Capítulo 27

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LUCRECIA

Su melena rubia le permitía distinguirse sobre el resto. Su cuerpo seguía siendo tan esbelto como lo recordaba.
Mi corazón latió rápido y mi cuerpo se tensó. ¿Cómo era posible que ellos estuvieran aquí? ¿Qué hacían personas tan ilustres de Continente en tierras mágicas?¿Todo este tiempo conocían la verdad? ¿Lord Fyodor rozó mis labios y acarició mis mejillas sabiendo que mi hermana sería secuestrada? ¿Fue todo un engaño?
    Todos mis pensamientos fueron frenados de golpe cuando escuché a alguien tocar mi puerta.
    Me sobresalté y mis piernas fallaron. No me dio tiempo de agarrarme y caí al suelo. Me quedé mirando petrificada mi bastón y tras escuchar el golpe la persona que se encontraba al otro lado entró rápidamente para ayudarme.
    —¡Lu! ¿Estás bien?
    Ellos lo sabían todo. Durante todo aquel tiempo mi hermana y yo solo habíamos sido peones que habían movido en su partida de ajedrez a su gusto.
    —¿Lucrecia, me estás escuchando?¿Qué has visto?
    Miré a la mestiza, quien fue capaz de leer el miedo en mi rostro.
    Me ayudó a levantarme y mientras me senté en el borde de mi cama aprovechó para asomarse a la ventana.
    —Los invitados del señor ¿Los conoces?
    Asentí.
    —Todos ellos... Estaban en el baile la noche que me secuestraron.
    Helia expresó sorpresa.
    —¿Los representantes de los reyes de los que me hablaste?
    Volví a asentir.
    —Espera, ¿conocen a Lucius?
    —Hay algo que no te conté de esa noche, Helia.
    Me miró y su expresión cambió a la seriedad.
    —¿Ves al hombre rubio y alto?
    Se volvió a asomar.
    —Lo veo.
    —Esa noche... Nos escabullimos a uno de los balcones. —Hice una pausa—. Nos besamos y prometió que pediría mi mano a mi padre. Después Lucius le atacó y para salvarle... Me hice pasar por mi hermana e imploré a tu señor que me llevara con él.
    Helia palideció.
    —¿Acaso... Amaste a alguien que no conocías? —gruñó.
    —En aquel entonces creí amarle. Fui necia. La pasión y las ansias de libertad nublaron mi razón.
    Me llevé las manos al rostro. Temblaban.
    —Esta situación está pudiendo conmigo —balbuceé.
    Sentí el mundo hundirse durante unos segundo. ¿Cómo iba a ser capaz de mirarles a la cara como si nada hubiese pasado? ¿Cómo iba a conseguir hacerles pensar que era Melania? Me sentía tan cansada.
    Noté las manos de Helia apoyándose en mi cabeza y espalda de una manera gentil. Terminó rodeándome con sus brazos y apoyando mi frente en su pecho.
    —Comparte el peso conmigo de tu pesar conmigo, Lucrecia.
    Se separó y puso sus manos rugosas sobre mis mejillas. Las acarició con sus pulgares y me hizo mirarla a los ojos.
    —¿Qué ha pasado? ¿Por qué llevas dos días tan angustiada?
    Cogí aire y limpié mis pequeñas lágrimas.
    —Cerré el trato con el marcado. Es nuestro aliado a partir de hoy. Nos ayudará a escapar el día del solsticio de verano y nos guiará hasta el Monasterio Iluminado, en Banelux. Allí estoy segura que existen personas aliadas de mi familia.
    Helia me miraba con una expresión seria.
    —¿Qué le has prometido ha cambio?
    Tragué saliva. Era la peor parte del trato. Pero debía ser honesta con ella.
    —Le prometí que le devolvería sus recuerdos.
    Helia abrió mucho los ojos. Se separó de mí.
    —No sabes lo que has prometido. No eres consciente.
    La frialdad de mis mejillas al no tener sus manos sobre ellas me dolió más de lo que esperaba.
    Entonces me puse de pie y la miré a los ojos, decidida.
    —Podremos encontrar el fragmento de su alma. Solo necesito acercarme más a Lucius y averiguar dónde lo esconde.
    —Encontrar un fragmento de alma en este palacio es como encontrar una aguja en un pajar. Y más para ti, que eres humana. No sé si eres capaz incluso de poder ver las almas cuando están fuera de sus respectivos cuerpos.
    Entonces cogí sus manos con decisión.
    —Para eso te tengo a ti, Helia. Sabes que podemos con esto, no dejes que el miedo pueda contigo.
    Encontré en sus ojos un brillo distinto. Un halo que solo veía en ella cuando sus ojos se posaban sobre los míos. Y me sentí muy afortunada de poder contemplarlo.
    —¿Quién ha dicho que me estoy dejando vencer por el miedo?
    —Solo estás exponiendo los posibles problemas y no soluciones. Céntrate.
    Tragué saliva y la miré con decisión.
    —Podemos encontrar el alma de Dominik antes del solsticio. Sé que podemos, sino no hubiera formalizado el trato.
    En ese momento miré la caja donde yacían las alas que Dominik me había confiado. Recordé la sensación que me había producido tocarlas y todo lo que dos voces me habían susurrado. Sentí como un vacío que siempre había existido en mi interior había desaparecido tras tenerlas.
    Las sentía familiares y a la vez no. Era tan extraño de explicar.
    —Dominik me entregó esto como aval.
    Aparté una de mis manos con cuidado. La otra la mantuve agarrada a la de Helia. Quería seguir sintiendo su tacto.
    Tomé la cajita de madera y la abrí para mostrarle las dos esferas de plata que se encontraban en el interior, cada una con un grabado distinto.
    Helia pareció sorprendida. Me miró a los ojos y después devolvió la mirada a las esferas.
    —Alas de un fae. Son... Poderosas. Milenarias. Puedo sentir su gran poder. ¿Son de Dominik?
    —Parece que pertenecieron a un antepasado lejano suyo. Han pasado de generación en generación. Deben ser muy valiosas para él, ya que Lucius le permite tenerlas.
    —Lucrecia, creo que no eres consciente de lo que significa esto.
    Me quedé algo confundida mirándola.
    —Las alas no son un objeto que puedas entregarle a cualquiera. Las alas de los fae tienen vida propia.
    —Eso me había comentado Dominik.
    —No me estás entendiendo.
    —Pues explícate entonces.
    Helia cogió algo de aire para no perder la paciencia.
    —Las alas de los fae tienen vida propia. Así que ellas deciden con quien estar. Aunque Dominik te las haya entregado, las alas suelen huir y buscar a su dueño. Pero si permanecen, es por que confían o prefieren a su nuevo portador.
    Aquello me sorprendió.
    —¿Me estás diciendo que Dominik me las entregó pensando que volverían a él?
    —Es probable que lo supiera. Sus intenciones, las desconozco.
    Helia cogió aire.
    —Será mejor que las guardes bien, no podemos permitir que Dasyra o cualquiera de las oreádes las descubran. Sino te las quitarán y tendrás que dar explicaciones de como las has conseguido.
    En ese momento las esferas empezaron a brillar. Ambas nos sobresaltamos.
    —¿Qué ocurre? —pregunté.
    —No lo sé. Son las primeras alas de fae que veo materializadas.
    Las esferas empezaron a levitar y entre el halo de luz pude discernir como su forma cambiaba, volviéndose más fina y alargada. Entonces se deslizaron entre mis mangas y pegué un pequeño brinco. Noté como el frío del metal se enrollaba en cada uno de mis brazos. Levanté mis mangas al instante para ver que había ocurrido y para mi sorpresa hallé dos brazaletes finos. Uno en forma de serpiente y el otro asemejándose a florituras delicadas.
    —Preferiría ser unos pendientes o unos anillos —escuché la voz de una mujer madura.
    —No seas necia, ¿no has escuchado que no pueden descubrirnos? —la voz de un niño de unos doce años invadió mi mente.
    —¿Has escuchado eso? —cuestioné a Helia.
    —¿El qué? Wow, así que sí es cierto que las alas de los fae son cambia formas, que increíble versatilidad del material. —Helia inspeccionó de una manera casi calculadora mis brazaletes. Era una curiosa insaciable.
    —Helia, esto es serio. Deja el bien de la ciencia para otro momento.
    Se dio cuenta y sus mejillas tornaron a rosado.
    —Perdona, es que nunca había visto unas. ¿Qué ha pasado?
    —He escuchado dos voces, eso es lo que ha pasado.
    —No sabía que las alas de los fae pudieran hablar. ¡Qué interesante!
    —Tu amiga es muy rara —comentó el niño.
    —Respeta a la señorita Lucrecia, ¿no sientes que está asustada?
    Sabían mi nombre. ¿Quería decir que podían escuchar todo? Miré los brazaletes con desconfianza.
    —¿Os ha mandado Dominik y Lucius para espiarme?
    —"Os ha mandado Dominik y Lucius para espiarme" —repitió el niño poniendo voz chillona y aguda—. Serás necia, muchacha. Claro que no.
    —Querida Lucrecia, nos has salvado. Al fin. Esa familia nos tenía en cautiverio. Al fin somos libres —pronunció la voz femenina.
    —¿Cómo? —Aquello me tomó de sorpresa.
    —La familia de Domink no pertenece a nuestra señora. Ellos nos robaron. Nos han obligado todos estos años a ayudarles en sus malditos planes egoístas. —El niño cogió aire.
    —Obligadas a ser vulgares ladronas.
    —¿No se supone que las alas elegís con quien estar?
    El niño rió de una manera ronca.
    —Ojalá fuera tan sencillo. Todo cambia cuando tu compañero aéreo está muerto. No teníamos a dónde ir. Pero ahora sí.
    —Nos recuerdas a ella. Tienes el mismo espíritu. Tan juzgada. Tan incomprendida. Estaremos siempre a tu lado, Lucrecia.
    Por un momento mi madre me vino a la memoria. ¿Quizá se referían a ella? Todos lo hacían.
    —¿Conocisteis a mi madre? —Supuse.
    —No, querida. Nos recuerdas a nuestra Evelyn. La primera mujer en dominar el Caos. Hija del viento y el fuego.
    Aquello me dejó atónita. No sabía a quien se refería y al mismo tiempo la sentía familiar.
    —¿Evelyn? —pregunté.
    Entonces, en ese preciso instante que mis labios terminaron de pronunciar su nombre, Helia me agarró del antebrazo muy fuerte. La miré a los ojos asustada. Sus pupilas estaban levemente dilatadas y su cuerpo estaba engarrotado de la tensión.   
    —¿Quién te ha dicho ese nombre?
    Quedé atónita.
    —Helia, me haces daño.
    —No vuelvas a pronunciarlo. Nunca.
    —Suéltame.
    —Si lo haces, cualquiera de estas tierras te matará por desertora. Y no podré hacer nada para ayudarte.
    Tiré de mi brazo para zafarme de su agarre y la miré con una de mis miradas aniquiladoras. Hacia tiempo que no le dedicaba una de ellas.
    Helia estiró sus orejas levemente hacia abajo, apenada.
    —Lo siento. He cruzado el límite.
    —¿Te recuerdo que soy nueva en estas tierras?
    Me separé de ella.
    —Estoy harta de todas vuestras estúpidas normas. Explícate de una maldita vez. ¿Desertora?¿Qué me matarán? ¡Por todos los reinos! Estoy harta de escuchar siempre la misma mierda.
    Sentí el calor creciendo por mis piernas, abdomen y brazos. Estaba ardiendo de la ira.
    —Lucrecia, perdóname.
    —No tienes ni la más mínima idea por lo que estoy pasando. Creí que me entendías. Que éramos un equipo. Ya veo que me equivocaba.
    Helia fue a agarrar mi mano pero la aparte de un tirón.
    —Déjame sola —le ordené.
    —Lu...
    La miré con rabia.
    —Lárgate.
    Helia cogió aire y asintió.
    Fue hacia la puerta pero antes de irse, me miró a los ojos.
    —A la última que escuché decir ese nombre fue a mi madre. Y ahora está muerta.
    Cerró la puerta tras cruzarla y el calor de mi cuerpo terminó dando paso a la frialdad de la soledad.
    —Tu amiga es una necia —comentó el niño.
    —Solo estaba preocupada. Todos odian a Evelyn después de lo que hizo. Nadie conoce la verdadera historia.
    Una nueva pregunta abierta en aquel rompecabezas. Cuanto más descubría, menos sabía la verdad.
    ¿Quién era Evelyn?¿Por qué fue tan odiada?
    Cuando el olor a quemado me devolvió a la realidad, miré las faldas de mi camisón. Las había apretado con mis dedos y en ellas habían pequeños surcos provocados por la brasa. Luego, miré las puntas de mis dedos: estaban negras. Llenas del mismo hollín que cubría los brazos del marcado cuando Lucius le obligaba a ejecutar.
    Hija del fuego y el viento.
    Tenía que descubrir quien era Evelyn.
    Pero por ahora, debía resolver un problema mayor, el cual no tardó en aparecer.
    Al poco tiempo de que Helia abandonase mi alcoba, Dasyra llamó a mi puerta.
    —Mi señora. Los invitados del señor desean verla.
    Ya estaba lista. Sin mi bastón. Sin ningún camisón quemado sobre mi cuerpo. Con las manos limpias y mis dos nuevas aliadas escondidas entre mi ropa.
    Dasyra me miró de arriba a abajo y se sorprendió cuando di varios pasos hacia ella sin ningún tipo de cojera.
    —Puede caminar, por las Triple Diosa. —Me sonrió.
    Lo que no sabía es que cada paso firme se sentía como mil cuchillos atravesando mis rodillas y cadera.
    No obstante, oculté mi dolor con una de mis mejores sonrisas. De aquellas dulces que tanto me regaló mi hermana.
    —Estoy lista. Este es mi nuevo hogar y nadie descubrirá el accidente por el que pasé.
    Dasyra cepilló con delicadeza mi cabello y después caminamos hacia el comedor. ¿Desde cuando los pasillos eran tan largos? El dolor era punzante, continuo y desgastante. Pero lo apacigüe con una respiración controlada y profunda, como me había enseñado Helia.
    —Puedo aliviar su injuria, querida Lucrecia. —La voz femenina sonó dulce y cariñosa. Me recordó tanto a mi Daisy.
    Noté el brazalete de florituras recorriendo mi cuerpo hasta llegara uno de mis muslos y enrollarse en él. Haciéndose a su volumen y forma. Desprendió una sensación cálida y de pronto el dolor de las rodillas desapareció. Dejando solo una leve molestia en mis caderas. Hizo lo mismo con la otra pierna.
    Sabía que podía sentir mi gratitud, así que no hizo falta pronunciar ningún gracias.
    Cuando llegamos a las puertas cerradas del comedor cogí aire y lo expulsé lentamente.
    —Mi señora, los invitados no saben nada del accidente. El amo comentó que deberá hacer su mayor esfuerzo. No obstante... Si lo descubren nos las ingeniaremos —me informó Dasyra con un tono de voz bajo y cálido. Tomó mi mano para darme fuerzas y correspondí su tacto con un apretón.
    —No descubrirán la verdad.
    No descubrirán que soy Lucrecia.
    No descubrirán que dentro de mí aguardaba un gran poder dormido, que cada día sentía más y más ardiente.
    Volví a llenar mis pulmones de aire. Esta vez me llenó de vitalidad.
    Dasyra abrió las puertas del comedor.
    —Con ustedes, la princesa Melania III. Futura reina del reino de Kälte y Señora de la región de Versalia.
    Así que Melania aspiraba a tales títulos. Tantas semanas de encierro habían hecho que lo olvidara por completo.
    Todos los presentes se levantaron tras mi presencia y procedieron a hacer una reverencia coordinada. Los recordaba a cada uno de ellos. También el nivel de su desprecio, que ante la máscara de la mentira se había convertido en adoración y devoción hacia la futura reina Melania. Seguidora del Gran Poderoso y gran hija del reino gélido de Kälte.
    No quise hacer una reverencia, pero mi actuación la necesitaba.
    Flexioné levemente mis rodillas y el dolor electrizante volvió a ellas. Tragué saliva y no las permití fallar. Me volví a levantar y desee que nadie se hubiera dado cuenta.
    Cuando alcé mi vista y pude verlos a todos, se me heló la sangre. No fui capaz de contener mi sorpresa. Un sorpresa llena de miedo y confusión.
    No solo se encontraban los invitados del baile de Holz. Acompañado de ellos estaba Lord Everad de Kälte. Uno de los hombres de mi padre.
    Fruncí el ceño para contener las lágrimas. Mi padre había protegido a un traidor en nuestra casa. Un lobo entre el rebaño.
    Encabezando toda la mesa y siendo el único que se encontraba sentado, se hallaba Lucius, a quien no veía desde hacía semanas.
    —Querida princesa. Debe encontrarse realmente agitada por esta sorpresa. Pero todo tiene una explicación.
    El Obispo Giotto agarró mis manos e hizo por acariciarlas. Su simple presencia me repugnaba, pero debía mantenerme en mi papel. Melania se sentiría tranquilizada por un hombre bendecido por el Poderoso.
    —Me... Me alejasteis de mi familia. Les echo de menos...
    Las lágrimas que se deslizaron por mi rostro fueron sinceras. Realmente les extrañaba. Y ellos eran los responsables. Mi interior ardía con la fuerza de mil incendios, pero debía mostrarme pacífica en el exterior. Era de las peores sensaciones del mundo. Más dolorosa y abrasiva que la propia operación a la que había sobrevivido.
    —Querida, tome asiento y beba un vaso de agua. Nuestros invitados han viajado desde muy lejos para veros. Estaban preocupados por su bienestar. ¿No os sentís agradecida? —Se apresuró Lucius.
    Recordé lo que me había dicho Dasyra. Asentí.
    —Tiene razón, mi señor. Me siento muy agradecida de verlos.
    El Obispo sonrió y Lady Dorothea de Suittes aprovechó la oportunidad para ser ella misma quien me sirviera el vaso de agua.
    —Está confundida, mi señora. Estoy segura que después de esta dulce velada se sentirá más tranquila.
    Tomé asiento. Notaba la mirada de Lord Iabal clavada en mí. Era una sensación que no había olvidado, desde aquella vez que en el Palacio de Holz le escuché hablar sobre el plan de mi asesinato.
    Acepté el vaso de agua y tomé asiento. Los demás no tardaron en seguirme, sentándose en sus respectivas sillas. En ese momento la mirada clara de Lord Fyodor y la mía se cruzaron. Sentí un sentimiento cálido en mi pecho. Pero lo apagué, como quien sopla la llama de una vela. Miré a Lucius, quien no me quitaba la mirada de encima.
    ¿Qué escondían sus pensamientos?¿Frialdad?¿Nostalgia?¿Dolor? Encontraba muchos sentimientos, pero ninguno parecido a la pasión y al deseo que pareció demostrar ante Melania en el palacio de Holz. ¿Había sido todo un engaño?
    —He esperado por este momento durante los últimos veinte años. Por fin estamos todos los reinos presentes y una de las piezas claves de nuestro plan.
    Tragué saliva y me mantuve en silencio, prestando toda mi atención a El Rey de las Bestias.
    —Es hora de que habléis. Es lo que acordamos con nuestros mandatarios. Que hoy sabríamos la verdad de El Continente, tal y como nos prometisteis. Todos hemos cumplido la parte del acuerdo —puntualizó Iabal, mostrando cierta impaciencia.
    ¿Lord Declan estaría al tanto de todo esto?¿Él también había traicionado a mi reino?
    Lucius se levantó y todas las cortinas de la salada taparon el sol que entraba por los enormes ventanales. Todas las velas de la sala se encendieron al mismo tiempo y vi como Lady Dorothea y el Obispo Giotto se santiguaban al mismo tiempo. Evité sonreír, aunque su miedo me causara gracia.
    En el momento que comenzó a hablar, las luces de las velas se movieron, proyectado unas sombras a nuestra alrededor que generaban formas que acompañaban la historia de Lucius. Vi el muro alzarse y separando a personas entre sí.
    —Como todos sabéis, El Muro separa tierras humanas de tierras mágicas. No obstante, hace siglos nuestras tierras convivieron en armonía y paz. Esta separación fue creada por dos figuras de poder importantes en nuestra civilización: El Orden y El Caos.
    »Los humanos conocéis El Orden como El Gran Poderoso. Un Dios al que rezáis e imploráis en vuestros días más oscuros. La civilización del reino de Atalus dominó la historia y la trastocó para conseguir fieles seguidores a lo que uno de sus mandatarios consideraban lo único válido. El Orden. La vida. La magia Santa. Es por eso que toda magia que no fuera considerada santa se tapó bajo el nombre de la magia oscura. La magia destructora. Así es como dio lugar la Gran Guerra. El reino de Atalus comenzó a masacrar toda civilización que dominara la magia oscura. Dio igual faes, humanos o criaturas... Empezaron la Invasión. Para llevar el idioma y la creencia santa a todo continente. Todo de la mano del primer portador de El Orden: Sidriel. Uno de los mayores sanguinarios de toda historia.
    La sombra de un hombre alado alzando dos espadas comenzó a volar por las paredes de la sala.
    —¡Mida sus palabras sobre el Gran Señor! —interrumpió el Obispo Giotto, quien dio un puñetazo en la mesa, enfurecido.
    En ese momento, lord Fyodor colocó su espada sobre la mesa y amenazó:
    —Todos los miembros de esta mesa prometimos dejar de lado nuestras creencias para mantener los oídos bien abiertos. La próxima vez que interrumpa al señor Lucius, será amonestado.
    El Obispo se cruzó de brazos. Su semblante estaba fruncido.
    Lucius prosiguió como si no hubiera ocurrido nada.
    —En ese entonces, cuando nuestras tierras eran bañadas por la sangre de inocentes, una mujer decidió salir del escondite donde se había aguardado durante años. La bruja Evelyn. Primera portadora de El Caos. Buscada por La Santa Sede para ser ejecutada.
    »No obstante, tras estar hundida en el lamento del pasado, no podía permitir seguir escuchando el llanto de sus tierras y sus gentes. El Orden y El Caos eligieron cada uno su bando. El Orden liderando a los Invasores y El Caos a la fila de los rebeldes, quienes no querían agachar la cabeza ante las creencias de La Santa Sede y renunciar a las artes oscuras.
    »En la lucha, ambos moribundos, Evelyn creó uno de los mayores incendios de toda historia conocida. Abrazó a su hermano, quien intentaba desesperadamente huir de las llamas. Ambos poderes se confrontaron y la explosión dio lugar a un desastre inimaginable: El Muro y un borrado de memoria colectivo.
    Esta vez fue Iabal quien interrumpió, levantándose de su asiento.
    —Estás hablando de folclore popular. Fantasías urbanas. Hemos recorrido mucho camino. Hemos sacrificado mucho. Tanto como el hecho de traicionar a seres queridos y nuestro legado. Hemos llegado aquí para saber la verdad.
    Lucius sonrió y prosiguió.
    —En medio de la explosión, Evelyn consiguió sobrevivir. Ya que ella dominaba Espíritu.
    Todos los presentes quedaron enmudecidos de pronto. No conseguía comprender por qué.   
    —El arte de ver el futuro... —balbuceó lady Dorothea.
    —Esto que os he contando, como bien decía lord Iabal, es lo que sabe el folclore de mis tierras. No obstante, esta historia aguarda cierta verdad. Evelyn y Sidriel fueron dos hermanos gemelos que existieron en el pasado. Si fueron participes en la Gran Guerra. No obstante, no fueron los creadores de El Muro, ni los que produjeron el borrado colectivo. Ya que estos dos son más recientes de lo que todos podemos recordar.
    »El folclore habla de Evelyn como una sola figura, cuando en realidad fueron todas las portadoras de Espíritu. Todas y cada una de ellas humanas y mujeres. Así como todos los portadores de El Orden, hombres y mortales. Todos y cada uno de ellos prepararon a sus descendientes, pasando de generación en generación sus poderes y confrontándolos en la Gran Guerra. Siempre repitiendo el mismo patrón. Hasta que hubo una figura de Evelyn que rompió el ciclo. Espíritu le tendió una verdad oculta y nublada. La posibilidad de conseguir que El Orden fuera dado a uno de los descendientes de uno de los miembros de su bando.
    —Así fue como Atalus perdió a nuestro Gran Poderoso. Al cual llevamos buscando por más de cincuenta años... —explicó el Obispo Giotto.
    Lucius asintió.
    —Esa mujer, quien consiguió ver la verdad en el futuro, fue la reina Adisa de Holz.
    Abrí muchos los ojos. No pude contener mi sorpresa.
    Ella fue... mi abuela. La madre de Almaia. ¿Mi abuela fue portadora de El Caos?
    —Las formas se escapan de mi conocimiento. Solo conozco que esta mujer fue capaz de robar la magia de El Orden y traspasarlo al vientre de una mujer embarazada, perteneciente al bando rebelde: La reina del antiguo Kälte —continuó Lucius.
    »Así fue como el rey Guillermo consiguió ser el primer descendiente de El Orden en el bando de los rebeldes. Atalus parecía tener todas las de perder, pero su ejercito seguía siendo más fuerte, más entrenado en el arte de la guerra... A pesar de haber perdido a su principal mandatario, tenían claro su propósito. Continuaron con la invasión... Hasta que nació la nueva Evelyn, la heredera de El Caos y del nuevo Espíritu: La princesa Almaia.
    Me quedé congelada en mi silla. Mis padres. Orden y Caos. Empecé a enlazar. No quería seguir escuchando la verdad. No quería escuchar lo que estaba apunto de decir Lucius.
    —Todo para llegar a un fin. Conseguir que El Orden cayese en manos de una Bruja y no de un Druida. Porque solo Espíritu puede ser cedido a un ser con la capacidad de alumbrar. Porque Espíritu siempre debía ser concebido por una portadora.
    —¿Por qué querer que Espíritu cayese en manos de El Orden?
    —Porque Espíritu no concede el futuro fácilmente. Cada portadora consigue desbloquear una parte de la verdad y es cedido a la siguiente. Pero ya a Espíritu no le queda mucho que contarle a las portadoras del Caos. Es el turno de El Orden.
    —Mi abuela Adisa siempre dijo que sentía que mi madre alumbraría gemelas. Eso contaban las historias... —Me atrevía a hablar y todos los presentes se giraron para mirarme. Observé a Lucius con decisión—. Ella sabía que nacerían de nuevo dos hermanas gemelas que compartiesen Orden y Caos, tal y como en el pasado lo fueron Sidriel y Evelyn. Pero esta vez, dos mujeres. Con la misma oportunidad de poseer Espíritu.
    Entonces Lucius sonrió de una manera lobuna y audaz. Podía sentir sus pupilas afilándose como las de un depredador a punto de lanzarse hacia su presa.
    —Así es, querida mía. Ante todos los presentes, inclínense ante la primera Bruja del Orden. La Vida y la futura portadora de Espíritu. Nuestra querida, Melania III de Kälte.
    Todos se levantaron e hicieron una reverencia, impresionados. El Obispo Giotto empezó a santiguarse y a murmurar para sí la palabra santa.
    Esto no era bueno. Si Melania era la portadora del Orden, eso solo significaba una sola cosa... El Caos corría por mis venas. La destrucción dominaba mi alma.
    Tragué saliva, pero no contuve mi incomodidad. Melania no lo hubiera hecho. Me levanté y acaricié mi pelo, nerviosa.
    —¿Y si... No soy portadora de Espíritu? Que haya nacido mujer no me concede todo el derecho.
    Lucius empezó a caminar hacia mi dirección. Entonces apartó mi mano y fue el mismo quien acarició mis mechones cobrizos. Acercó uno a su nariz, y pude sentir como aspiraba su fragancia. Me miró a los ojos.
    Era la primera vez que le tenía tan cerca desde el día del accidente. Sentí los músculos de mis piernas tensarse y como el brazalete de florituras acariciaba mi piel para salvarme del punzante dolor.
    —Lo veo en ti. Lo vi en aquel baile, entre la multitud. Esa mirada audaz, inteligente y avispada. Esas ansias de conocimiento. Esa lengua afilada como mil cuchillos. Lo supe desde que nuestras miradas se cruzaron la primera vez, y se que no estoy equivocado —susurró, acercándose más a mí.
    En ese momento lo entendí todo. Lucius lo sabía. No se había equivocado cuando había señalado a Melania en el juego de la adivinanza. Y supo que no la había secuestrado a ella. Todo este tiempo, Lucius no había sido el engañado. Lo había sido yo misma.
    El Rey de las Bestias, a diferencia de todos los presentes, sabía que no tenía delante a la portadora de El Orden.
    Les estaba mintiendo a todos. Y ahora, sin conocer sus intenciones, me acababa de desvelar en secreto que sabía perfectamente que soy Lucrecia.
    Un peso se quitó de mis hombros. Otro, no obstante, se hospedó en la boca de mi estómago.
    Se giró hacia los presentes, mirándoles. Me tomó delicadamente de la mano.
    —La noche del Solsticio se acerca. Será cuando el nuevo Espíritu despierte y desvele la verdad a su nueva portadora. Cuando eso pase, Melania y yo estaremos casados. Humana y ser mágico. Nuestra alianza dará lugar al último portador, tal y como vio en sus visiones mi querida Almaia, quien sacrificó nuestro amor para dar fruto a un futuro de unión, lejos de la guerra.
    —La Paz, será firmada, al fin —comentó Lord Everad.
    Tragué saliva, nerviosa. Lucius apretó fuerte mis dedos. Había notado mi nerviosismo.
    —Detendrán la invasión, tal y como hemos acordado, y la masacre dará fin. Cuando una única persona controle Orden y Caos, podremos vivir en armonía, unificando todo el territorio —añadió lord Fyodor.
    Lucius asintió.
    —Y como acordé, su heredera está sana y salva. Os hice enviar los escritos y firmados por Almaia. Lo que digo es cierto. Ella lo vio en el futuro. Melania deberá alumbrar un descendiente a mi lado.
    Iabal era el único que había permanecido sentado en todo momento, analizando la escena. Lord Fyodor le animó a levantarse.
    —Lord Iabal, ¿hay algo que le impida creerme? —preguntó Lucius.
    El lord suspiró y se levantó.
    —Mi país ha luchado y sangrado por poseer la democracia de la que hoy disfruta. Una parte de mi siente que le está traicionando.
    —¡Estupideces! —explotó el Obispo pero intercedió Fyodor.
    —Permítele explicarse —interrumpió Lucius a Giotto.
    Iabal continuó.
    —El que todo Continente se convierta en una única región, va encontrar de los principios de Holz. Es por eso que contamos con un país pequeño, fácil de gestionar. Mezclar culturas, idiomas y diferentes razas creará desorden. Eso es lo que opinaría cualquier holzs de buen saber. No obstante, —se aclaró la garganta— será necesario para eliminar esta Gran Guerra. Nuestros mandatarios han conseguido congelarla durante diecinueve años, pero todos sabemos que el sello está a punto de romperse.
    Todos asintieron.
    —Cuando el borrado de memoria desaparezca, el Muro se desplomará, tal y como lo predijo Almaia. Y la Gran Guerra continuará, más fuerte que nunca —continuó Fyodor—. Es por eso que debemos dejar a un lado los valores de nuestras patrias y nuestras diferencias. Incluso si estamos traicionando a nuestros Señores, es por el bien de la propia humanidad.
    Hubo un silencio largo. La mano de Lucius seguía alrededor de la mía. Ahora entendía por qué estaban todos unidos por un mismo plan. El por qué Iabal había pensado en matarme tiempo atrás para ganarse el favor de mi hermana más fácilmente. Incluso si iba en contra de sus valores. Eliminar al Caos de la jugada y conseguir pronto un heredero con ambos poderes.
    —Ha sido una velada intensa. Venís todos desde muy lejos, es mejor que reposéis. Vuestra estancia aquí no será muy larga, y deberéis partir pronto para volver a vuestros respectivos reinos.
    —Pobre de lord Fyodor, que su viaje será el más largo —comentó lady Dorothea. Su rostro seguía tapado por aquel velo traslucido, por el cual se podía intuir una mediana sonrisa.
    —Es por eso que el lord será el que más alargue su estancia, necesita reponer todos los víveres y fuerzas para llegar a su gran patria.
    —La Madre Ross puede continuar su día a día sin mi presencia —Fyodor mantuvo su expresión gélida. Era obvio que tanto lady Dorothea como el Obispo Giotto no eran de su agrado.
    Los asistentes se despidieron de mí uno a uno, saliendo posteriormente de la sala. Lord Iabal y yo intercambiamos miradas. Por un momento, a través de ella, pude ver cierto arrepentimiento. Inclinó la cabeza en señal de respeto y se marchó. El último fue Fyodor. Sentí un respingo al corazón. No pude evitar mirarle a los ojos, después sus labios y volver a su mirada azul. Casi sentía como el aire se escapaba de mis pulmones. Una parte de mí deseaba sentirle como aquella noche en el baile. Recordar todo lo que mi cuerpo me hizo sentir. No obstante, mi mente congelo los pensamientos para recordarme duramente que me había traicionado a mí y a mi reino. Que su acercamiento no había sido sincero.
    Entonces, cuando paso a mi lado, su mano rozó la mía.
    —No he dejado de pensar en ti —susurró para después cruzar la puerta y dejarme sola con Lucius.
    Lord Fyodor también conocía la verdad.
    Y cuando la puerta se cerró a su paso pude desatar mi verdadero ser.
    Me giré para mirar al Rey de las Bestias con toda la rabia que se había acumulado en mi interior aquellos meses y cuando quise darme cuenta mis manos estaban cubiertas por llamas infinitas.
    Lucius me regaló una sonrisa tranquila y se sentó en su asiento.
    —Bastardo.
    —No soy tu enemigo, Lucrecia.
    —Me has hecho creer todo este momento que no sabías quien era. ¿Sabes el infierno que he vivido todas estos meses?
    —Mi plan era contártelo todo al cruzar El Muro. Pero hubo un ligero cambio de planes —puntualizó señalando la parte inferior de mi cuerpo.
    Fue en ese momento cuando el dolor regresó de golpe y ya no había magia que lo aliviara. Me senté de golpe en la silla, dolorida, y volviendo a mi estado original. Jadee levemente.
    —Tu madre no me comentó que intentarías escapar en pleno vuelo. Quizá fue un detalle que Espíritu no quiso mostrarle.
    —Cállate —escupí con odio.
    Me levanté las faldas para ver mis espinillas. La cicatriz parecía incandescente, como si fuera un metal que acababa de pasar por fuego.
    —No controlas tu poder. Si no tuvieras una personalidad tan sólida como la que tienes, ya nos hubieras destruido a todos. O quizá solo a ti misma. Tu padre lo hizo mejor de lo que esperábamos.
    —No manches el nombre de mi familia con tu sucia boca.
    Suspiró para tomar paciencia. Se levantó y se acercó. Terminó agachándose para mirarme a los ojos.
    —Los dos tenemos un mismo objetivo, Lucrecia.
    —No sé de lo que me hablas.
    —Poder y justicia. Poder, para que nunca más nos hagan daño. Y justicia por lo que le hicieron a nuestros seres queridos.
    En ese momento me quedé callada mirándole a los ojos. Una parte de mí sabía que estaba en lo cierto. Que eso era lo que había deseado mi corazón desde hacia años. Ser fuerte y poder vengarme de todos los que me hicieron una vez sufrir a mi hermana y a mí.
    —Llevo veinte años esperando este momento. Y tengo delante de mí a la aliada perfecta. Entiendo que me odies, que no te fíes de mí y que quieras volver con tu hermana. Pero te elegí porque sé que somos iguales. Porque sé que nadie entenderá mi dolor y lucha mejor que tú. Y viceversa.
    Entonces cogió mis manos y se acercó a mí.
    —Tú debiste ser mi hija. Te hubiera amado y respetado, con todo lo que llevo dentro. Le hubiera dado toda la felicidad y paz que se merecía tu madre. Pero no nos lo permitieron. Nos arrebataron nuestras vidas y no voy a permitir que sigan haciéndolo con nuestro pueblo. Ya no me queda nada. Yo no tengo nada que perder, pero tú... Tu reino, el mío... No permitiré que se siga derramando sangre.
    —¿Entonces por qué no secuestraste a Melania?¿Por qué les estás traicionando?
    —¿Realmente te fías de ellos? —me preguntó Lucius.
    Me quedé en silencio.
    —Ellos solo quieren a Espíritu. Cada uno de ellos mira por el beneficio de su reino y su señor, aunque todos digan estar unidos por una misma causa es mentira. Atalus y Suittes quieren de nuevo a La Creación, a su Gran Poderoso. A Holz le falta un ejercito entero para poder defenderse y qué mejor que tener a la persona más poderosa a su cargo. En cuanto a Ross... solo quiere que todo Atalus quede vuelta cenizas...
    —Pero... El Orden no es destructivo. Ross no conseguiría lo que quiere con Melania.
    Entonces Lucius sonrió. Abrí mucho los ojos.
    —Por eso... estoy aquí. Por eso lord Fyodor sabe quien soy. Estáis aliados.
    —Eres una chica lista.
    Me levanté de golpe.
    —No. No destruiré a todo un reino.
    —Ellos son el desencadenante de la Gran Guerra. Son quienes llevan cometiendo un genocidio durante siglos. Tu madre y yo intentamos hallar una respuesta sin sangre. Pero el odio hacia la magia está demasiado arraigado en su cultura. Sin ellos Continente vivirá en paz.
    —¡No soy una asesina!
    Entonces Lucius se quedó en silencio. Respiró tranquilo y buscó las palabras correctas para no asustarme. Para mantenerme sosegada. Se levantó y cogió con cuidado mi mano. Acarició el maquillaje que cubría las cicatrices del dorso de mi mano y la de mi mentón, descubriéndolas. Parecía dolerle el pensar que había estado a punto de morir en aquella operación.
    —Lo has sentido ya, ¿cierto?
    Me dio un respingo al corazón. Sabía a lo que se refería.
    Entonces asentí y una lágrima se deslizó por mi mejilla.
    —Tu madre decía que se sentía como si miles de incendios habitaran en el interior de su cuerpo. Una ira y furia incontrolables.
    Tragué saliva.
    —Ella destruyó el Monasterio Iluminado. Donde se crió y dónde nos conocimos. Mató a muchos de sus amigos y maestros, fruto de su incontrolable poder.
    Me quedé paralizada. Era el sitio a donde quería acudir. Entonces se abrió la camiseta despacio y sentí pavor. Todo su pecho estaba cubierto por cicatrices de quemaduras.
    Entonces negué con la cabeza, muy asustada. Intenté alejarme pero él no me dejó.
    —Ella no quería. Pero ocurrió porque no abrazó su verdadera naturaleza. Por tener miedo de sí misma. Es lo que te hace distinta a ella, Lucrecia. No veo culpabilidad en ti. No veo que odies quien eres. Y sé, que muy dentro de ti, te sientes aliviada de tener un poder tan destructivo que pueda protegerte a ti y a los tuyos.
    Me acercó más a él.
    —Todas las historias cuentan que las herederas del Caos odian su poder. Pero tú... eres distinta. Harías arder todo a tu paso con tal de salirte con la tuya.
    Entonces le separé de un tirón.
    —No vuelvas a poner tus sucias manos encima de mí.
    Solo me dedicó una sonrisa de sorpresa.
    —Es increíble. No me has hecho daño ni me has atacado. Todas recibieron instrucciones y guías, y ni podían controlar al Caos. Sin embargo, tú... Eres un milagro.
    Tragó saliva y paró de hablar.
    —Ha sido suficiente por hoy. No deseo presionarte. Dejaré que tomes la decisión. Cuando lo hagas, hablaremos tranquilamente. Puedes retirarte.
    Se volvió abrochar la camiseta mientras daba media vuelta hacia la salida.
    —Lucrecia.
    Volví a girarme para mirarle.
    —No nos casaremos. Para mis ojos eres como mi hija. Eres libre de amar a quien quieras. Después de que todo termine, volverás con tu hermana.
    No le respondí nada. Solo me volví a girar y cruce las puertas.
    Dasyra me esperaba fuera. Cuando me vio, se acercó a mí a toda velocidad.
    —¿Y bien?
    Saqué una de mis mejores falsas sonrisas de dónde no me quedaban fuerzas.
    —Todo ha salido bien.
    La permití acompañarme a mi alcoba. Le expliqué muy por encima la velada sin contar las intenciones de ninguno de los de la sala. Cuando se fue supe que hice mejor en mentirla para no levantar sospechas.
    No quise quedarme más en aquella habitación, sentía que las paredes me asfixiaban. A pesar del dolor de mis piernas, agarré mi bastón y continué caminando hasta el porche donde solía leer por las mañanas. Donde tuve mis primeras conversaciones con Helia.
    Contemplé los rayos del sol acariciando las hojas de los árboles del jardín, sanos y espléndidos. Mi cabeza no paraba de darle vueltas a todo lo que acababa de escuchar. Tanto que sentía su interior latiendo. Me sentía saturada y no sabía como remediarlo. Lo que no entendía, a pesar de haber descubierto tantas verdades importantes de mi vida, no dejaba de quitarme de la cabeza la discusión con Helia y como toda esta realidad encajaría en nuestro plan. ¿Qué debía hacer ahora? ¿Continuar con el plan de Helia o permitir que el plan de Lucius entrara en los míos?
    Era demasiado. Solo quería regresar a los brazos de Melania y llorar todo lo que no había podido en estos meses. Por un momento, eché de menos la tranquilidad del encierro en el castillo de Kälte.
    —Te he encontrado.
    Su voz me erizó toda la piel. Me levanté al instante. Ante mí tenía nada menos que a Lord Fyodor. Contemplándome como si hubiera encontrado un oasis en el desierto. Se acercó a mí y yo di dos pasos hacia atrás en contraparte, por lo que pausó su avance.
    —Lucius ya te lo ha contado.
    Asentí.
    —Necesito estar sola.
    —Lucrecia, por favor. Necesito hablar contigo.
    Entonces me acerqué a él y le dediqué una de mis miradas más fulminantes.
    —Me utilizaste y me sigues utilizando. Sabías que ocurriría desde el minuto uno. Sabías que esa misma noche me secuestrarían y privarían de mi libertad. Te acercaste a mí, me deslumbraste con tus encantos, me tocaste sabiendo que nunca nadie antes lo había hecho y todo solo para hacer aquella actuación con Lucius y te protegiera. Para que todo vuestro plan encajara. Eres asqueroso, no deseo respirar el mismo aire que tú.
    Decidí irme, pero agarró mi brazo.
    —Sí, tienes razón en todo lo que estás diciendo. Hice todo eso a conciencia. Me acerqué a ti por nuestro plan. Pero ocurrió algo que no estaba en mis objetivos...
    Entonces acarició mi brazo.
    —Aquella conversación que tuvimos en el balcón. Tus respuestas astutas y divertidas. Esa mirada que parece atravesarme y ver lo que otros no ven... Me deslumbraste como ninguna mujer antes lo había hecho. En tan solo unas horas, sentí que habías derretido lo que llevaba años congelado. Lucrecia, te he tenido en mi mente a todas horas. Me estoy volviendo loco, por favor... Esto que siento no tiene nada que ver con Lucius o tu poder. De verdad lo siento.
    Di un jalón y mi brazo se escapó de su agarre.
    —Sabes... Cada noche postrada en la cama, mirando al techo, creía ver tu mirada azul. Pensaba: "él llegará a rescatarme". Con el tiempo, ese sentimiento fue apagándose. A la semana, ya no recordaba ni el sonido de tu voz. A la cuarta, ya no sabía como se sentían tus labios sobre los míos. Entonces, entendí que no era amor lo que había sentido hacia ti, Fyodor —le miré a los ojos y me le acerqué. Después miré sus labios y de nuevo sus ojos—. Solo sentí deseo y pasión. Propia de tu belleza y de esa frialdad que tanto me gustaría arder. Pero no amor.
    Me aparté.
    —Lucrecia...
    —Solo sientes eso. Estoy segura que tu cama no ha estado vacía en todo este tiempo. Eres un hombre apuesto. Con una incontable lista de conquistas. No has dejado de pensar en mí por que me ames. Sino porque no me has tenido. Y eso es lo que arde en tu interior. Un deseo no consumido.
    Volvió a agarrar mi mano. Quise detenerle pero esta vez agarró más fuerte.
    —Déjame explicarte, de verdad necesito hablar.
    —Lo entiendo, pero no quiero escucharte más.
    —Lucrecia, por favor.
    —Suéltame.
    La situación cada vez me ponía más nerviosa. No tenía fuerzas ni deseaba sacarlas de mi interior. Tenía miedo de lo que fuera capaz de hacerle si dejaba sacar mi verdadera furia.
    —Ha dicho que la sueltes. —Una voz retumbó, suave pero contundente.
    Un olor dulce nos envolvió. Lord Fyodor por un instante pareció tener la mirada perdida y soltó mi mano con delicadeza. Se quedó inmóvil. En ese momento una mano más pequeña y llena de pequeños cortes y callos entrelazó sus dedos con los míos.
    Helia me miraba, con aquel sentimiento que solo mostraba cuando posaba sus ojos sobre mí. Hizo un gesto y la entendí al instante. La seguí mientras Fyodor se quedaba inmóvil y mirando al frente. Sin decir ningún tipo de palabra.
    —¿Qué le has hecho?
    —Recuperará la consciencia en unos minutos. No recordará lo que ha pasado hace unos minutos.
    Su agarre era distinto al de Lord Fyodor. No me obligaba a tener su mano sobre la suya. Al contrario, podría soltarme fácilmente. Eso me hacía sentir segura. Con la libertad de poder hacerlo y ya. Pero decidí no hacerlo. Pocas veces sentía su piel sobre la mía, y cuando ocurría el tiempo parecía detenerse a nuestro alrededor. Los problemas desaparecían. Éramos solamente ella y yo.
    Sin darme cuenta, terminamos en un cuarto sin ventanas, parecía más bien un sótano. Encendió la luz y cerró la puerta detrás nuestro.
    En ese momento, cuando nos quedamos a solas, soltó su mano para dejarme espacio y agachó la cabeza, incómoda. Era por la discusión de esta mañana, lo sabía.
    Agarré su mano de nuevo y nos miramos a los ojos.
    —Perdóname —pronunciamos al unísono.
    Y en ese preciso momento, cuando sabíamos que ambas no queríamos hacerle daño a la otra, rompí a llorar. Helia, sin saber muy bien que había pasado, me abrazó con fuerza, llevando mi rostro a su pecho. Notó como mis piernas temblaban y no sé en que momento terminó cogiéndome en peso y sentándome encima de una de las mesas de su taller, al que era la primera vez que me llevaba.
    Permaneció abrazándome con fuerza, permitiéndome sacarlo todo. Cuando me calmé, después de un rato largo, habló.
    —Dasyra me ha contado lo de los señores. No sé que ha ocurrido en esa reunión, pero quiero que sepas que estoy aquí para ti.
    Asentí y me separé levemente.
    —No quiero hablar ahora de ello. Necesito... pensar antes.
    Lo respetó. Nos miramos a los ojos y limpió las lágrimas de mis mejillas con su mano, delicadamente. Estábamos muy cerca. Me encontraba sentada en aquella mesa, abrazándola con piernas y brazos mientras ella estaba de pie.
    Pude comprobar como Helia miraba mis labios y luego mis ojos, y nuestras respiraciones de entrecortaron a la vez.
    —No tienes por qué contármelo ahora, Lu —susurró.
    —Dominik me contó una vez que en tierras mágicas hombres y hombres pueden enamorarse. Que mi padre y su mano derecha realmente son amantes.
    Helia se quedó muy callada de pronto.
    —¿Te gustan las mujeres, Helia? —me atrevía a preguntarle. Mi pulso se aceleró.
    Por un momento vi su tez pálida tornarse a sonrojado.
    —Es obvio que estás muy cansada y abatida, Lu. Necesitas descansar —intentó separarse, pero no se lo permití. La retuve con mis piernas.
    —En mis tierras, se ejecutan a las personas así. Es por eso que nunca se me había pasado por la cabeza que fuera normal. Que hubieran reinos que lo permitiesen.
    —Lucrecia, necesitas descansar.
    —Respóndeme, ¿sí o no?
    Hubo un silencio. Me miró directamente a los ojos y pronunció:
    —Me gustas tú. ¿Eso responde a tu pregunta?
    Por un momento me quedé paralizada mirándola. En mis fantasías, después de definir lo que era el deseo, disfrutaba de cada roce de la piel de Helia. No desde la amistad. No desde el cariño que anhelo de mi hermana. Buscaba el calor de Helia desde el ardor más pasional de mi corazón. Le miraba a los ojos todos los días buscando en ella lo mismo. A veces lo encontraba. Otros días parecía apagarse. Tantos mensajes contradictorios que sentía que me estaban volviendo loca.
    —No pareces muy sorprendida, Lucrecia. —Mi nombre en sus labios hacía ronronear cada parte de mi cuerpo.
    Entonces rocé mi nariz con la suya, balanceándome y dejándome llevar por el vaivén de mi pecho. Estaba al borde del precipicio. Y no me decidía de a saltar. Sentí, entonces, sus manos en mi cintura, acariciando el corsé que no me dejaba respirar, y sentí como sus dedos tiraron de manera delicada del cordón. Se desató y sentí como la tela se desabrochaba lentamente, dejándome respirar. Aliviándome, sin necesidad de destaparme. Aún.
    —¿Mejor? —me susurró y asentí.
    Apreté la tela de su camisa y la tiré más cerca de mí. Podía sentir su respiración agitada sobre mi rostro.
    —¿Qué hay de ti, Lu?¿Te gustan las mujeres?
    Sentía que me deshacía. La ropa pesaba. Mi pecho agitaba todo mi cuerpo. Y la respuesta llegó como una tempestad.
    —Me gustas tú. ¿Eso responde a tu pregunta?
    Sus labios se posaron sobre los míos. Al principio se sintieron suaves y dulces. Jugaban de manera tímida y lenta, descubriéndose. Conociéndose. La humedad no tardó en llegar a ellos junto con más pasión. La lengua de Helia acarició la mía, tentándola. Entonces junté mi pecho con el suyo y nuestras lenguas empezaron a jugar a ver cual de las dos conseguiría el poder total.
    Nos separamos un momento, juntando nuestras frentes y respirando fuerte. Asimilando lo que acababa de pasar. Me miró a los ojos y apartó el pelo de mi rostro. Sus ojos contemplaron todo mi rostro y terminaron recorrieron el resto de mi cuerpo.
    —¿Cómo te sientes, Lu?
    —Necesito que me toques, Helia. Siento que ardo y solo tú me alivias —me sinceré—. Por favor, no te contengas, te necesito.
    Por primera vez la supliqué y en ese momento sacó a la luz todo su deseo.
    Deslizó sus manos por dentro de mis faldas y agarró mis muslos, acariciándolos mientras me besaba el cuello. Se sentía demasiado bien, como si recibiera mil descargas de nuevas sensaciones que nunca había sentido.
    Un de sus manos siguió deslizándose por mi piel, hasta hallar con una zona que ni yo misma había tocado antes. Sentí sus dedos impregnándose con mi humedad y cuando se deslizaron dándose paso por mi interior, ambas suspiramos.
    —Me estás deleitando, Lucrecia —me susurró al oído.
    Comenzó a mover sus dedos y masajear con gran técnica. Y descubrí por qué el placer hacia enloquecer a cualquier criatura.
    Abrí mis piernas para ella y no me separé de su lado. Nos miramos a los ojos mientras me regalaba una de las mejores sensaciones que había sentido en mi vida. Y entonces me sonrió con ternura.
    —Eres preciosa.
    Me besó con delicadeza de nuevo. Entonces, sacó los dedos y los lamió delante de mis ojos. Me ruborizó y escandalizó al mismo tiempo. Pudo notarlo.
    —¿Qué debo hacer, Helia?
    Ella me sonrió de nuevo y besó mi mejilla. Levantó mis faldas de nuevo dejando mi intimidad al descubierto.
    —Observar, aprender y sobre todo... —besó mis labios— Disfrutar.
    Entonces se arrodilló.
    —Quedo a sus pies, mi reina.
    Y tras decir aquellas palabras que llenaron mi mundo, sus labios se posaron sobre mi entrepierna. Me agarré con fuerza a la mesa y exhalé un sollozo placentero. Su lengua saboreaba cada uno de mis rincones y fluidos, jugando con la carnosidad y el fruto de mi placer.
    Agarré su pelo por intuición y pronuncié su nombre a modo de auxilio. Miraba como jugaba y se divertía. Hasta que sus ojos se posaron sobre los míos mientras me hacía aquella práctica que ni siquiera sabía que existía.
    Helia dedicó todo el tiempo que necesitaba. Sin prisa y sin dilación. La veía disfrutar de darme placer, de estar viviendo el momento más que nunca. Cuando llegué al culmen del climax, abrazó primero mis caderas, sin separar su rostro de mi intimidad y cuando sintió que había empezado a temblar por las mil sensaciones nuevas que había experimentado, se puso de pie y me abrazó fuerte. Dejé que sostuviera todo mi peso con sus brazos y apoyé mi mejilla sobre la suya, dejándome llevar en la oscilación de mi respiración.
    Entonces me reí. Fue una risa sincera. Una de alivio. De haberme quitado un peso de encima. Me hacía especial gracia que con algo tan físico, todas mis preocupaciones hubieran desaparecido. Helia parecía sorprendida, pero no tardo en acompañar mi risa con una de sus sonrisas sinceras. Me dejó ser y cuando terminé de reírme, nos miramos a los ojos. Acarició mi nariz con la suya y me dio un beso en la frente.
    —Supongo que esa risa significa que te lo has pasado bien.
    Volví a dedicarle una risa y la abracé con fuerza, contenta. Entonces, se separó un poco para poder mirarme.
    —Me gusta verte así, riéndote y feliz —acarició mi mejilla y contempló mi rostro como si estuviera viendo la mayor de las maravillas del mundo.
    Suspiré y apoyé mi frente contra la suya. No quería volver al mundo real. Quería quedarme así para siempre. Cerca de ella y sin saber nada más del resto.
    Entonces metí mis manos por dentro de su camisa y acaricie su espalda desnuda. Helia nunca usaba corsé. Hacía tiempo que lo había notado. Muchas veces, cuando no se daba cuenta, miraba su escote y como el volumen de sus pechos se percibían justo debajo de su camisa.
    Miré entonces alrededor y luego la miré a los ojos.
    —Aún no sé cómo, pero saldremos de aquí. Juntas. Y el día cada vez está más cerca —le dije.
    Helia asintió y me volvió a abrazar fuerte. Metió sus manos en el interior de mis faldas para tocar mi piel.
    Y supe que aquel día podríamos dejarnos llevar por la pasión que hacía meses habíamos ocultado.
    Mientras tanto pensaría en cómo contarle toda la verdad a Helia. Y solo esperaba que nada cambiara entre nosotras.

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⏰ Última actualización: Aug 08 ⏰

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