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         VALERIA FORT | MADRID

—Joder, vaya puta mierda —me quejé con Marta—. Ahora vienen estos gilipollas a dar la nota en su piso.

Marta es mi hermana, la única persona que acepto que esté cerca de mí, ya que por fin dejé Valencia, la ciudad de mi vida, pero a la vez la que me llevó a la ruina.

—No es tan malo, Valeria. Seguramente no hagan tanto ruido —se asomó por la ventana.

—¿Ah, que son más? —Por mi trabajo necesito que mantengan silencio.— A tomar por culo, no voy a poder corregir en mi vida.

—Deja de ser tan dramática —ella me miró y suspiró—. Se ven majetes.

—Y una mierda. Me da igual que sean majetes, tengo suficiente con los niñatos en el insti —sí, me arrepiento de ser profesora.

—A la mínima te quejas —dijo ella.

—Y tanto que sí, hombre.

La verdad es que tal vez era un poquito amargada, pero es que me da una rabia que la gente haga ruido; es algo que no puedo soportar.

Yo no me asomé a ver a nadie. Marta se había ido a casa ya que iba a perder el AVE hacia Valencia. Yo me quedé corrigiendo unos exámenes, los cuales mis alumnos llevaban días preguntando.

Eran las 23:30. Ya había pasado media hora de lo que estaba permitido hacer ruido, debido a que la mayoría de gente que vivimos en esta zona del condominio trabaja muchísimo y desde muy temprano. Se había puesto este requisito: después de las 23:00 ya no se puede poner música ni hacer ruidos fuertes.

Estaba bastante tranquila hasta que alguien tocó mi timbre. Supuse que eran los padres de Juani, un niño pequeño que suelo cuidar los días de semana, cuando no tengo trabajo.

Así que, me levanté a abrir. Un chaval de aproximadamente 2 metros estaba en la puerta, lleno de tatuajes y con un estilo bastante único. Suspiré al verle.

—Hola, soy uno de tus tres nuevos vecinos, me gustaría presentarme —dijo él con una sonrisa—. Mihail, un gusto.

—Yo me llamo Valeria, lo mismo digo —le sonreí falsamente. Tengo más de 30 recuperaciones por corregir.

—Bueno, en verdad vengo a preguntarte si nos puedes ayudar en algo —su amabilidad me sorprendía, así que claramente dije que sí.

Nos dirigimos a su piso, y allí estaban otros dos chavales averiguando cómo se encendía el calentador.

—Sois imbéciles, de verdad, traje ayuda —les dijo Mihail.

—Misho, tío, deja de traer pibas —dijo un pelirrojo que era bastante más bajito en comparación con los otros dos, aunque a mi lado se seguía viendo alto.

—Valeria, un gusto, déjame, lo hago yo —los miré y me acerqué al calentador, el cual ni siquiera estaba enchufado.

—Joder, muchas gracias, reina —dijo uno de los chavales que al parecer estaba perdiendo mucho peso.

—No es nada, ¿tu nombre? —Lo miré extrañada, ya que siempre agradezco usando el nombre.

—Diego, un gusto —me dio la mano y me regaló una sonrisa.

—Yo, Nil, me llamo Nil —reí leve—, ya que sabía que lo decía dos veces porque hay gente que no lo sabe pronunciar.

—Tranquilo, me he enfrentado a nombres más difíciles —reí leve y le extendí la mano.

Él correspondió a mi saludo y me regaló una sonrisa, la cual, por alguna extraña razón, me había puesto realmente nerviosa.

                                    NIL OJEDA | MADRID

bittersweet love- nil Ojeda Donde viven las historias. Descúbrelo ahora