Capitulo 6

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No sé cuánto tiempo pasó, ni adónde fui siquiera. Apenas podía escuchar los sonidos a mi alrededor, pero aún no lograba ver. Recordaba bien la sensación de desmayo y sabía que estaba recobrando la consciencia. Ramas quebrándose, pasos lejanos y el motor de un coche encendiendo que luego se volvió lejano. Era todo lo que podía escuchar. Ya comenzaba a poder ver borroso y con dificultad. ¿Un bosque? ¿Dónde estoy?
Por lo poco que podía ver a mi alrededor, suponía que era un bosque, hasta que al fin pude tener la vista clara. Sí, era un bosque. Empecé a perder la paciencia al darme cuenta de que mis manos estaban atadas, al igual que mis pies. El bosque estaba en penumbras; los árboles desnudos y llenos de nieve. La nieve congelada entumecía mis huesos. Debía hacer algo o moriría de frío. No sabía cuánto tiempo llevaba aquí, pero suponía que secuestrada llevaba más. A lo lejos, en el cielo, ya podía verse cómo la noche iba aclarando, lo que significaba que el amanecer estaba cerca.
¿Pero qué había ocurrido? ¿Qué me habían hecho? ¿Quiénes eran ellos? ¿Por qué no recordaba nada? ¿Acaso todo este tiempo había estado desmayada? Forcejeé con mis pies para tratar de zafarme de las cuerdas que me ataban, y para mi suerte, estaban un poco flojas, lo que me fue de gran ayuda. Quité mis zapatos con mis propios pies y pude sacarlos del amarre. Noté la fría nieve en el instante en que mis pies descalzos la rozaron y entonces me di cuenta de que no debía llevar mucho tiempo allí; de lo contrario, ya estaría muerta. La temperatura parecía estar muy baja.
—¡Ayuda, por favor! ¡Alguien que me ayude! —grité desesperada, pero lo único que logré fue que los cuervos salieran volando.
No había nadie que pudiera ayudarme. Iba a morir. No tenía que luchar para sobrevivir. Entonces lo recordé. Al despertar, escuché un auto. Eso quería decir que... Oh Dios, la carretera estaba cerca. Decidida y muy feliz de por fin tener una esperanza, me levanté y corrí hacia donde había escuchado el coche, sin importar lo fría que pudiera sentirse la nieve bajo mis pies. Me caí al suelo; después de todo, aún tenía las manos atadas y eso me hacía más difícil moverme.Sonó un "cling" y supuse que se trataba de mi celular. Oh, mi celular, todo este tiempo con mi celular en el bolsillo y no me había percatado de ello. Qué idiota era. Pero tenía un problema mayor: mis manos estaban atadas. No tenía acceso a él. Sin más opciones, me levanté y seguí corriendo, pero volvió a sonar nuevamente el teléfono. Me detuve; debía desatar mis manos y coger ese teléfono para llamar a alguien.
Recordé las películas. En los secuestros, cuando el protagonista quería desatarse la cuerda de las manos, buscaba un objeto filoso. Miré a todas partes, sin encontrar algo que pudiera ayudarme. ¿Qué más podría hacer? Oh, cierto.
—Claro —dije en voz alta.
Pasé mis manos al frente. Me tiré al suelo y procedí con lo que tenía pensado hacer. Pasé una pierna por la apertura entre las dos manos, luego la otra, y hasta que logré pasar todo el cuerpo y quedé con las manos hacia adelante. Mi respiración estaba agitada tras tanto esfuerzo, así que traté de recomponerme antes de seguir. Me levanté del suelo aferrándome a un árbol. Con mis manos aún atadas, abrí el zipper del bolsillo de mi abrigo y tomé mi iPhone con mucho cuidado para que no se cayera. La pantalla se iluminó, dejándome ver las notificaciones.
Un mensaje de Papá: "¿Cómo amaneciste?".
Por Dios, cree que estoy en California. ¿Qué hora cree que es aquí?
Pero mi vista recayó en la siguiente notificación.
Un mensaje de Desconocido: "La vida es injusta; la verdad no tengo nada contra ti, pequeña Maxi. Pero a veces nuestro enemigo está frente a nuestras narices y no lo vemos. Cuídate, preciosa. En cualquier sombra se puede esconder un demonio. Espero hayas estado cómoda mientras permanecías inconsciente. Parecías un ángel. P.D.: tu demonio."
Al leer el remitente, una sensación de familiaridad me invade, como si ya hubiera leído algo así antes. Lo ignoro. Ahora ya sabía quién era mi secuestrador. El acosador idiota. Retiro mis palabras. No es ni acosador ni idiota. En realidad, no sé lo que es ni lo que quiere conmigo; solo sé que no es para nada idiota. Ahora sabía que esto iba en serio. Tengo que irme de aquí, encerrarme en mi casa y no salir. No sé si se le ocurrirá secuestrarme otra vez y tal vez a la segunda no sea tan benevolente y decida hacerme daño.
Guiada por el miedo, llamé a la única persona en la que podía confiar, con la única que podía ser un libro abierto: Adele. No estaba segura de que estuviera dispuesta a ayudarme, pero debía intentarlo. Me las arreglé como pude con mis manos atadas y presioné para llamar. Tardó un poco en contestar.—Abby, hola. Me alegro que me llames —dice con su típica voz dulce del otro lado de la línea.
—Ne-necesito tu ayuda —dudé un poco, pero al final lo dije.
—Sí, claro, dime, ¿qué necesitas? —dijo dispuesta, sin imaginarse de lo que se trataba.—Te enviaré mi ubicación. ¿Puedes venir a buscarme?
Se hizo el silencio.
—Sí, claro —aceptó—. Envía la ubicación; enseguida estoy ahí.
Le envié la ubicación a mi psicóloga y caminé hasta llegar a la carretera. Luego de esperar un largo tiempo, llegó Adele en su Mercedes gris. Se detuvo y abrió los ojos como platos al verme con las manos atadas. Subí rápido y ella solo me miró con su típica mirada de "me debes una explicación", pero sin embargo no dijo ni una sola palabra al respecto; solo se limitó a llevarme hasta mi casa.
—Abby —dijo luego de desatarme las manos cuando aparcó frente a mi edificio—. Siempre que necesites hablar o simplemente mi ayuda, me tienes aquí, ¿ok?
—Sí, lo sé —me acerqué a ella y la abracé—. Gracias. Ahora solo quiero entrar a mi casa y tener un poco de tranquilidad, pero luego te lo contaré todo.
—Vale, descansa y no te metas en más líos —dijo una vez se separó de mí.
Cuando llegué a mi puerta, estaba abierta. Entré con cuidado, temiendo lo peor. No sé por qué, pero sentía que no iba a tener tranquilidad en mi casa. Entré para indagar sobre lo que ocurrió. Al entrar en el salón, vi una caja pequeña en la mesa de café. Me acerqué; era roja, una simple caja de regalo, pero definitivamente yo no había dejado allí. Tomé la caja en mis manos con cuidado, temiendo lo que pudiera haber adentro.
La puerta de entrada sonó muy fuerte al cerrarse, haciendo que me llevara un gran sobresalto, provocando que la caja cayera al suelo y se abriera, dispersando su contenido. Sí, había alguien en la casa y se acababa de ir. En serio, tenía un acosador-secuestrador obsesionado conmigo. Me acerqué a la caja, agachándome donde había caído, y algo llamó mi atención: era una foto. De fondo se podía ver que era una casa en un bosque. En ella estaban tres chicos que no pude reconocer y un pelirrojo que jamás podría olvidar. Mi hermano.
Una lágrima rodó por mi mejilla al verlo ahí después de tanto tiempo. ¿Qué tenía que ver todo esto con él? No podía entender de qué se trataba todo esto. Vi que también había una nota en el suelo. La cogí, intentando entender todo esto.
"Si recuerdas a tu pequeño hermano Max, que no es tan pequeño, por cierto. Ya tiene 18 años; ¿quién diría que hace ya dos años desde aquello? Ha llegado lejos, la verdad. En el infierno trata de sobrevivir, pues aquí él no es el único demonio. Y folla de maravilla, por cierto. P.D.: tu demonio."
Por más que leía, sus palabras no tenían ningún sentido. Solo lograron atormentarme más. Seguro ese era su objetivo: atormentarme usando el recuerdo de mi hermano, y lo logró. Hablando de él como si fuera la peor persona del mundo, diciendo que está en el infierno. En serio, este tipo está de remate. Parece que me conoce más de lo que creía.Tomé la caja en mis manos; en un momento de ira, la tiré contra la pared, pero quedó ilesa. Me levanté del suelo y caminé hasta mi habitación. Todo lo que quería era encerrarme en ella y esperar a que todo pase, esperar a que se olvide de que existo y deje de molestarme. Llorar en paz, sentir dolor en paz.
La luz de la habitación estaba apagada, así que entré sin encenderla y me acosté en la cama. Algo duro, pequeño y frío se aplastó debajo de mí. Me quité de encima lo que fuera y lo cogí con la mano, sin poder evitar soltar un grito al ver que se trataba de una rata muerta. Corrí al interruptor para encender la luz y asegurarme de lo que veía. Pero ahora mi vista se centró en algo que hizo que mi cuerpo se estremezca. Otra nota. Me acerqué hasta la cama y tomé la nota en una de mis manos, olvidando por completo a la rata. La leí.
"Acabarás como ella si vas al infierno. Pero acabarás viniendo de todas formas. Jamás dejas un misterio sin resolver, pero te recomiendo que esta vez no lo resuelvas. Te quiero hacer caer, pequeño ángel. No me des motivos para apresurar tu fin. P.D.: Tu demonio."
Ya no podía más; no estoy segura en ningún lugar, ni siquiera en mi propia casa.

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