Primera misión parte VI
Después de dejar a Rocío en la habitación, asegurándose de que estuviera cómoda en la cama, Helgar regresó a la taberna. No había tardado mucho; lo justo para asegurarse de que ella descansara tras beber más de la cuenta. Él, en cambio, no estaba cansado. Encontró un rincón sombrío al fondo del lugar y se dejó caer en una silla de madera robusta. Sus ojos afilados y las cicatrices en su piel curtida quedaban expuestos. A su lado, su espada descansaba contra la mesa, siempre lista, como un viejo amigo.
El aire estaba cargado de humo de tabaco barato y el olor ácido de hidromiel rancia. Las voces y risas se mezclaban con los murmullos de los desesperados que venían a este rincón olvidado del mundo para ahogar sus penas o buscar problemas. Las vigas del techo crujían de vez en cuando, como si la misma estructura de la taberna protestara por el peso de las almas que se refugiaban bajo su techo.
Helgar observó el movimiento en el local, con el ceño fruncido, mientras el crepitar de la chimenea al otro lado de la sala proyectaba sombras largas y oscilantes. El bullicio apenas le molestaba; había visto y oído lo suficiente como para que nada en este lugar le pareciera nuevo. De repente, una joven garzona se acercó a su mesa. Tenía una expresión neutral, de esas que se cultivan en años de servir a hombres peligrosos y ebrios. Su nombre era Elara. Tenía el cabello negro y corto que le llegaba casi a los hombros, y sus ojos eran de un peculiar color plateado claro que brillaba en la penumbra. Sin duda, era una elfa de los Picos Helados, conocidos por su fuerte inmigración debido a los fríos extremos que azotaban el Continente Blanco. Los elfos de ojos plateados eran pocos, pero muy respetados por su especialización en usos medicinales, hierbas curativas y pociones.
Elara también había notado el pequeño anillo negro en el dedo de Helgar, adornado con el escudo de la Legión de Mercenarios en color rojo, lo que delataba su profesión. Era un detalle que no pasaba desapercibido para quienes conocían el mundo de los mercenarios y sus insignias.
—¿Qué desea de comer o de beber? —preguntó Elara, con una voz lo suficientemente alta como para ser escuchada sobre el bullicio, pero sin un ápice de amabilidad. Su mirada recorrió brevemente el rostro marcado de Helgar antes de fijarse en la espada a su lado.
Helgar apenas levantó la vista, pero sus ojos se encontraron con los de ella por un instante. Había aprendido a no mostrar interés innecesario, a no dar señales de más. Era mejor así. Pero el conocimiento de los elfos sobre medicina le era conocido, y no perdió la oportunidad.
—Una jarra de hidromiel —dijo con voz grave, mientras pasaba los dedos por el pomo de su espada—. Y un buen plato de costillas de búfalo, con arroz.
Elara asintió, anotando el pedido en una tabla de madera desgastada. Antes de que pudiera darse la vuelta, Helgar añadió:
—Dicen que los elfos de los Picos Helados saben de hierbas y pociones más que cualquier otro. ¿Tienes los detalles de una loción para curar heridas? Ingredientes específicos y las cantidades adecuadas.
Elara lo miró por un segundo más, evaluándolo con una mirada cansada, como si intentara discernir las verdaderas intenciones detrás de la pregunta. Luego, habló con la misma frialdad controlada:
—Para cortes profundos y cicatrices recientes, necesitarías raíz de salvia, miel oscura y esencia de escarcha de luna. Las proporciones dependen de la profundidad de la herida, pero para una cicatriz reciente, tres partes de salvia por una de miel y unas gotas de escarcha de luna suelen ser suficientes. Puede encontrarlo en el mercado de la plaza, si sabe a quién preguntar.
Helgar asintió lentamente, alcanzando su bolsillo y sacando dos monedas de plata, las cuales dejó caer sobre la mesa frente a Elara. Ella arqueó una ceja, pero no rechazó el dinero. Lo tomó con un movimiento rápido, guardándolo sin ceremonia.
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La legión de los reyes
FantasíaEn un mundo donde el Etherium y la brutalidad de los reyes dictan el destino, un joven mercenario busca abrirse camino a través del caos. Ya pronto cumplirá los 18 años, ha probado el hierro de su propia sangre y la amarga derrota. No es un héroe no...