Primera misión parte III
Mientras avanzaban por el bosque, Rocío, con los ojos cansados y la piel tirante por el frío, rompió el silencio que se cernía sobre ellos.
—Helgar, ¿alguna vez haces algo aparte de entrenar y volverte más fuerte? —preguntó, sin ocultar el cansancio y la decepción en su voz.
El joven, dolorido y cubierto de lodo y sangre seca, apenas levantó la mirada. Su cuerpo estaba exhausto, pero su mente seguía luchando.
—No hay tiempo para nada más —gruñó, su tono seco, mientras forzaba sus piernas a seguir avanzando—. En este mundo, el talento es una mentira. Solo cuenta el esfuerzo, y hasta eso a veces no es suficiente.
Rocío lo miró de reojo, su ceño fruncido , mordiendo sutilmente su labio inferior.
—Pero debe haber algo más. ¿No te cansas de solo luchar? ¿De solo... sobrevivir? —insistió, con una mezcla de curiosidad y desdén.
Helgar soltó un suspiro áspero. No estaba de humor para hablar, pero algo en la insistencia de Rocío lo hizo responder.
—Solía escribir poesía —confesó, su voz casi un susurro—. Pero ahora, todo lo que hago es entrenar. Porque en este mundo, los débiles no sobreviven.
Rocío lo miró sorprendida, no tanto por la revelación, sino por el tono amargo en sus palabras.
—¿Poesía? —repitió, sin poder esconder su incredulidad—. ¿Tú?
Helgar apretó los dientes, su rostro endurecido por el dolor y la frustración.
—Sí, poesía. Pero ahora, todo eso es inútil. No puedes detener una espada con palabras bonitas. Y no hay escapatoria en un mundo que solo entiende la fuerza.
Rocío guardó silencio, sus pensamientos girando en torno a lo que Helgar había dicho. Al final, esbozó una sonrisa amarga.
—Supongo que incluso un mercenario necesita algo de humanidad, aunque esté enterrada bajo toda esa dureza.
El joven asintió ligeramente, su mirada perdida en la nada.
—Tal vez —dijo, con una amargura que no había mostrado antes—. Pero la humanidad no te mantiene vivo. El esfuerzo, el entrenamiento... eso es todo lo que tengo.
Rocío lo observó por un momento más, antes de volver la vista al frente, el aire helado del bosque mordiéndoles la piel. Entre ellos, una comprensión silenciosa se formó, una aceptación mutua de la brutalidad de su existencia.
Continuaron su camino, el bosque a su alrededor parecía menos opresivo, y el silencio que les rodeaba ahora estaba cargado de una nueva comprensión mutua, una conexión que iba más allá de las palabras.
Después de caminar un buen rato en silencio, llegaron al lugar donde se alzaba una imponente araucaria, su tronco alto y nudoso proyectando una sombra larga sobre el claro del bosque. Bajo su espesa corona, el suelo estaba cubierto de hongos de miel.
Rocío se agachó, observando los hongos con una mirada analítica. Helgar, de pie a su lado, no pudo evitar sentir una especie de reverencia ante la escena, un espectáculo tan inusual como fascinante.
Ante ellos, los hongos se alzaban como pequeñas lámparas vivas, brillando con una luz suave que parecía emanar desde lo más profundo de su interior. Eran de un color ámbar dorado, casi como si estuvieran hechos de la miel que fluía en finos hilos desde sus sombreros redondeados. Sus tallos eran gruesos y robustos, con un delicado entramado de venas que pulsaban ligeramente, como si respiraran junto con la tierra. Cada hongo era una obra de arte natural, con una superficie suave y pulida, cubierta por un fino vello dorado que capturaba la luz en mil destellos. Al acercarse, Helgar pudo sentir el calor que irradiaban, un calor que no era incómodo, sino reconfortante, como el abrazo de una tarde de verano.
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La legión de los reyes
FantasyEn un mundo donde el Etherium y la brutalidad de los reyes dictan el destino, un joven mercenario busca abrirse camino a través del caos. Ya pronto cumplirá los 18 años, ha probado el hierro de su propia sangre y la amarga derrota. No es un héroe no...