Capitulo 7

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Todo en mi cabeza era un torbellino. No paraba de darle vueltas a las palabras del demonio, por así llamarlo.
En cada nota, usaba metáforas sobre el infierno, el peligro y... mi hermano. Algo tenía claro: estaba jugando conmigo, con mi mente, y lo peor era que eso le divertía. Eso me hacía temer más por mi vida.
Por eso estaba despierta a las 3:00 a.m; en realidad, no había dormido mucho. El miedo se había apoderado de mí. Traté de cerrar los ojos con todas mis fuerzas para intentar dormirme, pero era en vano; no logré conciliar el sueño.
Me levanté de la cama, harta de moverme de un lado a otro sin poder dormir, y me senté en el borde. Mis ojos se posaron en la mesa de noche junto a mi cama: mi celular.
Estiré la mano hacia él, recordando que podía contar con Adele. Necesitaba desahogarme con alguien o me volvería loca, y Adele seguramente estaría dispuesta a escucharme y ayudarme. No podía navegar sola cuando el mar se tornaba violento. Jamás pude.
A punto de marcar el número de mi psicóloga, recordé las palabras de la última nota del demonio:“Te quiero hacer caer, pequeño ángel. No me obligues a apresurar tu fin”.
Un fuerte escalofrío recorrió mi cuerpo y no tuve el valor suficiente para hacerlo. No pude; temía por lo que me podría pasar si lo hacía.
El sol se había puesto y yo aún no había logrado dormir ni una hora. Al levantarme, vi mi reflejo en el espejo y me quedé sin aliento ante lo que vi. Jamás había estado así desde la muerte de mi hermano. Tan pálida. Las ojeras eran inminentes debajo de mis ojos. Mi cabello era un desastre; lo llevaba recogido en una coleta que ahora yacía deshecha. En realidad, era un desastre en este momento. Ni siquiera había tomado una ducha en dos días. Solo llevaba puesta mi ropa interior y encima una camisa de estrellas que simulaba ser el espacio.
Abrí la puerta y caminé hasta la cocina, a pesar del temor que me daba pensar que pudiera haber alguien en la casa que intentara hacerme daño. Pero debía ser fuerte, aunque me costara un poco.Todo parecía normal. No había más notas. Recorrí la casa en busca de alguna, pero no encontré nada, por suerte. Así que, tras asegurarme de cerrar la puerta con seguro, me dirigí a la cocina para comer algo. Llevaba un tiempo sin comer. En verdad, me había descuidado un poco.
Abrí el refrigerador para ver qué tenía, pero me paralicé al ver lo inesperado: una nota pegada a la jarra del agua. Había estado aquí.
La tomé, resignada a mi desgracia, pensando que no podía seguir así. Debía hacer algo.“Te estoy observando, preciosa. Luces muy bien con ese camisón de estrellas. Recuerda, ángel, no quiero apresurar tu fin. Si le cuentas a alguien, me veré obligado a hacerlo”.
P.D.: tu demonio.
¿Qué se suponía que debía hacer? ¿Unirme a su juego y pasar toda mi vida con miedo?
Claro...Debo hacer eso. Debo irme con mi padre. Tenía razón cuando dijo que aquí no estaba segura sola. Ahora veo la realidad.
Alguien tocó la puerta, haciéndome sobresaltar. Caminé hasta ella y observé por la mirilla para ver de quién se trataba. No sabía quién era. Del otro lado, solo podía ver a un desconocido.
—¿Qué quiere? —pregunté con la voz entrecortada.
—Solo vengo a entregar un pedido a nombre de... —siguió mirando la planilla— Abby Maxwell.
—No, yo no he hecho ningún pedido —informé, aún con la puerta cerrada.
—Puede salir, por favor, que me está haciendo perder el tiempo —dijo, subiendo la voz—. Tengo un montón de pedidos que entregar todavía —soltó una bocanada de aire, intentando calmarse—. ¿Podría abrir la puerta, por favor? —dijo con fingida calma.
Cansada de lidiar con tantas cosas, abrí la puerta para recibir el pedido que nunca hice.
—No pedí nada, pero ¿cuánto tengo que pagar? —dije, cogiendo la pizza con una mano.
—Ya la pagaron.
—¿Pero cómo? Si supuestamente yo la pedí, ¿cómo va a pagarla alguien más? No entiendo, de verdad, qué tipo de servicio hacen ustedes —grité al hombre. Lo miré
—. ¿Sabe qué? Ya no la quiero —se la di.—Espera —dijo angustiado—. Quien la pagó me dijo que debías recogerla. Que por nada del mundo podía dejar de dártela.
—¿Qué? ¿Quién? —una persona me pasó por la mente—. ¿Puedes decirme cómo era?—No lo sé. No le vi el rostro porque me obligó a estar de espaldas. Pero su voz... su voz era amenazante y fría. Era la voz de alguien joven.
—Está bien —di dos palmaditas en su hombro, tomando mi maldición: la pizza.
Entré en mi casa y hice caso omiso a la pizza, dejándola a un lado.Mi celular sonó. Temí lo peor: ¿demonio de nuevo? No podía ser, no ahora que quería.
Fui hasta donde estaba el celular y lo cogí. Era un mensaje, y para mi suerte, que comenzaba a mejorar, no era mi acosador.
Llamada perdida de Idiota Suicida. Mensajes no leídos de Idiota Suicida: Ayer: Hey, quedamos para hablar. ¿Estás ocupada mañana?
Hoy: Hola. ¿Estás ahí? ¿Te ocurre algo?
Parecía que nadie recordaba que existía, excepto dos personas: el demonio y Bruno. Ahora que alguien se preocupaba por mi existencia, que no fuera el acosador, no me convenía ignorarlo, y menos tratándose del idiota suicida, que siempre ha estado apoyándome en cada una de las locuras que hemos compartido. Teníamos confianza, en cierto modo. Ambos hemos pasado por cosas difíciles.
En un intento de olvidarme de mi situación, vi que oprimí el botón de llamar. Dio tono dos veces y luego escuché su voz. Era tan gruesa y a la vez delicada. Era inexplicable.
—Abby, hola, ¿estás viva? —rió—. Digo esto porque llevo días intentando hablar contigo y pareciera que te tragó la tierra.
Sonreí, afligida.
—E-estoy bien.
—¿Estás segura? —hizo una pausa, esperando una respuesta, pero me quedé callada—. No me estarás diciendo que estás bien para pasar de mí, ¿verdad? —hizo otra pausa—. Me interesa saber cómo estás en realidad. Conmigo no hay por qué mentir.
—¡Me asustas! —bromee—. Pareces conocerme muy bien sin siquiera conocerme.
—No evadas el tema.
—Está bien. No estoy nada bien.
Recordé cada nota, el bosque, todo lo que pasé para lograr salir de allí, el día lleno de notas amenazantes. Lo de mi hermano. En verdad, todo esto estaba acabando conmigo. Empecé a sollozar.—Abby, estás llorando —dijo, preocupado.
—No —dije, aún sollozando.—¿Qué te ocurre, Abby? Sé que estás llorando, no soy idiota, pero dime por qué. ¿Qué te ocurre? ¿Alguien te hizo algo?
Sonaba preocupado por mí. No sabía que nos hubiéramos vuelto tan cercanos, pero era así, y yo no tenía nada en contra. En realidad, necesitaba un amigo.
—Iré a tu casa. Debes decirme qué carajos te pasó. No puedes cargar con todo tú sola.
Así, colgó, dejándome llorando allí sola mientras recordaba todo lo que el dichoso demonio me había hecho sentir. Sentimientos que desde hace mucho no experimentaba.

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⏰ Última actualización: Aug 10 ⏰

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