Primera misión parte IV
Los jóvenes avanzaban por el bosque, el susurro del viento entre los árboles mezclado con el aleteo de mariposas que danzaban con el leve soplo de aire de aquel día. Cada paso era un recordatorio punzante de su cansancio, y el calor del mediodía, abrasador y constante, hacía que sudaran profusamente. El sudor se deslizaba por la piel, formando canales salados que ardían al entrar en contacto con las heridas del joven mercenario.
—Este calor es insoportable —gruñó Helgar, secándose la frente con el dorso de la mano. Su rostro estaba enrojecido por el calor y el dolor, y las heridas ardían bajo el sudor.
—Lo mismo pensé —respondió Rocío, observando las manchas de sudor y sangre en sus ropas con desdén—. Necesitamos lavar estas ropas y cambiar los vendajes.
Cuando finalmente llegaron al campamento, el alivio fue palpable. Sin perder tiempo, ambos se despojaron de sus bolsos y equipos. Helgar, exhausto, se desnudó de manera directa y sin reservas, arrojando sus ropas al suelo.
Rocío se quedó momentáneamente paralizada, sorprendida por la falta de modestia del joven mercenario al desnudarse frente a ella. Sus ojos se encontraron con las cicatrices en su espalda y brazos, y no pudo evitar sentirse sorprendida. El gesto espontáneo, el joven la hizo sonrrojarse, y se dio cuenta de lo cerca que estaba, de ver más de lo que esperaba.
—Voy al río a lavarme —anunció Helgar, su voz áspera por el esfuerzo, sin notar el impacto que su desinhibición había tenido en Rocío.
Se dirigió a la orilla del río cercano, donde el agua fresca ofrecía un alivio bienvenido frente al calor opresivo. Se sumergió sin ceremonias, sintiendo cómo el agua fría aliviaba el ardor en su piel. Mientras se lavaba, Rocío lo observaba de reojo desde la distancia, notando las cicatrices y la fatiga en su cuerpo. Aunque intentó mantenerse impasible, sus mejillas se tiñeron de un leve rubor al desviar la mirada hacia su trasero, sorprendida por el giro inesperado de sus pensamientos.
—Vaya, no sabía que además de todo tenías el talento de dejarme sin palabras... —murmuró Rocío con una sonrisa traviesa, su voz apenas audible sobre el suave murmullo del viento.
Helgar, absorto en el alivio del agua, no la escuchó. Rocío, sin embargo, disfrutó unos segundos más de la vista antes de apartar la mirada, mordiendo su labio y apretando los muslos con nerviosismo.
—Deberías tener más cuidado... aunque, la verdad, no me quejo de lo que veo —añadió en voz baja, con una sonrisa juguetona.
Al salir, el agua goteaba por su piel, llevándose consigo el polvo, la suciedad y sangre seca del día. Al regresar al campamento, Rocío lo esperaba con una mirada de preocupación. Sin perder tiempo, preparó una mezcla de lociones curativas y comenzó a limpiar meticulosamente sus heridas. Helgar la observaba con gratitud mientras ella trabajaba, el sudor aún corría por su piel, pero el frío del río había aliviado el ardor y el dolor .
ESTÁS LEYENDO
La legión de los reyes
FantasíaEn un mundo donde el Etherium y la brutalidad de los reyes dictan el destino, un joven mercenario busca abrirse camino a través del caos. Ya pronto cumplirá los 18 años, ha probado el hierro de su propia sangre y la amarga derrota. No es un héroe no...