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Mi padre cometió un error al hablar de ellos.
Era una cascada ardiente. La luz de color roja cubría mi piel gris, los residuos de oscuridad pintaban mis orbes, las llamas bailaban en mis pies y las lenguas de fuego acariciaban mi cabello. Ira.
Era una tormenta eléctrica. Un desastre de relámpagos y truenos, cruzando mi cabeza una y otra y otra vez. Miedo. Me estaba ahogando, ahogando en el dolor que sentía mi amigo fiel. Culpa mía.
El invierno que sentía en mi interior se desvaneció como los cálidos rayos del sol de verano, cuando el latigazo color verde golpeó mi pecho.
La oscuridad había llegado a cobrar su venganza, lanzarles puñales disfrazadas de letras en la revista no era buena idea, y alguien debía pagar por ello. Querían a mi hermana, a cambio de información sobre donde estaban los rayos de las tormentas verdosas, no teníamos nada… y solo desee con todas mis fuerzas que mi hermana y mi padre pudieran huir cuando mi alma se apagó al igual que los sueños que quise cumplir alguna vez.
Me gustaban los animales mágicos… pero conocer los que nunca he visto no estaban en mis planes.
Solo me fui a casa, cerré los ojos y pedí un deseo.
Quería brillar al lado de mi madre.
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Solo quería ver sus ojos azules y ahogarme en ellos.
Decirle que no hay nadie más en este mundo que pueda salvarme, excepto ella.
Que solo seamos ella y yo.
Lo que sea que haya bebido sabía a cenizas. Sabía a metálico, sangre, que corría por las malditas venas de un fantasma, sabía a envidia líquida, sabía a amargas mentiras blancas y agujas ahogadas en llamas.
Pero en no menos de unos segundos, mi interior se convirtió en fuego. Fue un ácido que apuñaló mis pulmones, llenándolos con una sustancia sucia hasta el borde. Dolor.
Grito, grito y grito y sin embargo, nada cambia.
Sangro, sangro y sangro y sin embargo, nunca es suficiente.
Pero era muy tarde para mi. La dañe, nos dañe, todo por la autoridad sobre mi. Todo por el juramento que no pude deshacer.
Quise correr hacia ella cuando el mundo se vino abajo y la oscuridad infesto Hogwarts pero era muy tarde. La guerra había dado comienzo, y solo habría un fin.
Dolor. Gritos. Hechizos. Cuerpos. Muerte. Y más muerte.
¿Qué clase de dolor estaba presenciando?
Uno que no quería para nadie.
pensé que la bebida jugaba con mi cordura, pero ante mis ojos una luz verde destelló una vez más sobre la superficie.
—¡Astoria!
Tu voz resonó como un eco amortiguado y a tu alrededor del mundo se mancho de oscuridad.
Astoria había apartado a Luna para que el hechizo no la golpeará. Había quedado entre el fuego cruzado, y cuando quiso reaccionar para atacar, el mortífago había apagado su alma y sus ojos fueron cegados por un brillante color esmeralda. Dándole por fin el descanso que su alma pedía a gritos.
Soleil había perdido su alma protegiendo a su hermana, y creyendo que Astoria sería feliz con alguien más.
No pensé en el después.
Astoria la siguió meses después protegiendo a la hermana de su amada, creyendo que Soleil aún seguía viva, y sería feliz con alguien más cuando todo acabará.
Tan cruel era la vida como para dejar que dos almas destinadas a amarse se reencontraran cuando volvieran a casa. En el mismo cielo, junto a las estrellas.
Muchos creen que la vida es como un libro, que solo debes pasar las páginas. Pero la vida simplemente puede ser como un diente de león, lo soplas… y ves como los años van pasando hasta ves las flores irse con el viento y flotar lejos. El diente de León para Soleil y Astoria nunca soltó sus flores, hasta que se marchito junto con el deseo de poder haber sido algo más.
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