† VII †

4 1 0
                                    

Catherine Alzair

Sigo los pasos de este hombre a una distancia prudente, observando con atención cada uno de sus movimientos. La gracia con la que camina, las mangas arremangadas en sus codos y las joyas en sus extrañas orejas. Desde atrás parece tan amenazante como desde cualquier otro ángulo.

Mi cuerpo debería arder pero solo siento una fatiga insostenible. Mis párpados luchan por mantenerse abiertos y solo el ligero miedo me permite seguir de pie. El miedo y la emoción. No puedo mentirme a mi misma y decir que esto no me da curiosidad.

Cómo médico, el hombre que tengo al frente es algo con lo que nunca he tratado. Sus facciones son claramente de otro mundo y hay tantas interrogantes a su alrededor que podría dedicarle horas. Sin embargo, soy una estudiante, no una estúpida. Cada hueso en mi cuerpo sabe que él es siniestro.

Me guía fuera de la habitación y por un pasillo de piedra descuidado. Mis dedos acarician la piedra fría. Mientras más avanzamos, más abandonado se siente el lugar. Parece inhabitado aunque claramente él permanece aquí.

—¿Vives solo aquí? —pregunto.

Él gira y sus impactantes ojos se clavan en los míos. Un mechón de cabello platino le cae sobre la ceja y una de sus comisuras se eleva lo suficiente para mostrarme un colmillo. Ladeo la cabeza, mi respiración acelerada. Él lo nota y extiende una malvada sonrisa.

—Supongo que ya no —contesta antes de girarse.

Con la garganta seca lo sigo por el pasillo y nos encontramos con unas largas escaleras. Él se detiene un segundo y extiende su brazo hacia atrás sin mirarme. Observo las venas que suben por su pálida piel antes de fijarme en su mano enguantada. Desvío la mirada para dar un paso hacia el primer escalón pero un chasquido de su lengua me detiene.

—Toma mi mano, estás descalza y estás escaleras son peligrosas —su voz es un gruñido y parece escupir las palabras.

Alzo una ceja y miro su perfil.

—¿Estás preocupado por mi? —pregunto con ironía.

Sus dedos se flexionan.

—Solo toma mi mano —carraspea —. Por favor.

Suspiro y evito mirarlo cuando mis dedos se deslizan en los suyos. Parece que mi imaginación está más allá de lo racional porque juro sentir que se estremece.

En silencio, me sostiene con firmeza mientras bajamos con calma. Es una escalera larga y de una piedra que se siente resbalosa y fría bajo mis pies. Paso de sostener sus dedos a rodear su muñeca después de haberme resbalado tres veces.

Para cuándo llegamos al final, realmente debería reconsiderar mis posibilidades de sobrevivir a la situación. Si por alguna razón tengo que huir de esa habitación las escaleras me matarán antes de que lo haga el hombre que se despega de mí como si tuviera la maldita peste.

Volvemos a caminar y atravesamos un enorme salón antes de que él nos haga pasar a un gran comedor. La mesa parece vieja y hay cuadros extraños sobre las paredes. Nuestros pasos son rápidos cuando abre una pequeña puerta, nos guía por un estrecho pasillo y se detiene al final donde solo se encuentra otra puerta de metal.

Inhala antes de abrirla y apartarse para que pueda salir. Ante mis ojos se despliega un gran bosque. Los vibrantes colores hacen que me sienta en mi propio patio. Aunque aquí no hay un laberinto, un precioso lago de agua turquesa trae la calma con cada movimiento del agua. Una estructura de metal negro se alza y alberga dentro dos cómodos muebles y una mesa de madera. Al otro lado, un enorme columpio cuelga de un inmenso árbol.

Un corazón en ruinas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora