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• Sábado 04 de Mayo de 2012

Alondra dio vueltas en su cama, sin conciliar el sueño. Se quejó un sinfín de veces con Morfeo y bufó otras tantas, preguntándose por qué ella, a su corta edad de 10 años, aún no había caído rendida tras un largo día lleno de juegos. Había escuchado a su madre decir muchas veces que tras quedarse sin energías, dormiría como un angelito, pero ahí estaba ahora, casi las 4 de la mañana y sin poder pegar ojo.

Quizás la razón por la que se encontraba tan eufórica, era porque se había enterado de que el fin de semana siguiente Alex visitaría su casa después de mucho tiempo. Luego de que él se fuera a santurce en febrero, realmente había llegado a pensar que no volvería a verlo. Esperar la llegada del próximo sábado la estaba poniendo más ansiosa que nunca y se estaba obligando a recordar que dentro de pocas horas tenía que levantarse para visitar la casa de sus tíos.

Cerró sus ojos fuertemente, mentalizándose, contando ovejas para lograr dormirse, y volvió a abrir sus ojos con molestia cuando la oveja 149 tropezó con la cerca y cayó sobre sus compañeras, haciéndole reír de tal manera que terminó perdiendo la cuenta.

Ah, ¡ser una niña con insomnio era tan difícil!
Quizás sería más fácil colocarse en la ventana y contar las estrellas, al menos ellas no le fallarían tal y como hicieron las ovejas.

Se levantó, poniéndose sus pantuflas de Creeper, y caminó rápidamente hasta su ventana. A medida que estaba más cerca de esta, pudo percibir un pequeño murmullo desde el exterior y terminó caminando a hurtadillas para luego mirar cautelosamente hacia afuera. Porque, ¿quién podría estar a esa hora en las calle? Sus ojos se agrandaron con sorpresa al verificar una pequeña figura a escasos metros de su casa, apoyada contra el poste de luz de al frente.

Sus dedos se movieron de manera automática hasta el seguro de la ventana, quitándolo para abrirla. Su madre le había dicho cientos de veces antes que jamás debía de dejar esa ventana abierta durante la noche, pues aunque vivían en un sector tranquilo, no podían tentar a la suerte. Además, como los López habitaban en una casa de un solo piso, más precavidos debían ser. Pero ahí estaba la pequeña ahora, abalanzándose sobre el marco de su ventana para mirar pasmada a la niña desconocida que conservaba la mirada baja mientras cantaba con voz dulce una desconocida canción.

Tenía una voz bonita. Alondra sonrió embobada mientras le escuchaba con atención. Si aquella niña cantara para ella, seguramente gozaría de un sueño precioso. O, en otro extremo, quizás estaría tan afanada escuchándole, que ni siquiera lograría dormir por ponerle atención.

Eran las 4 de la mañana y la desconocida dejó de cantar. Y cuando alzó su cabeza, topándose con los ojos curiosos y brillantes de Alondra, esta última comprobó una cosa más: su voz no era lo único precioso en élla.

Y quizás Alondra sí estaba durmiendo. Quizás, después de todo, hace tiempo había caído en brazos de Morfeo. Porque inocentemente, con su corazón latiendo por montón, sólo pudo catalogar a la chica frente a ella como un ángel; Morfeo le había enviado un ángel en compensación por su insomnio. Y el ángel le miró, en silencio, con ojos negros como esa noche; con ojos cubiertos de diminutas lágrimas que brillaban de tal forma, que sólo se podrían comparar a las estrellas.

—¿Por qué estás llorando? - Preguntó Alondra.

Y era un poco extraño, pensó. Porque tenía decenas de preguntas más que hubiera preferido hacer. Quería saber su nombre, su edad, por qué estaba en la calle a esas horas, cómo era posible que sus padres le dejaran salir de noche siendo que a ella le tiraban las orejas para obligarla a entrar a casa apenas comenzaba a oscurecer. Pero no, ahí estaba, preguntándole la razón de sus lágrimas, porque no comprendía por qué alguien que no parecía estar triste, estaba llorando.

La niña la miró, un poco aturdida, aparentemente sin poder creer que alguien más ahí, además de ella, también estaba despierto. Giró su cabecita, observando las solitarias calles, y se atrevió a caminar hasta aquella que no dejaba de mirarla desde su ventana. Se paró en puntillas, haciéndole notar a Alondra que era más baja que ella, y sus rostros quedaron frente a frente mientras ambas permanecían igual de curiosas.

-¿Por qué no estás durmiendo? - Preguntó la más pequeña.

-Tú tampoco estás durmiendo -Su ceño se frunció. -¿Por qué estás llorando? - Insistió.

—Mamá ha olvidado mi cumpleaños

Alondra abrió la boca, sin saber qué decir. ¿De verdad una madre podía olvidar el cumpleaños de su hija? Su madre la regañaba seguidamente, cierto, sobre todo porque ella era una niña demasiado traviesa, ipero ella jamás había olvidado su cumpleaños! Y tampoco lo haría en el futuro, pondría sus manos al fuego por ello.

-¿Cuál es tu nombre? - Preguntó, intentando no sentirse mal por las lágrimas que aún cubrían sus ojos.

-Rainelis Rosario

-Bien - Aclaró su garganta, recibiendo una mirada indagadora de la contraria. - Cumpleaños feliz
- Comenzó a cantar. - Te deseo yo a ti - Las lágrimas se deslizaron por el rostro de la niña. - Feliz Cumpleaños, Rainelis, ¡que los cumplas feliz!

Alondra terminó de cantar, esperando no haber elevado demasiado la voz o definitivamente estaría en problemas con su madre. Miró a la niña, esperando una reacción positiva, y temió un poco cuando la vio retroceder un paso lejos de ella. Su respiración se cortó un segundo más tarde cuando ahí, justo donde estaba de pie, la luz de la luna la bañó en toda su magnitud, convirtiéndola en un ser casi celestial. La niña secó sus lágrimas con el puño de su chaleco, intentando dejar de llorar, y el corazón de Alondra fue envuelto con dulzura cuando finalmente la contraria le enseñó su preciosa sonrisa.

-Muchas gracias - Su voz sonó más feliz cuando sonrió y continuó secando sus lágrimas. - Disculpa por llorar - Agregó apresuradamente.

-¿Por qué te disculpas? - Preguntó sin comprender; ella jamás se había disculpado por llorar.

-A papá no le gusta que llore - Contestó apenada.
Su labio inferior formó un puchero inconsciente cuando volvió a mirarla.

-Está bien, somos las únicas aquí - La tranquilizó.

Rai parpadeó y miró el cielo un momento.
Alondra se sintió encantada cuando esos grandes ojos volvieron a detenerse en ella.

-Por cierto, ¿cuántos años cumpliste? - Se atrevió a preguntar. Rai miró sus manos, alzándolas tímidamente para enseñar 7 de sus dedos. - ¡Eso quiere decir que eres menor que yo! Cumpliré 11 este año - Golpeó su pecho con orgullo; le gustaba ser la mayor. — Me llamo Alondra Michelle - Se presentó.

-Alondra Michelle... - Repitió en voz baja su nombre pareciéndole vagamente familiar.

-No, no, ino! Alo, tú debes llamarme Alo - Indicó. — desde ahora seré tu hermana mayor.

Rai parpadeó, preguntándose por qué aquella desconocida se tomaba tal atribución e incluso le daba la confianza para llamarla su "hermana mayor". No era como si ellas fueran a volverse a ver, ¿cierto? Pero incluso si abrió su boca queriendo expresar sus dudas, volvió a cerrarla al ver la sonrisa de la contraria.

Alondra le sonreía como alguien que acababa de hacer un amigo; como la clase de persona que deseaba darte una bienvenida. Y para Rai, siempre reservada y solitaria, era agradable la idea de reencontrarse con quien ella deseaba al menos una vez.

La niña de la luna || Railo (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora