CAPÍTULO CUATRO

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JENNIE


—¿Cuándo me lo vas a presentar?—me pregunta Nayeon con tristeza, desde nuestro puesto habitual sobre el muro bajo de ladrillos en el extremo más lejano del campo de juego. Ha seguido mi mirada hasta la encorvada figura solitaria, sentada en los escalones fuera del edificio de ciencias. —¿Aún está soltera?

—Te lo he dicho un millón de veces: a ella no le gusta la gente—respondo concisamente. La miro. Exuda un tipo de energía inagotable, el entusiasmo vital que viene naturalmente con ser una persona extrovertida. Tratar de imaginarla saliendo con mi hermana es casi imposible. —¿Cómo sabes que aún te gusta?

—¡Porque está jodidamente buena!—exclama Nayeon con emoción.

Sacudo la cabeza con una sonrisa. —Pero ustedes dos no tienen nada en común.

—¿Qué se supone que significa eso?—. De pronto, parece herida.

—Ella no tiene nada en común con nadie—la tranquilizo rápidamente. —Es simplemente diferente. En realidad... no habla con la gente.

Nayeon echa hacia atrás su cabello. —Si, eso he oído. Taciturno como el infierno.

¿Es depresión?

—No. —Juego con un mechón de cabello. —La escuela la hizo ir a ver un consejero el año pasado, pero sólo fue una pérdida de tiempo. Ella habla en casa. Es sólo con la gente que no conoce, las personas fuera de la familia.

—¿Y qué? Sólo es tímida.

Suspiro en forma dubitativa. —Eso es una pequeña subestimación.

—¿De qué tiene que ser tímida?—pregunta Nayeon. —Quiero decir, ¿se ha mirado al espejo últimamente?

—Simplemente no es así alrededor de las chicas—trato de explicarle. —Es así con todo el mundo. Ni siquiera responde las preguntas en clase... es como una fobia.

Nayeon da un silbido de incredulidad. —Dios, ¿siempre ha sido así?

—No lo sé—. Ceso de jugar con mi cabello por un momento y pienso. —Cuando éramos pequeñas, éramos como gemelas. Nacimos con trece meses de diferencia, así que todos pensaban que éramos gemelas, de todas formas. Hacíamos todo juntas. Y quiero decir, todo. Un día, ella tenía amigdalitis y no pudo ir a la escuela. Papá me hizo ir igual y lloré todo el día. Teníamos nuestro propio idioma secreto. A veces, cuando mamá y papá estaban en lo suyo, fingíamos que no podíamos hablar español, así que no hablábamos con nadie, excepto entre nosotras, por todo el día. Empezamos a tener problemas en la escuela. Dijeron que nos negábamos a mezclarnos, que no teníamos amigos. Pero estaban equivocados. Nos teníamos la una a la otra. Ella era mi mejor amiga en todo el mundo. Todavía lo es.

Llego a una casa llena de silencio. El vestíbulo está vacío de bolsos y blazers. Quizás, ella se los ha llevado al parque, pienso esperanzada. Luego, estoy a punto de estallar en carcajadas. ¿Cuándo fue la última vez que pasó eso? Voy a la cocina... tazas de café frío, ceniceros rebosantes y cereal helado en el fondo de los cuencos. La leche, el pan y la mantequilla aún están sobre la mesa, la tostada endurecida a medio comer de Kai me observa acusadoramente. La mochila olvidada de Jisoo está en el suelo. El lazo abandonado de Rosé... Un sonido en la sala me hace girar sobre mis talones. Camino de vuelta por el vestíbulo, notando las motitas que la luz del sol destaca sobre las superficies polvorientas.

Encuentro a mamá sobre el sofá, mirándome con tristeza desde debajo de la colcha de Rosé, un paño húmedo cubriéndole la frente.

La miro boquiabierta. —¿Qué pasó?

FORBBIDEN | ADAPTACIÓN JENLISADonde viven las historias. Descúbrelo ahora