𝐂𝐚𝐩𝐢𝐭𝐮𝐥𝐨 𝟐𝟒.

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Rai llevaba un beanie, una chaqueta abrochada hasta el cuello, un pantalón y botas altas, todo de color negro

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Rai llevaba un beanie, una chaqueta abrochada hasta el cuello, un pantalón y botas altas, todo de color negro. También tenía gafas de sol.

La tatuadora creía que se trababa de la misma ropa que había usado la primera vez que se habían visto en la tienda de tatuajes, pero es difícil asegurarlo.

La ropa ya no se veía igual en ella.

Ella ya no se veía como ella.

Desde la distancia se podía apreciar una extremada palidez, mejillas hundidas y una increíble pérdida de peso.

La chaqueta ya no se ajustaba perfectamente a su cuerpo, sino que bailaba con este. Sus pantalones ya no tenía muslos que abrazar, y Alondra estaba segura de que la pintora se había visto obligada a usar cinturón para que no se cayeran. Las botas altas ya no parecían una extensión de su cuerpo, sino una incomodidad para caminar. El beanie estaba mal colocado, y las gafas intentaban ocultar algo. Su postura ya no era recta, y su mirada parecía haberse convertido en la mejor amiga del suelo.

Y no había seguridad en ella cuando se paró frente al atril, y no miró a nadie cuando comenzó a hablar.

- Buenas noches. — Saludó.

Ya no hablaba en un tono firme y alto. Ahora su voz era un pequeño, roto y frágil susurro que el viento podría llevarse cuando quisiera sin pedir ningún tipo de permiso.

El estómago de Alondra se revolvió. Sentía una terrible necesidad de llorar.

- Gracias por venir a mi exposición. Estoy muy agradecida por...

Pero Alondra no escuchó ni una sola de sus palabras, pues estaba demasiado concentrada en sus manos temblorosas, sus labios quebrados, sus mejillas sin color, su cabello despeinado y la visible caja de cigarrillos en el bolsillo delantero de su chaqueta.

No había estado lista para algo así. No habría estado lista nunca, mejor dicho.

Había deseado verla feliz, sin dolor en el rostro, con una sonrisa de superioridad. Había deseado verla junto a otra chica, amándola, besándola pasionalmente por todos los rincones de aquella galería.

Verla feliz junto a alguien más habría sido menos doloroso.

- Tal vez se pregunten qué hay detrás de estas mantas. — La tatuadora finalmente logró escuchar sus palabras, y con los ojos vidriosos la vio señalar la obra a su espalda. — Es una larga historia, pero voy a contarla. Necesito que la entiendan para que puedan sentirla también.

Pero Alondra, quien solo podía contener la respiración, no necesitaba saber la historia. Ella era parte de la misma, y sí que la había sentido.

- Vivi un tiempo difícil. Aún lo vivo, en realidad. Perdí a muchas personas que amaba, me dejaron, y yo me perdí con ellos. — En su voz ronca había una tristeza palpable, y la sala parecía haberse vuelto tan negra como su ropa. — ...Fue durante mi primera perdida, la muerte de mi abuela, que la conocí. Conocí a mi tatuadora sin tatuajes.

La tatuadora de libélulas // RailoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora