†X†

4 1 1
                                    

Catherine Alzair


La mayoría de las veces, mi primer instinto es permanecer y enfrentar. Sin embargo, el recuerdo del olor de mi propia piel quemándose en la tarima detrás de Janis me empuja a huir.

La maldita tarima es la misma, sin una gota de sangre seca fuera de lugar. Mi mente frenética se pregunta vagamente si hay alguna propia mezclada allí. Jadeo, con la pesada bolsa de lona golpeándome el costado.

En retrospectiva, mi yo inteligente sabe que era demasiado fácil para ser cierto y se burla desde el fondo de mi mente. Me prometo a mi misma dejar de ser ingenua respecto a Ezio y empezar a considerar aún más lo mucho que mi vacía vida corre peligro.

A pesar de mis esfuerzos, no llego muy lejos. Un brazo pálido y lleno de pronunciadas venas me envuelve la cintura y me empuja hacia su pecho. Gruño como un animal enjaulado, con lágrimas de impotencia quemándome las mejillas.

—Reina, necesito un poco de tu cooperación —me susurra al oído.

—Me engañaste —acuso, pataleando.

Ezio me gira para quedar cara a cara y con una expresión inescrutable, se inclina para susurrarme. Sus extraños ojos se fijan en mí y me incitan a guardar silencio.

—Necesito aquel laberinto intacto y para ello, no podía dejar que la gran hoguera alertara a más humanos y vinieran a investigar. O peor, adueñarse. Así que dejé vivos a los inocentes, despareci a los culpables y los devolví a sus hogares.

—¿Cómo carajos es esto posible?

Ezio sonríe.

—Borré sus vidas anteriores. Son las personas que hubiesen sido sin la corrupción de los sacerdotes.

Echo un vistazo a Janis, que nos observa con preocupación. Como si estuviera dispuesta a intervenir por mi. Comprendo que la mujer que conocí estaba sobreviviendo de la única forma que podía. Y maldita sea, no puedo culparla. No cuando su otra opción era ser una paria en su propia comunidad.

—¿Cómo hiciste esto?

Ezio se encoge de hombros.

—La magia es difícil de explicar con palabras.

Me relajo, mi cuerpo cede un segundo. Él me sostiene en silencio y me altera su manera de actuar. Me molesta su serenidad.

—Pensé que todos estaban muertos.

—Me pareció de mal gusto dejarlos arder a todos.

Hago una mueca y me giro con una sonrisa forzada hacia la Janis atónita. Parece no haber escuchado nuestra conversación y mientras empieza a enumerar las atracciones para nada increíbles de este pueblo, me pongo de puntillas para hablarle en el oído a Ezio. Creo captar un leve estremecimiento.

—Cómo es que no está impresionada con tu aspecto —pregunto.

—Sé que soy hermoso pero no me considero el mejor de mi linaje —Sonríe y puedo percibir aquellos colmillos bajo la luz del sol.

—Eres insoportable.

En sus labios sigue la sonrisita molesta pero me mira a los ojos con seriedad cuando habla.

—Solo tú puedes ver mi verdadero aspecto.

Quiero preguntar algo más porque nunca es suficiente curiosidad. Janis interrumpe cualquier formulación de palabras que mi mente pueda darme. Se acerca y me envuelve con sus delegados brazos en el abrazo más invasivo de mi vida.

—Supongo que vienes por la mansión, es un lugar hermoso —Suelta una risita cómplice —. Mi esposo, el alcalde, admiraba a tu padre.

Ante eso, Ezio bufa y se cubre los labios con un puño. Entrecierro los ojos y le sonrio a Janis. Ambos vemos cómo se despide para correr junto a un niño que pasa disparado a nuestro lado. El niño se ríe, esquivando a su madre. Esta realidad alterna, tan desconcertante, me muestra lo mucho que puede corromperse alguien.

Me pregunto si yo misma sería alguien distinto. Me pregunto si Ezio podría cambiar mi realidad a una donde mi madre viva. Estaría aprendiendo sus trucos medicinales o sentada a sus pies tejiendo. Quizás, en aquella realidad llena de añoranza, estaría tocando una canción para ella en mi piano.

Mientras nos dirigimos a la mansión, observo el perfil sobrenatural de Ezio. Su mandíbula fuerte, sus orejas puntiagudas decoradas de joyas doradas y su nariz ligeramente torcida. La idea de que una criatura así, con semejante poder, vague por la tierra me parece irreal.

—¿Qué harás aquí? —me pregunta.

—Quedarme, prometiste que podría irme.

Ezio guarda silencio, incluso cuando abro la puerta y me adentro en la que ha sido mi casa por meses. Huelo la humedad y la soledad en el aire. Repaso con mi mirada los suelos de madera y los muebles tapizados. Nada ha cambiado, como si no hubiese sido arrebatada de aquí.

Atravieso la casa hacia el final, donde me espera el porche y la entrada del laberinto. Me detengo un segundo, dejando caer la bolsa al suelo y admiro una vez más este lugar.

—Supongo que ya no habrán más cadáveres aquí —susurro.

—No puedo prometerlo.

Una risa irónica brota de mis labios.

—¿Vas a seguir haciéndome eso?

—Si es necesario.

Sin palabras, giro sobre mis talones y me adentro una vez más en la casa. Voy hacia un lugar que cada vez me cuesta más visitar. El despacho de mi padre. El lugar huele a polvo y conserva el olor del tabaco en los muebles.

Siento la presencia de Ezio y escucho como hace un sonido de incredulidad.

—Realmente estaba comprometido —dice.

Me giro, con el trasero reposando sobre el escritorio polvoriento. Lo encuentro analizando uno de los tomos pesados en el armario. Un libro sobre algún cuento que no logré entender al final. Está lleno de términos que no logré descifrar. Así son todos los malditos libros.

—¿Podrías dejar de dar tantos rodeos y explicar todo esto?

—¿Por qué lo haría?

—Porque estás aquí, conmigo y si no planeas irte quiero respuestas.

Ladea la cabeza, juro que escucho sus pensamientos indescifrables mientras me mira fijamente. Finalmente, habla en voz baja.

—Soy el príncipe Ezio Hussian, el último de mi linaje y me enviaron aquí para que pudiese vivir. —Hace una pausa y se lame los labios —. Aunque no evitaron que contrataran a hombres como tu padre para darme caza.

—¿Por qué te quieren muerto?

—Soy el único ser que puede alterar realidades. Y eso, en mi antiguo hogar, está prohibido.

Trago saliva y apoyo las palmas en el escritorio para estabilizarme.

—Me exiliaron para salvarme después del asesinato de mi familia. Quienes gobiernan ahora tienen humanos que navegan entre mundos, que están al tanto de mi y que planean asesinarme a como dé lugar.

—¿Mi padre era uno de ellos?

—Tu padre era el peor de ellos.

—Y él ya murió —aclaro.

—Pero tú no y ese es el problema.






Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Nov 08 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Un corazón en ruinas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora