Paseo

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"Se me fue, tan normal, una tarde, un día más
Tan fugaz que no le pude perdonar"

El sol se colaba entre las hojas de los árboles, creando un mosaico de luces y sombras sobre el sendero que serpenteaba por el bosque. El aire, impregnado del aroma a tierra húmeda y flores silvestres, llenaba los pulmones de una frescura revitalizante. Satoru, con su energía habitual, pedaleaba con fuerza la bicicleta, mientras Suguru, sentado en el asiento trasero, se aferraba a su cintura, dejando que la brisa jugara con su cabello oscuro.

Era un día como cualquier otro en sus vidas, un paréntesis de tranquilidad en medio del caos que solía rodearlos. Habían decidido hacer una escapada a las afueras de Tokio, buscando un respiro de las exigencias del entrenamiento y el peso de sus responsabilidades como hechiceros.

— ¿No crees que deberíamos regresar, Satoru? — preguntó Suguru, su voz apenas audible por encima del sonido de la brisa y el canto de los pájaros. —Se está haciendo tarde y aún tenemos que...

— No seas aguafiestas, Suguru — lo interrumpió Satoru, sin dejar de pedalear con entusiasmo. — Unas horas más no van a cambiar nada. Además, ¿no te parece que este lugar es perfecto para disfrutar del momento?

Suguru suspiró, consciente de que era inútil discutir con Satoru cuando se le metía una idea en la cabeza. Desde que se conocían, Satoru siempre había tenido la habilidad de arrastrarlo a sus aventuras, sin importar cuán descabelladas o peligrosas fueran. 

— Está bien, está bien — cedió Suguru, una sonrisa resignada curvando sus labios. — Pero si nos regañan por llegar tarde, la culpa será tuya

Satoru rio, un sonido alegre y despreocupado que resonó en el claro del bosque. 

— No te preocupes, yo me encargaré de Yaga. Tú solo relájate y disfruta del paseo.

Y Suguru lo hizo. Se abandonó al ritmo del pedaleo de Satoru, cerrando los ojos por un momento para grabar en su memoria la sensación de libertad que lo inundaba. A pesar de las preocupaciones que ensombrecían sus pensamientos, la presencia de Satoru a su lado siempre lograba calmar la tormenta que rugía en su interior. En un impulso repentino, Satoru desvió la bicicleta del sendero principal, adentrándose en un camino aún más estrecho y cubierto de hojas secas. 

— ¿A dónde vamos ahora? — preguntó Suguru, aferrándose con más fuerza a la cintura de Satoru.

— Ya lo verás — respondió Satoru, un brillo misterioso en sus ojos azules. — Es una sorpresa.

Tras unos minutos de pedaleo, llegaron a un pequeño claro bañado por la luz dorada del atardecer. En el centro, un cerezo solitario extendía sus ramas florecidas, creando un dosel de pétalos rosados que danzaban en la suave brisa. 

— Es... hermoso — susurró Suguru, maravillado por la belleza inesperada del lugar.

Satoru detuvo la bicicleta y se bajó, tendiéndole la mano a Suguru para ayudarlo a descender. 

 — Lo encontré por casualidad hace unos días — dijo, su voz más suave de lo habitual. — Pensé que te gustaría.

Suguru aceptó su mano, sintiendo una corriente eléctrica recorrer su cuerpo al contacto con la piel de Satoru. Mientras caminaban hacia el cerezo, sus miradas se encontraron por un instante, y por primera vez, Satoru se sintió completamente cautivado. No era la belleza innegable de Suguru lo que lo atraía, sino la calidez de su mirada, la sinceridad de su sonrisa, la fuerza serena que emanaba de su ser.

En ese preciso instante, mientras el sol se ocultaba en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y violetas, Satoru comprendió que sus sentimientos por Suguru habían traspasado los límites de la amistad. Y por un momento fugaz, tuvo la certeza de que ese sentimiento, tan nuevo e intenso, era correspondido.

Se Me Fue | Satosugu [[Drabbles]]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora