El amanecer

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Sakura despertó en la pequeña cama que, el día que llegó dedujo, fue la de Kakashi.

Le había parecido que era lo mejor, dormir allí y no ocupar la habitación de sus padres. La habitación era simple pero acogedora, impregnada con un aroma sutil que le recordaba a Kakashi.

Fue hasta la cocina y sacó la bolsa de galletas que Nakami-sama le había obligado a coger cuando fue a pedirle las llaves.

El recuerdo de la conversación con la mujer le arrancó una sonrisa.

-o-

Sakura llamó a la puerta de la casa de Nakami-sama, una construcción antigua que parecía ser parte de la historia misma del pueblo. La puerta se abrió con un suave chirrido, y la mujer mayor, de cabello canoso y sonrisa cálida, apareció en el umbral.

—Eres la chica que vino con él hace poco, ¿verdad? —dijo Nakami-sama, sus ojos chispeando con curiosidad.

Sakura asintió, sonriendo un poco avergonzada.

—Sí, soy Sakura. Vengo a pedirle las llaves de la casa de la playa, si no es mucha molestia.

—Entra, acabo de hacer galletas. Así me cuentas cómo le va al muchacho —invitó Nakami-sama, abriendo más la puerta e indicando con un gesto que pasara.

Sakura dudó un momento, pero el olor a galletas recién horneadas era tentador, y la calidez en la voz de la anciana la hizo sentir bienvenida. Entró en la casa y se dirigió hacia la pequeña cocina, donde el aroma a vainilla y chocolate llenaba el aire.

La tarde pasó rápidamente. Sakura se encontró sentada en una mesa pequeña, rodeada de un agradable desorden de tazas de té y platos llenos de galletas. Nakami-sama escuchaba con atención mientras Sakura le hablaba de Kakashi, de sus logros como ninja, de su próximo ascenso a Hokage, y de lo mucho que significaba para todos en la aldea.

—Ese chico siempre fue especial, ya sabes —comentó Nakami-sama con una sonrisa, sus ojos llenos de un cariño maternal—. Siempre sonriente y con un corazón enorme. Recuerdo una vez, cuando era niño, se quedó afuera bajo la lluvia solo para asegurarse de que todos los gatos callejeros del pueblo estuvieran a salvo. Volvió a casa empapado, pero con una sonrisa de satisfacción

Sakura se rio ante la imagen de un joven Kakashi cuidando de los gatos del lugar, y su corazón se calentó al saber más sobre él.

—Es un hombre increíble —respondió Sakura, tomando un sorbo de té—. A veces me sorprende lo mucho que se preocupa por los demás, incluso cuando no lo muestra.

Nakami-sama asintió, sus ojos llenos de amor.

—Una vez, cuando su madre lo llevó al mercado local. Vio a un anciano que había tropezado, derramando sus verduras por toda la calle. Kakashi era solo un niño pero, sin pensarlo dos veces, corrió a ayudarlo, recogiendo cada verdura y colocándolas cuidadosamente en la canasta del hombre. Luego, caminó con el anciano hasta su casa para asegurarse de que llegara sano y salvo. Su madre estaba muy orgullosa de él, de su bondad y compasión.

Las horas pasaron rápidamente mientras compartían historias. Nakami-sama, con un suspiro, finalmente se levantó para buscar las llaves.

—Aquí tienes, querida. Cuida bien de esa casa. Es un lugar especial, como lo es él.

Sakura tomó las llaves. Agradeció a Nakami-sama por la hospitalidad y las historias, y se despidió prometiendo volver pronto.

Al salir de la casa con una bolsa de galletas y las llaves de la casita en su mano, Sakura pensó en lo que Nakami-sama había dicho sobre Kakashi, que siempre había sido un niño sonriente. Era difícil imaginarlo así, tan distinto de la imagen reservada que ella conocía.

Dormir bajo techoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora