❝𝐒𝐮𝐠𝐮𝐫𝐮: "Dime que me amas, aunque sepa que no es verdad. Sólo necesito oírte decirlo por lo menos una vez. Te lo pediré de rodillas como un buen chico."
𝐒𝐚𝐭𝐨𝐫𝐮: "Quédate cerca mío, no sé quién soy cuando me dejas, no sé que hacer sin t...
TW:Manipulación, estafa, NSFW, mención de abuso físico y sexual, mención de asesinato, mención de trata de blancas.
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❝No soy alguien cuyo fanatismo por los animales sea destacable, aunque tampoco aludo a que los detesto. Aquellos pobres inocentes no tienen inherente esa maldición llamada consciencia humana —pero, la misma experiencia me hace creer que ni el hombre ni yo la seguimos poseyendo—, no saben lo que es desearle la muerte a alguien, pues, para la especie animal, el asesinato no es más que un instinto de supervivencia implantado.
Aunque, hace tiempo que conseguí dos mascotas que se adoptaron por cuenta propia y aprendieron a matar saliendo de aquel encuadre que manda la cadena alimenticia, la supervivencia cae en un plano desmeritado. Son mis perros, un Husky Siberiano y un Pastor Alemán, que me adoran y me siguen a cada paso que doy, son muy protectores y a veces ladran o le muestran los colmillos a la gente que consideran peligrosa. Obedecen mis ordenes muy gustosos y hacen todos los trucos que les pido. Cuando se portan bien, los saco a pasear, o los llevo a jugar a mi habitación, pero saben que está prohibido dormir en la misma cama que su dueña.
No hay que tenerles miedo porque no muerden... al menos, no a mí.
Y, si me desobedecen, reciben sus castigos sin una micra de temor —casi me atrevo a decir que tienen un gusto adquirido por el castigo—, por lo que los tengo muy bien educados, es por eso que siempre permito que me acompañen. Son unos buenos chicos que harán todo lo que tengan en sus posibilidades para hacer feliz a su dueña.
Lamentablemente, contentarme es una tarea difícil y los trucos que les ordeno hacer para entretenerme, muchas veces se les complican o terminan en derramamientos de sangre.❞
–???
Para aquel que es víctima de las garras mugrosas de la prensa manipulada, la peor parte de transportarse de un sitio a otro, no es la aglomeración de reporteros con sus micrófonos esponjados que parecen querer empujar dicho objeto hasta la profundidad de tu garganta. No son las pesadas cámaras que enfocan desvergonzadamente hasta el más oculto y pequeño poro de tu rostro. Tampoco la foto horrible que te toma el paparazzi con la pura intención maliciosa de que, aún como celebridad, —es horrible acudir al término en este momento— termines viéndote como el ser más desagradable y deformado que pudo crear el hombre, o Dios. Y específicamente, esa foto tomada intencionalmente desfavorable desde tus peores ángulos, va a ir meticulosamente decorada con unas letras rojas en las que se te insulta como la peor difamadora de todos los tiempos.
Y ni así, esa sería la peor parte.
Lo que es realmente lo peor, es ese pitido ensordecedor que elimina tu noción del espacio y tiempo cada vez que oyes el ruidoso clic de las cámaras disparando hacia tí, y en menos de lo que podría durar un milisegundo cae sobre ti una avalancha de:
