Primera misión parte V

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Primera misión parte V 

Rocío y Helgar se movían con rapidez, avanzando por el camino polvoriento con la vista fija en su destino: Valdicia, un pequeño pueblo que se alzaba en el horizonte con su solitaria iglesia, una estructura de piedra que parecía haberse aferrado antes de la época medieval con uñas y dientes. Los muros de la iglesia, imponentes y desgastados, guardaban un aire de majestad sombría, como un guardián envejecido de un pasado glorioso.

El viaje había sido largo, pero cuando finalmente cruzaron el umbral del pueblo, ambos sintieron un alivio momentáneo al adentrarse en la penumbra de las callejuelas estrechas y empedradas. Valdicia tenía su encanto rústico, una tranquilidad forzada que no ocultaba del todo las cicatrices del tiempo. En aquellos días, el principal ingreso del pueblo provenía de los visitantes que buscaban adentrarse en las mazmorras ocultas en los bosques cercanos, en busca de riquezas y gloria, o simplemente de un lugar donde perderse del mundo.

—Es la primera vez que vengo a este pueblo —dijo Rocío, mirando a su alrededor con una mezcla de fascinación y entusiasmo.

Helgar le lanzó una mirada desdeñosa, su expresión tan fría como el metal de su espada. —Notarás que no cambia mucho —replicó con un tono que denotaba familiaridad y desdén—. Es un lugar donde el tiempo parece haberse detenido.

Rocío sonrió y le dio un codazo juguetón. —A veces, lo antiguo tiene su propio encanto, ¿no crees?

Se dirigieron al mercado local, donde vendieron los materiales extraídos de los traucos del bosque. Sabían que los comerciantes de Valdicia siempre estaban dispuestos a pagar un buen precio por esos recursos, necesarios para los aventureros y mercenarios que pasaban por el pueblo.

—¿Crees que conseguiremos un buen trato por estos materiales? —preguntó Rocío, mientras examinaba los puestos de madera, sus ojos brillando con una mezcla de curiosidad y esperanza.

—Seguro. Aquí saben lo que vale lo que traemos —dijo Helgar, con un tono más seco y una mirada distante, como si ya estuviera pensando en la siguiente misión.

El trato se concretó con rapidez. Con dos monedas de Amethysta (bronze con amatistas) valoradas en $30 cada una, tres monedas de plata a $0.55 cada una, y siete de bronce a $0.30 cada una, se dirigieron hacia una taberna oculta en una esquina apartada. Era un refugio modesto pero acogedor, frecuentado por aquellos que, como ellos, vivían inmersos en el peligro y la incertidumbre

—Este lugar tiene su propio encanto, ¿verdad? —comentó Rocío, observando las paredes de madera oscura, marcadas por innumerables botas y espadas, su voz llena de calidez y admiración.

Helgar se encogió de hombros, su expresión impasible. —Sí, y también es un buen lugar para descansar.

Mientras arrendaban una pequeña habitación basica por una moneda de plata para pasar la noche, Rocío se permitió un respiro en medio del bullicio del día, su actitud alegre contrastando con el frío distanciamiento de Helgar. La habitación era sencilla, sin lujos, pero suficiente para recuperar fuerzas antes de que el sol diera paso a la noche y al frío que siempre parecía rondar esos parajes. Mientras el día moría lentamente fuera, Rocío y Helgar dejaron que el silencio del lugar se impregnara en sus huesos, permitiéndose un momento de calma en un mundo que rara vez les daba tregua.

Decidieron bajar a tomar algo en la taberna y pidieron dos copas de hidromiel cada uno. Mientras Helgar se mantenía imperturbable, consciente de su resistencia al alcohol por su intenso entrenamiento, Rocío pronto comenzó a sentir los efectos de la bebida. Una sola copa fue suficiente para que su comportamiento se volviera más juguetón y seductor.

Con un brillo travieso en los ojos y un rubor cálido en las mejillas, Rocío se inclinó hacia Helgar, su rostro ligeramente sonrojado mientras sus palabras fluían con una soltura inusual.

— Sabes, Helgar —dijo ella, mordisqueando sus labios con una sonrisa pícara—, hay algo en tu seriedad que resulta completamente irresistible. Es como si cada gesto tuyo fuera un desafío, un enigma por resolver. Mientras hablaba, sus dedos rozaron suavemente el brazo del joven . ¿Cómo haces para mantenerte tan inexpresivo?

Helgar la miró con una mezcla de sorpresa y curiosidad, su expresión sería contrastando con la ligereza de Rocío.

Rocío, con la cara aún sonrojada y sin notar el desconcierto en los ojos de Helgar, continuó con un tono más íntimo y seductor:

— ¿Y si me cuentas un secreto, Helgar? Algo que solo yo pueda saber. Se inclinó aún más cerca, acariciando suavemente el borde de la mesa con sus dedos. Quizás temes que el hidromiel me dé el valor para descubrirlo por mí misma.

A medida que hablaba, Rocío parpadeó un ojo de manera coqueta, le lanzó un beso en el aire y luego, con un gesto atrevido, rozó su mano por el torso de Helgar, sus dedos deslizándose suavemente sobre la tela de su camisa.

— Porque, sinceramente, si alguien puede hacerme olvidar las normas y el protocolo con solo mirarme, ese eres tú. Su voz se volvió más suave, casi un susurro, mientras su mano seguía acariciando su torso. Así que, ¿qué hay detrás de esa fachada tan implacable?

Helgar, con una leve sonrisa apenas perceptible, se recargó en la mesa y observó a Rocío. Aunque su rostro seguía serio, en sus ojos brillaba una mezcla de diversión y afecto.

Rocío, completamente inmersa en su estado juguetón, siguió con un tono de complicidad, mordiendo sus labios y mirándolo fijamente con un brillo encantador en sus ojos:

— Quizás estás esperando a que el hidromiel me dé el valor para decirte lo que pienso. Se inclinó aún más cerca, casi tocando su mejilla. O quizás ya has decidido que te mereces una recompensa por mantenerte tan serio.

A medida que la noche avanzaba, Rocío empezó a perder el equilibrio y a mostrar signos evidentes de embriaguez. Su entusiasmo se convirtió en un torbellino de risas incontrolables y movimientos descoordinados. Finalmente, agotada por sus propias travesuras y con la cabeza apoyada en el hombro de Helgar, murmuró unas palabras incomprensibles mientras se acurrucaba contra él.

Helgar, con una mezcla de ternura y paciencia, la levantó en brazos con facilidad. La llevó de vuelta a la habitación que habían reservado, asegurándose de que estuviera cómoda y segura. Rocío, ya medio dormida, se aferró a él mientras él la acomodaba suavemente en la cama.

— Vaya, parece que el hidromiel te ganó esta vez, Rocío —murmuró Helgar, con una sonrisa divertida mientras le ajustaba la manta. Descansa bien.

Con un último vistazo para asegurarse de que todo estuviera en orden, Helgar salió de la habitación, dejando a Rocío en su descanso, y se dirigió de nuevo al salón para relajarse y disfrutar del final de la noche, mientras pensaba en la curiosa interacción que había tenido con ella.

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