Es roja la sangre, toda aquella sangre que derramé cuando me atravesó la jodida flecha de Cupido.
Roja la ira, la ira en mi mirada, la ira en tu sonrisa quebrada, la ira en todo aquello que hacemos, roja esa ira, ese fuego del que nos alimentamos aún sabiendo que acabaremos con las alas calcinadas.
Aún sabiendo que nunca nos salvará seguimos acercándonos al fuego con la esperanza de que, algún día deje de quemar.Eran rojos, rojos como los tomates, las fresas, las sonrisas y el dolor. Rojos como todo el dolor que me regalaste sin perdirlo.
Rojos como las amapolas que me regalaste para apagar el fuego que creaste.
Eran rojos como las rosas que nunca te regalé, cómo ese tulipán que nunca me regalaste.
Rojos como esa rosa que en ese primer San Valentín nunca llegó a mi puerta.Son rojos, eran rojos cada vez que me prohibías mirarlos, cada vez que me pillabas enbobada en ellos, eran rojos.
Cada vez que me rogabas que alzara la mirada, eran rojos.Serán rojos cuando los sueñe por las noches sin poder nunca alcanzarlos, serán rojos cuando no los vuelva a probar, serán rojos siempre que los recuerde, siempre que los llore, siempre que los mire y siempre que cierre los ojos.
Ese rojo que le constrasta tan bien con su tez blanca, blanca como la nieve, tan pura que no es creíble.
Eran rojos y sin saberlo me hipnotizaron, eran rojos.
Pintaron mi vida de un rojo que jamás podré borrar, ni con tipex, ni con goma, ni quemando la libreta.
Jamás podré borrar de mis labios, ese rojo pasión. Jamás podré borrar de mi vida esa canción.
Ponte pintalabios, déjame los míos rojos, y cuando despertemos, que el mundo juegue con nosotros.