[ Juan pedro x Gustavo ]
Las últimas semanas habían sido un torbellino de emociones para Juan Pedro. Cada momento que compartía con Gustavo era una mezcla de alegría y confusión. No sabía exactamente qué le estaba pasando, pero la intensidad de sus sentimientos hacia su amigo lo desconcertaba. Por las noches, se quedaba despierto, dándole vueltas a la cabeza, recordando las veces que habían reído juntos, los momentos de silencio cómodo y las miradas que parecían decir mucho más de lo que las palabras podían expresar. Sentía que estaba cruzando una línea invisible, pero no sabía hacia dónde lo llevaría eso.
El martes, durante la clase de historia, Juan Pedro no podía concentrarse. Mientras el profesor hablaba sobre la Revolución Industrial, su mente vagaba hacia Gustavo, sentado unas filas más adelante. Observó cómo Gustavo se inclinaba sobre su cuaderno, tomando notas diligentemente. Había algo en la forma en que fruncía el ceño cuando estaba concentrado que a Juan Pedro le resultaba entrañable. Sin darse cuenta, se encontró sonriendo.
Al final de la clase, Gustavo se giró hacia él y le hizo un gesto para que se acercara. Juan Pedro, algo nervioso, recogió sus cosas y se acercó.
—¿Qué tal si nos juntamos después de la escuela para estudiar para la prueba de inglés? —preguntó Gustavo, con una sonrisa amigable.
Juan Pedro asintió, tratando de mantener la calma. —Claro, suena bien. Necesito toda la ayuda posible.
El tono relajado de la conversación no reflejaba el caos interno que Juan Pedro sentía. Mientras caminaban juntos hacia la biblioteca después de clases, no podía evitar notar lo cómodo que se sentía al lado de Gustavo. Se reían de chistes tontos y comentaban sobre lo aburrida que había sido la clase. Pero en el fondo, Juan Pedro se preguntaba si todo esto significaba algo más para él.
Sentados en una mesa de la biblioteca, con los libros abiertos frente a ellos, Gustavo y Juan Pedro se concentraron en los problemas de comprensión. Cada vez que Gustavo explicaba un concepto, su voz tranquila y paciente llenaba a Juan Pedro de una sensación de calidez. Era como si Gustavo tuviera el poder de hacer que cualquier cosa complicada pareciera simple.
En un momento, mientras Gustavo estaba absorto resolviendo un problema, Juan Pedro lo observó. Había una delicadeza en la manera en que movía el lápiz, una concentración que lo hacía ver vulnerable y, al mismo tiempo, fuerte. Fue entonces cuando Juan Pedro sintió un impulso casi imperceptible de extender la mano y tocar la de Gustavo, pero se contuvo. ¿Qué estaba pensando? ¿Por qué se sentía así? Un millón de preguntas le asaltaban la mente.
—¿Lo entiendes ahora? —preguntó Gustavo, rompiendo la silenciosa tensión.
Juan Pedro parpadeó, volviendo a la realidad. —Sí, creo que sí. Eres un buen profesor.
Gustavo sonrió, satisfecho. —Gracias. Me alegra que funcione. La verdad es que a veces siento que hablo y hablo y no sé si tiene sentido.
—Siempre tiene sentido cuando tú lo explicas —respondió Juan Pedro, sin poder evitar que su voz sonara más suave de lo habitual.
Hubo un momento de silencio entre ellos, cargado de una tensión que ninguno de los dos podía definir. Juan Pedro desvió la mirada, sintiendo cómo se le aceleraba el corazón. Gustavo, por su parte, también notó algo diferente en el ambiente. Había algo en la forma en que Juan Pedro lo miraba que le hizo cuestionar sus propias emociones.
Al día siguiente, durante el recreo, Juan Pedro y Gustavo se encontraron en su lugar habitual, una esquina tranquila del patio donde podían hablar sin ser interrumpidos. Mientras compartían un paquete de galletas, Gustavo sacó su teléfono y comenzó a mostrarle a Juan Pedro algunas fotos de su fin de semana en la playa con su familia. Las imágenes eran hermosas, pero lo que realmente capturó la atención de Juan Pedro fue la felicidad en el rostro de Gustavo. No podía evitar sentir una punzada de celos por no haber estado allí con él.
—Te ves feliz —comentó Juan Pedro, tratando de sonar casual.
—Lo estaba. Me encanta la playa, es mi lugar favorito en el mundo —respondió Gustavo, sonriendo—. Deberíamos ir alguna vez. Seguro te encantaría.
La sugerencia hizo que el corazón de Juan Pedro diera un vuelco. La idea de pasar un tiempo a solas con Gustavo, en un lugar tan especial para él, lo llenaba de una mezcla de anticipación y temor.
—Sí, sería genial —dijo Juan Pedro, intentando no mostrar demasiado entusiasmo.
El jueves, la confusión de Juan Pedro alcanzó su punto máximo. Mientras caminaban de regreso a casa, Gustavo se detuvo en una heladería y compró dos conos de helado. Juan Pedro trató de pagar el suyo, pero Gustavo insistió en invitarlo. Mientras disfrutaban del helado, caminando por las calles tranquilas de su vecindario, Juan Pedro se dio cuenta de lo natural que se sentía todo. Estar con Gustavo era fácil, como si siempre hubieran estado destinados a ser amigos.
—Siempre me hace feliz pasar tiempo contigo —dijo Gustavo de repente, rompiendo el silencio.
Juan Pedro lo miró, sorprendido por la franqueza de la declaración. —A mí también —respondió, sintiendo que sus palabras eran insuficientes para expresar lo que realmente sentía.
Esa noche, en su habitación, Juan Pedro no podía dejar de pensar en lo que Gustavo había dicho. Había algo en esas palabras que resonaba profundamente en él. Se quedó despierto, mirando el techo, tratando de entender por qué sus sentimientos hacia Gustavo se estaban volviendo tan complicados. Pensó en las bromas de Lía, en cómo siempre había rechazado la idea de que él y Gustavo pudieran ser algo más que amigos. Pero ahora, esa posibilidad parecía menos absurda y más aterradora.
El viernes, Juan Pedro decidió que necesitaba hablar con alguien. Durante el almuerzo, se acercó a Lía, quien estaba sola en una mesa, revisando su teléfono.
—Lía, ¿podemos hablar? —preguntó, con una sensación de urgencia en su voz.
Lía lo miró con curiosidad. —Claro, J.P. ¿Qué pasa?
Juan Pedro se sentó frente a ella, sintiéndose vulnerable. —Es sobre Gustavo. Es que, no sé... últimamente, me siento raro cuando estamos juntos. Es como si... no sé cómo explicarlo, pero me siento diferente.
Lía lo miró con comprensión, sin rastro de sorpresa en su expresión. —¿Diferente cómo? ¿Como si te gustara?
Juan Pedro asintió lentamente, sintiendo un nudo en el estómago ante la pregunta tan directa de Lía. —Sí, algo así. Es raro porque siempre pensé que solo me gustaban las chicas, pero con Gustavo es... no sé, me siento bien cuando estoy con él. Como si todo tuviera más sentido.
Lía sonrió con amabilidad. —Es normal sentirse confundido. A veces, los sentimientos no son tan claros como quisiéramos. Lo importante es que seas honesto contigo mismo. ¿Has pensado en hablar con él sobre esto?
—No estoy seguro —admitió Juan Pedro, rascándose la cabeza nerviosamente—. ¿Y si no siente lo mismo? ¿Y si solo somos amigos y yo estoy arruinando todo?
Lía lo miró con firmeza. —Tienes que decidir qué es más importante para ti: seguir viviendo con dudas o arriesgarte y descubrir la verdad. A veces, vale la pena tomar ese riesgo.
Juan Pedro asintió, agradecido por las palabras de Lía. Mientras regresaba a clase, sintió un nuevo sentido de claridad. Sabía que hablar con Gustavo sería difícil, pero también sabía que no podía seguir viviendo con esa incertidumbre. Necesitaba saber la verdad, sin importar cuál fuera. Mientras se preparaba para el fin de semana, su mente estaba decidida: hablaría con Gustavo y enfrentaría sus sentimientos, dejando que el destino decidiera el resto.
...Fin del Capítulo...
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"Amor inesperado" JP × G
Romance"El viaje de dos amigos que se convirtieron en amantes" Vive una historia sincera sobre cómo la amistad se convierte en algo más entre dos amigos cercanos. Sus bromas, que alguna vez fueron inocentes, ahora tienen un toque de nostalgia mientras nav...