Capítulo 8

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La mano de la sirvienta frotaba mi cuerpo con una pastilla de jabón

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La mano de la sirvienta frotaba mi cuerpo con una pastilla de jabón. Su delicadeza me abrumaba y casi me recordaba a cuando mi hermana me lavaba la espalda en nuestro oscuro castillo.

Deslizó sus finos dedos por mi espalda y dejó caer el agua caliente del balde de plata que sostenía. Secó y perfumó mi piel, como si yo me tratara de una bella rosa de pétalos efímeros y ella de un hábil jardinero.

Colocó sobre mi cuerpo desnudo un fino camisón blanco y cepilló mi cabello llameante. Podía sentir prácticamente cada pelo deslizándose entre las cerdas del utensilio.

—Su pelo es suave y sano, debería dejárselo suelto para la celebración de esta noche —añadió la sirvienta, mirándome en el reflejo del espejo que teníamos en frente. Ante esto dudé.

—No estoy acostumbrada. Creo que me molestaría —mentí.

Lucrecia y yo no nos recogíamos el pelo por comodidad o elegancia, sino para evitar las miradas de repugna de nuestro padre.

¿Tanto nos parecíamos a ella? Reitero la misma pregunta que me acompañaba desde hace años.

—Entonces puedo hacerle un recogido mediano con varios mechones delanteros, y así no le caerá sobre el rostro. —Sonrió dulcemente.

Miré su rostro a través del reflejo hasta llegar al intenso azul de sus ojos. Era hermosa y no me había percatado solo porque formaba parte de la servidumbre. Su pelo suelto era rizado y de un color castaño extraño, casi con un toque al de la ceniza producida por la leña. Sus rasgos eran finos, salvo sus labios, que eran carnosos. Nunca había conocido a alguien de piel tan morena, debía ser de orígenes sureños. Se mostraba gentil y amable, pura como un ángel. Me transmitió bastante confianza.

—Bueno, si te soy sincera prefiero esta vez lucir un recogido y así poder mostrar a todos el colgante que me ha regalado... Mi prometido. —Le sonreí y creí entonces que no había mentido. Que realmente ya me había atado a mi destino y que el casarme con lord Declan no me parecía tan mal. Solo por el recibimiento y el regalo otorgado demostraba que era un buen hombre.

Me imaginé en aquella estancia o quizá en una más grande, cepillando mi cabello en frente del espejo y Declan acercándose a mí para besarme la cabeza. Incluso imaginé uno o dos niños corriendo revoltosos a la cama esperando impacientes de que les contara una de mis historias. Creo que nunca podría tener mejores lectores. Por un momento aquel futuro acogía y calentaba mi fría alma.

—¿Cómo es él? —cuestioné entonces.

La sirvienta sonrió gentilmente.

—Con su tardanza estaba dudando si usted era poco curiosa o simplemente tímida. —Empezó a trenzar mi cabello—. Es muy buen hombre, puede interrumpir su intranquilidad. Su padre le va a dejar en muy buenas manos. Declan es inteligente y todo un caballero, hará de este país el hogar que usted se merece y moverá cielo y tierra para que usted sea feliz. Es una mujer muy afortunada.

Poder y justicia. Libro 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora