CAPÍTULO VEINTISÉIS

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LISA


Nos detenemos en un gran aparcamiento lleno de distintos tipos de vehículos policiales. Una vez más, me toman firmemente del brazo y me sacan fuera. El dolor de mi vejiga me hace estremecer mientras me paro, la brisa contra mis brazos desnudos me hace temblar. Después de cruzar el estacionamiento, me dirigen a través de una especie de puerta trasera, a lo largo de un pasillo corto y a través de una puerta etiquetada CUARTO DE ENCARGADO. Otra oficial uniformada se sienta detrás de un escritorio alto. Los dos oficiales a mi lado se dirigen a ella cómo Sargento y le informan de mi delito, pero para mi gran alivio, ella apenas me mira, mecánicamente copiando mis datos en su computadora.

Me leen los cargos otra vez, pero cuando se me pregunta si entiendo, mi cabeceo no es aceptado. La pregunta se repite y me veo obligado a usar mi voz.

—Sí. —Esta vez, sólo me las arreglo para susurrar. Lejos de la casa y el peligro de trastornar más a Jennie, puedo sentir que estoy perdiendo fuerza: sucumbo al shock, el horror, el pánico ciego de la situación.

Mas preguntas siguen. Una vez más se me pide que repita mi nombre, dirección, fecha de nacimiento. Me esfuerzo por responder, mi cerebro parece estar apagándose poco a poco. Cuando me pregunta mi profesión, vacilo.

—Yo... no tengo.

—¿Está usted en el beneficio por desempleo?

—No. Yo... todavía estoy en la escuela.

El sargento me mira entonces. Mi cara arde bajo su mirada penetrante.

Siguen preguntas sobre mi salud, y mi estado mental también es cuestionado; no hay duda de que piensan que solo un psicópata sería capaz de semejante crimen. Me pregunta si quiero un abogado y respondo rápidamente con un movimiento de cabeza. Lo último que necesito es a alguien más involucrado, que escuche todas las terribles cosas que he hecho. De todos modos, estoy tratando de probar mi culpabilidad, no mi inocencia. Después de ser desposada, me piden que entregue mis pertenencias. Por suerte no tengo ninguna y me siento aliviada de no haber tomado una foto de mi habitación. Quizás Jennie la recuerde y la mantenga a salvo. Pero no puedo evitar esperar que ella corte a los dos adultos en los extremos del banco y solo mantenga a los cinco chicos en el medio. Porque, últimamente, esa era la familia en que nos convertimos. Al final, fuimos los únicos que se amaron uno a otro, y que lucharon y lucharon para permanecer juntos. Y fue suficiente, más que suficiente.

Me piden que vacíe mis bolsillos, y me quite los cordones de mis zapatos. Una vez más, el temblor de mis manos me traiciona, y cuando me pongo de rodillas entre las piernas con trajes sobre el lino sucio, tengo la sensación de impaciencia de los oficiales, su desprecio. Ponen lo cordones de los zapatos en un sobre y tengo que firmar el recibo, cosa que me parece absurda. Continúa la revisión del cuerpo, y con el toque de las manos de un oficial recorriéndome, y por debajo de mis piernas, comienzo a temblar violentamente, sujetando el borde de la mesa para mantener el equilibrio.

En una pequeña antesala, me sientan en una silla: me toman una foto, un hisopo de algodón raspo dentro de mi boca. Mientras presionan mis dedos uno a uno contra una almohadilla de tinta y luego en un trozo de cartón marcado, me invade un sentimiento de completa separación. Soy un simple objeto de estas personas. Apenas soy una humana más. Estoy agradecida cuando al fin me empujan a una celda y la pesada puerta se cierra detrás de mí.

Para mi alivio está vacía: pequeña y claustrofóbica, contiene nada más que una pequeña cama empotrada en la pared. Hay una ventana enrejada cerca del techo, pero la luz que llena la habitación es puramente artificial, áspera y más brillante. En las paredes hay un grafiti y lo que parece ser manchas de excremento. El hedor es asqueroso, mucho peor que el más repugnante de los baños públicos, y tengo que respirar por la boca para evitar las arcadas. Tarda un tiempo relajarme lo suficiente para vaciar mi vejiga en el inodoro de metal. Ahora, por fin lejos de sus ojos vigilantes, no puedo dejar de temblar. Temo que un oficial irrumpa en cualquier momento, estoy muy consciente de la pequeña ventana en la puerta, con la tapa justo debajo. ¿Cómo sé que no estoy siendo observada en este mismo momento? Normalmente no soy mojigata, pero después de haber sido sacada de la cama en ropa interior, llevado a mi habitación semi-desnuda por dos policías, y obligada a vestirme enfrente de ellos, desearía que hubiera una forma de cubrirme para siempre. Desde que oí la horrible acusación, me he sentido sumamente avergonzada de mi cuerpo, de lo que ha hecho, de lo que otros creen que ha hecho.

FORBBIDEN | ADAPTACIÓN JENLISADonde viven las historias. Descúbrelo ahora