Solo

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"Me miró, sonrió, como iba yo a saber
Que tal vez su sonrisa era un adiós"

La risa de Satoru, usualmente contagiosa, ahora rebotaba en los oídos de Suguru como un eco vacío, ajena a la creciente oscuridad que lo envolvía. Se había ido distanciando, poco a poco, de la luz que Satoru irradiaba, como una polilla que escapa de la calidez de una vela para perderse en la fría vastedad de la noche.La semilla de la duda, plantada durante una misión particularmente brutal, había germinado en su interior, transformándose en una enredadera de desesperación que ahogaba cualquier atisbo de esperanza. 

La idea de proteger a los no hechiceros, aquellos seres débiles e inconscientes de la oscuridad que los acechaba, le parecía cada vez más un sinsentido, una carga insoportable. Las noches se volvieron largas e insomnes, pobladas por los rostros de aquellos que no había podido salvar, sus gritos de terror resonando en sus pesadillas.

La comida perdió su sabor, el entrenamiento se convirtió en una rutina mecánica, y la compañía de sus compañeros, antes fuente de consuelo y camaradería, se transformó en un recordatorio constante de su propia agonía interna.Satoru, ajeno al tormento que se gestaba en el alma de su amigo, seguía a su lado, brillante e invencible, como si la oscuridad que amenazaba con consumir a Suguru no pudiera tocarlo.

 Y esa indiferencia, esa falta de comprensión, acrecentaba el dolor de Suguru, transformando la admiración que siempre había sentido por Satoru en un resentimiento amargo. Hasta que un día, Suguru simplemente desapareció. Sin dejar rastro, sin una palabra de despedida, abandonó la escuela, dejando tras de sí un vacío que ni siquiera la energía arrolladora de Satoru pudo llenar.

Fue entonces, frente a la ausencia de Suguru, que Satoru se vio obligado a enfrentar la verdad que había estado ignorando. Los silencios de Suguru, sus retiradas a la soledad, las sombras que se acumulaban en sus ojos, todo adquiría un nuevo significado, un grito de auxilio que Satoru, cegado por su propia luz, no había sido capaz de escuchar.

Recorrió cada rincón de la escuela, cada lugar que había compartido con Suguru, buscando una pista, una señal que le permitiera encontrarlo. Y en un rincón olvidado de la biblioteca, entre los libros polvorientos que Suguru solía leer, encontró un pequeño cuaderno de notas. Las palabras de Suguru, escritas con una caligrafía elegante y precisa, lo golpearon con la fuerza de un tifón.

Sus miedos, sus dudas, su creciente desprecio por los no hechiceros, todo plasmado en esas páginas con una crudeza que le revolvió el estómago. Y entre líneas, Satoru pudo vislumbrar la profundidad del dolor de Suguru, la agonía de un alma noble que se debatía entre la luz y la oscuridad.

En la última página, una frase escrita con trazos temblorosos: 

— Satoru, te quería. Ojalá hubieras podido verme. 

Un escalofrío recorrió la espalda de Satoru al comprender la magnitud de su error. Había estado tan concentrado en ser el más fuerte, en proteger al mundo a su manera, que no se había dado cuenta de que la persona más importante de su vida se le escapaba entre los dedos.

El arrepentimiento lo golpeó con la fuerza de un golpe en el pecho, dejándolo sin aliento, con el corazón hecho añicos. Había amado a Suguru desde siempre, de una forma que trascendía la amistad, pero nunca había encontrado las palabras, el valor para expresar sus sentimientos. Y ahora era demasiado tarde. Suguru se había ido, llevándose consigo un pedazo del alma de Satoru, dejándolo atrapado en un laberinto de culpa y dolor, condenado a vivir con el peso de un amor no correspondido, de una oportunidad perdida para siempre.

Se Me Fue | Satosugu [[Drabbles]]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora