Encrucijadas nocturnas

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En Aetheris, Selene, llena de renovado entusiasmo, se levantó y se dirigió hacia la puerta de su habitación en la casa compartida que tenían con los Blackwood en la capital. La idea de contribuir de manera significativa a través de su propuesta de salud para los soldados la había inspirado y motivado. Mientras se dirigía a oficina de su padre, su mente estaba llena de planes y estrategias, deseosa de compartir su visión con su padre y poner en práctica sus nuevas ideas.

La oficina de Jalil Mansour estaba iluminada solo por la luz tenue de una lámpara de escritorio, lanzando sombras suaves sobre las paredes decoradas con mapas, libros y documentos estratégicos. Selene entró con paso decidido, su mente aún girando alrededor de las estrategias médicas que había planeado proponer. Sin embargo, no encontró a su padre en la oficina y un ruido la hizo voltear de manera alarmada a la puerta que daba al pasillo.

Livia estaba recargada contra una pared en el pasillo, tambaleándose ligeramente mientras sostenía una copa de vino en la mano. Su rostro, normalmente impecable y sereno, estaba marcado por el recorrido de sus lágrimas y una expresión de desesperanza. Cuando vio a Selene, una mezcla de sorpresa y alivio cruzó su rostro.

—¿Livia? —Selene se acercó rápidamente, notando que la mujer estaba claramente ebria. Su tono era una mezcla de preocupación y desconcierto —¿Estás bien?

Livia se volvió hacia Selene, una mirada vacía, la copa de vino casi derramándose.

–No, no estoy bien – dijo con voz entrecortada – Todo está... todo está mal.

Selene, aunque sorprendida, sintió una punzada de compasión. El orgullo y la animosidad entre ellas no podía eclipsar la vulnerabilidad que Livia mostraba ahora. Selene tomó la copa de vino de la mano temblorosa de Livia y la colocó en una mesa cercana.

–Vamos, te llevaré a tu cuarto – dijo Selene, ayudando a Livia a mantenerse en pie mientras la guiaba por el pasillo. – Necesitas descansar.

Mientras caminaban hacia las habitaciones, Livia rompió el silencio con un sollozo.

– Liam... –murmuró– Liam no me ama. No de la manera en que debería. Siempre ha amado a Seraphina. Tu hermana.

El nombre de Seraphina en los labios de Livia hizo que Selene se detuviera por un momento. Se preguntó si este era un karma de alguna clase, un castigo por la forma en que había sido tratada en el pasado, ser la sobra de Seraphina. La mención de Seraphina parecía sacar a relucir un dolor profundo en Livia, uno que Selene comenzó a comprender más claramente.

Livia continuó, hablando de sus sentimientos con una honestidad desgarradora.

– Siempre he sido la sombra de Seraphina. No puedo escapar de ella. Me odiaba por ser diferente, por no ser tan fuerte como ella y por no tener su destreza. Cuando Liam apareció, me aferré a él con la esperanza de... de tener algo que fuera mío. Pero nunca fue así. Siempre fue Seraphina en su mente y en su corazón.

Selene se detuvo y miró a Livia con una mezcla de simpatía y escepticismo. Aunque había sentido la animosidad de Livia hacia ella en el pasado, esta vulnerabilidad era una ventana a un mundo de dolor y desilusión que, aunque autoimpuesta, era genuino.

La mente de Selene se desplazó a un recuerdo doloroso de su adolescencia. La escena se situaba en un vestuario de la escuela, un lugar que debía ser refugio y seguridad, pero que se convirtió en un campo de batalla emocional.

Livia y sus amigos habían entrado en el vestuario mientras Selene estaba en el vestidor, cambiándose después de una clase de educación física. Selene estaba sola, sin sospechar que la tormenta se acercaba. Sin embargo, el sonido de las risas y pasos pesados en el vestuario la alertó. Cuando salió, encontró a Livia y su grupo de amigos esperando, con sonrisas crueles en sus rostros.

El fuego de los destinadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora