La cafetería de la calle Bakers se jactaba de servir el mejor café de la ciudad, o al menos así lo aseguraban los periódicos. Era un local pequeño y modesto, con una decoración de maderas y azulejos que evocaba épocas pasadas. Fundada en 1848, la cafetería había sido establecida por los abuelos Brunilda y Gustavo, quienes llegaron a Nueva York en busca de mejor comida, fortuna y, sobre todo, atención médica. Brunilda padecía una extraña enfermedad que le provocaba tos con sangre de vez en cuando, un mal que en su tierra natal solo se conocía como una maldición.
La abuela Brunilda adoraba el café, y también los puros habanos, pero esa es otra historia. Para ella, el café hacía al hombre interesante y a la mujer locuaz. El abuelo Gustavo, por su parte, apreciaba cada centímetro del cuerpo de Brunilda. Desde que la vio, con apenas quince años, regañando a unos jóvenes que habían roto una ventana con su pelota en su tierra natal, quedó profundamente enamorado de ella. Así que, cuando Brunilda le dijo: "Quiero que me construyas una cafetería" él no dudó en ponerse manos a la obra. Ahorrando el sueldo de repartidor, encontró un pequeño local en la calle Bakers, lo alicató con sus propias manos y, utilizando palés de obras, construyó para su amada esposa la cafetería de sus sueños.
Pepita Blasco, la nieta número catorce de Brunilda, llevaba ahora el negocio en pleno 1955. Cuando su abuela, ya postrada en una cama y a punto de partir hacia quién sabe qué barrio lejano, le hizo prometer con la mano en el corazón que cuidaría de la cafetería. Pepita, con apenas ocho años, no comprendía del todo lo que aquello significaba, pero hizo la promesa. A Brunilda le habían diagnosticado tuberculosis y le habían dado solo cinco años de vida desde que desembarcó del barco de inmigrantes con 19 primaveras recién cumplidas. Sin embargo, desafió el pronóstico y vivió hasta los 97 años. A ella siempre le había gustado llevar la contraria, incluso a los médicos.
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El Café de la calle Bakers
RomanceLa cafetería de la calle Bakers se jactaba de servir el mejor café de la ciudad, o al menos así lo aseguraban los periódicos. Era un local pequeño y modesto, con una decoración de maderas y azulejos que evocaba épocas pasadas. Fundada en 1848, la ca...