Primera misión parte II

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Primera misión parte II

El cielo comenzaba a despejarse, y la neblina plateada se disipaba, revelando el parpadeo de pequeñas estrellas en el firmamento. Aunque el frío persistía, la opaca neblina de la noche ya era cosa del pasado. Las heridas del joven mercenario supuraban dolor, agudas y abrasadoras como hierro al rojo vivo. El vendaje que Rocío había improvisado con tiras de tela y jirones de su propia ropa estaba empapado de sangre, suciedad y sudor, una mezcla nauseabunda que se pegaba a la piel.

Tardaron el tiempo que una vela corta tarda en consumirse por completo, dejando atrás las sombras del bosque de donde estaban anteriormente. Esta vez, habían elegido un lugar junto a un pequeño río que serpenteaba suavemente por el bosque.

—Maldita sea... —gruñó Helgar, escupiendo las palabras entre dientes manchados de sangre seca, su aliento escapando en nubes blancas bajo la fría noche. Sus manos temblorosas se aferraron al costado, intentando contener el dolor que le retumbaba .

Rocío no respondió. Sus manos se movían con una prisa frenética, su propio rostro manchado con el rastro de la muerte que los perseguía. Estaba arrodillada en el suelo embarrado, tratando de mantener la cordura. Su mirada era un pozo de desesperación contenida, la misma que llenaba el aire con un sabor agrio.

El joven se dejó caer pesadamente junto a ella, cada hueso en su cuerpo protestando con un crujido audible. El esfuerzo visible en su rostro era el de un hombre al borde del abismo, y cada respiración que compartía con Rocío era un recordatorio de lo poco que quedaba de él. Su mano, temblorosa y manchada de barro y sangre, se apoyó en su hombro, buscando un ancla en la tormenta de dolor que amenazaba con consumirlo.

La cercanía del río no solo proporcionaba un lugar para limpiar el vendaje y tratar las heridas del mercenario, sino que también ofrecía agua fresca y necesaria para preparar cualquier brebaje que Rocío pudiera necesitar en su labor de curar aquellas heridas. Mientras Rocío organizaba el campamento, el joven se sentó cerca del agua, intentando limpiar el vendaje con cuidado.

—Hay que asegurarse de que esas heridas estén limpias. No queremos más complicaciones —dijo Rocío con firmeza, mientras revisaba los suministros—. Voy a preparar una solución con las hierbas que tengo.

—Gracias, Rocío. Hagámoslo rápido antes de que la niebla vuelva —dijo Helgar, acomodándose cerca del río. El frío del agua aliviaba el ardor de sus heridas, aunque solo un poco.

Rocío se inclinó sobre las heridas de Helgar, limpiando y vendando con precisión. El murmullo del río ofrecía una calma casi irónica en medio del caos que acababan de vivir.

—Sin tu ayuda, no sé qué habría hecho —murmuró Helgar, su voz cansada mientras ella aplicaba la solución herbácea.

—No es nada. Lo importante es que te recuperes —respondió Rocío, su tono firme a pesar del cansancio—. Prepararé una infusión para ayudarte a dormir y a soportar el dolor.

Con el campamento montado y las heridas atendidas, el ambiente se volvió más soportable, aunque el frío seguía acechando. El cielo despejado ofrecía una promesa de calma que era casi cruel. Mientras se asentaban para descansar, Helgar miró a Rocío y dijo:

—Parece que la noche se está calmando. Aprecio tu compañía y tu habilidad con las hierbas.

—Y yo valoro tu valentía. Descansa un poco. Mañana será otro día —respondió ella con una sonrisa que intentaba ser cálida mientras se preparaba para la noche.

Ambos sabían que el nuevo campamento les ofrecía una oportunidad para recuperarse y prepararse para lo que vendría a continuación. Rocío, observando al joven, se encontró luchando contra un impulso creciente. Su preocupación por él se había mezclado con algo más. Se movió cuidadosamente, colocándose cerca del joven mercenario, intentando no perturbar su descanso.

La legión de los reyesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora