Imitador

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"Se me fue sin avisar, no le pude acompañar
A su cita con la oscuridad"

Ver a Suguru frente a él, pero con el rostro contorsionado en una mueca de crueldad, los ojos que antes irradiaban calidez ahora rebosantes de una frialdad despiadada, fue como si un puñal le atravesara el corazón. El hombre que amaba, el amigo que lo conocía mejor que nadie, había desaparecido, reemplazado por una burda imitación, una sombra grotesca de lo que fue.

Gojo se quedó paralizado, la incredulidad actuando como un escudo contra la ola de dolor que amenazaba con engullirlo. Su mente se rebeló contra la imagen que tenía ante sí, aferrándose a la negación como último recurso. 

— No puede ser... Esto no es real — murmuró, su voz un susurro ahogado en la incredulidad. — Esto tiene que ser alguna clase de ilusión, un truco barato ...

Pero por más que gritara, por más que implorara a un cielo indiferente, la verdad se alzaba ante él, innegable e implacable. Suguru, su Suguru, se había ido, dejando tras de sí un vacío que ningún hechizo podría llenar. A partir de ese momento, la oscuridad se apoderó de Gojo. La tristeza lo envolvió como una mortaja, ahogándolo en un mar de desesperación. Dejó de comer, el sueño lo abandonó, atormentado por pesadillas que reflejaban la cruda realidad. Se recluyó en su propia mente, un laberinto de recuerdos que ahora lo torturaban con la intensidad de lo perdido. Sus amigos, preocupados por su repentino deterioro, intentaron acercarse, ofrecer consuelo y apoyo. 

Pero Gojo, incapaz de soportar la compasión en sus miradas, los alejó con una brusquedad que escondía su propia fragilidad. Su mundo se había derrumbado, y en medio de los escombros, solo quedaba él y el dolor insoportable de la pérdida. Kenjaku, el artífice de su sufrimiento, observaba con cruel satisfacción la caída de Gojo. La desesperación del hechicero más fuerte era su mayor triunfo, la prueba irrefutable de su poder. Sin embargo, en lo más profundo de la oscuridad, una chispa de determinación comenzó a arder. Gojo, impulsado por el amor que aún sentía por Suguru, se aferró a la tenue llama de la esperanza. 

No permitiría que Kenjaku destruyera su último vestigio de luz. Poco a poco, con la ayuda de aquellos que se negaban a perderlo, Gojo comenzó a sanar. Aprendió a vivir con el dolor, a convertirlo en combustible para su lucha. La venganza, aunque no traería de vuelta a Suguru, se convirtió en su nuevo propósito. Derrotar a Kenjaku, honrar la memoria de su primer amor, era la única forma que tenía de encontrar un atisbo de paz en un mundo que había perdido su color.

Se Me Fue | Satosugu [[Drabbles]]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora