre fría y erizada. Por mucho calor que viniera en verano, por mucho sol que iluminase el cielo su piel se negaba a coger el color normal que todo el mundo solía portar.
Tal vez la culpable de eso era la oscuridad de su habitación, de la cual no salía si no fuese por obligación.
Escondiéndose en la música, en los libros de historias completamente falsas de dragones y seres imaginarios era como pasaba sus horas, hasta sus días. Tirada en la cama, sin deseo alguno de salir al exterior, sin contactar con nadie.
En verdad tenía teléfono, como todas las chicas de su edad pero, no solía utilizarlo, su mayor entretenimiento era su propia mente, la cual imaginaba los personajes inexistentes que conocía entre letras, los cuales se volvían sus mejores amigos.
Pero eso, cambió. Después de recibir las clases en casa, con un profesor para ella sola, se vio en la obligación de matricularse en a universidad, alejada de la ciudad. Dejando así su pequeña cueva, le costó todo el verano hacerse a la idea, portaba mas libros en la maleta que ropa, algo normal en aquella chica.
Con la mirada gacha, los manos en los bolsillos, juntando los brazos contra su cuerpo en muestra de timidez caminaba por los pasillos como un fantasma, nadie se paraba en ella, el silencio de sus pasos no llamaba la atención y tampoco su cabello o sus ropas.
Nunca había sido demasiado femenina, y aquello era algo que traía a su madre de cabeza, junto a que portaba siempre, en su muñeca derecha una pequeña cinta con colores oscuros, el negro junto al morado creaban pequeñas decoraciones para así, ocultar las cicatrices de su pasado.
Sí, había intentado quitarse la vida en más de una ocasión y aquello podía demostrarse con tan solo contar cada corte ya cicatrizado pero, aquel era su mayor secreto.
En sus primeras horas en aquel lugar, con aquel aroma fuerte a hormonas y los miles de adolescentes que recorrían los pasillos con rapidez y costumbre se limitó a encontrar su habitación, centrarse en sus horarios y, en deshacer su maleta.
Las habitaciones estaban en el ala norte de aquel gran lugar, separando los géneros que allí estudiaban y, en cada una, dos camas, informándole así que debería compartir el único lugar en el que se sentía protegida.
Aquello llegó a ponerla algo nerviosa; después de deshacer la maleta y, colocar cada cosa de manera meticulosa dejó caer su cuerpo sobre el colchón, perdiéndose nuevamente en alguna canción que ya se sabia de memoria, disfrutando de cada nota con su dedo índice acariciando el aire con el mismo ritmo de la sinfonía.

Sin que llegase a enterarse, su compañera se adentró en la habitación, observándola de frente atentamente, llegando a sonreír tan solo con aquellos movimientos.
Le habló, pero la música tapaba su dulce voz, con un leve acento francés, ya casi perdido.

Después de unos minutos, entre los cascos de Alex se encontraba el silencio, por lo cual saltó sobre el colchón al escuchar una voz desconocida, elevando sus mejillas en un leve sonrojo en el instante que fijó su mirada en la contraria.
Con una de sus manos temblorosas sacó uno de sus audífonos y, prestó atención a su compañera.

Su nombre era Lucca, eso era todo lo que había entendido antes de perderse en aquella curvatura que creaba su sonrisa, haciéndola sonrojar aún más si era posible.
Asentía con la cabeza como si entendiese algo de lo que decía, creando un silencio incomodo poco después, el cual se vio roto con un carraspeo de la muchacha.

-Te he preguntado tu nombre... -Musitó alzando una de sus cejas, mientras que la temblorosa muchacha respondía, irguiéndose un poco mas para finalmente levantarse de la cama.

-S-soy Alex... -Tartamudeó nerviosa, acercándose un par de pasos mientras le ofrecía su mano derecha como un cordial apretón.
En ese mismo instante, cuando sus pieles se rozaron en una firme caricia, un lento escalofrío se adueñó de su brazo hasta su columna, obligándole a bajar la mirada.

Después de aquel contacto, poco mas compartieron, en parte, por culpa de Alex; era complicado que abriera la boca para decir algo interesante, solo se paraba a observarla en el momento justo que se daba la espalda. Tal vez tenía alguna que otra pregunta en su mente, sobre libros, música, o estudios pero, estas se agolpaban en su garganta y, ahí se quedaban, ya que aquella muchacha de bella sonrisa después de deshacer sus maletas se despidió de ella, dejándole la mente repleta de ideas para charlar pero, sin el atrevimiento necesario para llevar ninguna a cabo.

Con sólo una sonrisa.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora