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Las palabras de Leona colmaron de calidez el corazón de Diana, que sintió cómo la tensión acumulada en sus hombros se desvanecía al saber que su amiga seguía a su lado. Sin decir una palabra más, ambas se abrazaron con fuerza, sintiendo el alivio de estar juntas después de tanto tiempo de separación.

Era un abrazo que hablaba de amor, de lealtad y de un vínculo que había perdurado a pesar de las dificultades. Ninguna de las dos quería soltarse, aferrándose a la promesa tácita de que enfrentarían cualquier adversidad juntas.

El abrazo duró una eternidad, y aun así, fue demasiado breve. Finalmente, Diana se separó un poco, pero solo lo suficiente para mirarse a los ojos. En ese instante, se dieron cuenta de que el momento que habían anhelado durante tanto tiempo estaba finalmente al alcance.

La vez anterior, su beso había sido interrumpido, pero ahora, no había nada que las detuviera.

Con una mezcla de amor y resolución, Diana se inclinó hacia Leona, cerrando la distancia entre ellas. Leona sintió que su corazón latía con fuerza, como si cada latido marcara el inicio de algo hermoso y nuevo. Con un suspiro lleno de emoción, se encontró con Diana a medio camino.

Sus labios se encontraron en un beso que contenía la dulzura de todos los momentos perdidos y la esperanza de todos los futuros posibles. Era un beso lleno de significado, una afirmación de que todo el dolor y la incertidumbre habían valido la pena. Era un momento que había soñado una y otra vez, y ahora que finalmente estaba sucediendo, Leona sintió que el mundo se desvanecía a su alrededor.

Todo lo que importaba era Diana, y el conocimiento de que su amor era correspondido. La conexión que sentía en ese momento era algo que había anhelado durante años, y la realidad superaba incluso sus sueños más preciados.

El beso se prolongó hasta que ambas se quedaron sin aliento, pero ninguna de las dos quería separarse. Permanecieron cerca, con sonrisas tímidas y miradas llenas de promesas. En ese instante, comprendieron que habían recuperado algo esencial, algo que las sombras nunca podrían arrebatarles.

—Te he extrañado tanto —susurró Diana, su voz temblando con emoción.

—Yo también te he extrañado —respondió Leona, sintiendo que las palabras apenas eran suficientes para expresar la magnitud de sus sentimientos.

El cuarto estaba envuelto en una suave penumbra, iluminado solo por la tenue luz de una lámpara de mesa. Después de su beso, Leona y Diana se recostaron en la cama, compartiendo el colchón mientras el mundo exterior se desvanecía. La intimidad del momento era una burbuja de tranquilidad y seguridad, donde solo existían ellas dos.

Acostadas una al lado de la otra, sus manos se entrelazaron de forma natural. Diana jugaba suavemente con los dedos de Leona, disfrutando de la calidez y el contacto. Era un gesto que decía mucho más de lo que las palabras podían expresar: la confianza, la conexión, y el amor que había permanecido intacto a través de los años.

—Siempre te he amado, Leona —confesó Diana, susurrando como si el universo estuviera escuchando—. A los siete años, les dije a mis padres que me casaría contigo.

Leona rió suavemente, una risa que era mitad sorpresa y mitad alegría. Sus ojos se encontraron, y el amor reflejado en ellos era tan profundo que podría llenar cualquier vacío.

—¿En serio dijiste eso? —preguntó Leona, con una sonrisa que iluminó su rostro.

Diana asintió, con una mirada tierna y nostálgica.

—Sí, lo hice. Me miraron con cara de sorpresa, pero lo decía en serio. Siempre supe que había algo especial en ti, algo que me hacía sentir completa.

Noche sin estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora