† VIII †

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Catherine Alzair

Dedos pálidos envueltos en anillos me acarician la piel descubierta entre los omóplatos. Los delicados lazos del corsé me rozan la piel de los pechos y sostengo la tela sobre mis pezones sensibles.

Mi respiración acelerada se mezcla con el cálido aire en la habitación. Mis muslos desnudos se rozan y una mano me rodea la garganta desde atrás.

Se me escapa un gemido.

Y él se ríe en mi oído.

Unos colmillos afilados recorren mi mejilla y labios húmedos besan su camino hasta mi oído. Entonces, la mano en mi garganta empieza a apretar con fuerza.

—Criatura ingenua —Dice con voz melosa.

Y su risa me persigue hasta la consciencia.

Jadeo, levantándome. El corazón me late con prisa y me niego a aceptar la humedad entre mis muslos. El sudor me empapa la frente y mis pechos se sienten sensibles. Aparto las sábanas de mi cuerpo y deslizo los pies fuera.

Cuando el frío suelo hace contacto con mis pies, un escalofrío sube desde la punta de mis dedos hasta mi cabello. Un camisón de un suave color crema se ciñe en mis caderas y baja hasta mis tobillos. Tomo un trozo de tela y me recojo el cabello mientras camino hasta la abertura en la pared.

Con el ceño fruncido, mis ojos se fijan más allá, dónde supongo que está el pueblo. El humo ha dejado de salir y los ligeros gritos que se escuchaban se han convertido en el silencio del bosque. Me pregunto cuántos habrán muerto y quiénes sobrevivieron. La pena me abruma cuando la realidad es más pesada que cualquier pensamiento sobre sobrevivir.

No podré ir a mi casa y no tengo a donde ir. La última vez que estuve a merced de la caridad de alguien decidí que era mejor morirme de hambre por mi cuenta. Y esa última persona no era un criminal sobrenatural.

Me dejo caer en el borde, con los pies colgando. Esos diez minutos no me sirvieron de nada, no estoy más cerca de saber los motivos de Ezio y tampoco sé qué pasará conmigo. Vivir con incertidumbre podría estar entre mis peores pesadillas, he pasado toda mi vida solucionando los imprevistos, adaptándome. Estoy acostumbrada a lidiar con el problema, no ser aislada.

Sentarme aquí y esperar, eso podría devastarme. Normalmente, soy quien atiende el problema, quién lo confronta y lo soluciona. Dejarme encerrada en esta maldita habitación podría ser la muerte del hombre que se pasea más abajo.

A la luz de la luna, Ezio podría parecer un ángel. Su cabello rubio está recogido en un pequeño moño en la nuca, dejando al descubierto sus orejas puntiagudas y sus joyas. Viste unos sencillos pantalones negros y una camisa gris recogida en los codos. Por alguna razón, sonrío al ver sus pies descalzos.

Lo veo agacharse con algo entre sus manos. Una rosa. Observo cuando empieza a cavar en la tierra un pequeño hueco. Los sonidos del viento y los animales afuera parecen una canción de cuna y decido empezar a trenzarme el cabello mientras observo a Ezio y a su rosa.

Para cuando termina de plantarla, la trenza cuelga de mi hombro. Entonces, él gira el rostro y nos miramos a través de las sombras.

Sus palabras son susurros pero en el silencio de la noche, las siento susurradas en mi oído.

—¿Vigilandome, reina?

—Catherine —le digo.

—¿No es lo mismo? —dice con una sonrisa depredadora en los labios.

Mis dedos aprietan la tela entre mis muslos ante esa sonrisa y me niego a reconocerla como aquella que se coló en mis sueños. Cuando sonríe así, aquellos colmillos son más que visibles.

—¿Qué ocurrió con las personas del pueblo? —me atrevo a preguntar.

Él ladea la cabeza y frunce los labios. Su expresión es divertida cuando nos miramos.

—Sus cenizas bailan en el cielo de esta bella noche.

—Había niños allí —digo entre dientes apretados.

Ezio se encoge de hombros, como si no estuviera muy interesado en ese hecho. En cambio, abandona a la rosa para acercarse más. Se detiene justo debajo de mis piernas colgantes y se apoya con ambas manos en la piedra frente de sí.

—Te preocupas mucho por un pueblo que te castigó, pequeña valish.

Inhalo con fuerza y trago saliva.

—Dejame ir a casa —susurro.

Él niega con la cabeza.

—¿Existe acaso una casa que te pertenezca enteramente, Catherine?

La ira vuelve a apretarme las entrañas y aunque sé que debería ser cautelosa, no me detengo cuando tomo una de las grandes rocas a mi lado y la arrojo en su dirección.

Una mueca de satisfacción empieza a formarse en mis labios. La misma ni siquiera termina cuando pierdo de vista la figura robusta de Ezio. Desconcertada, me inclino un poco más.

—Es de mala educación hacer eso valish.

Una gran mano me toma del cuello desde atrás. Jadeo y mis manos tratan de quitarlo. Sin embargo, la risa áspera en mi oído me detiene.

—Yo estaba hablando.

No sé por qué lo hago pero aprieto los muslos. La voz ronca se mezcla con el cálido aliento de este ser mítico y los aros fríos en sus orejas raspan mi mejilla caliente.

—¿Qué quieres? —susurro temblorosa.

—Dame un poco y te dejaré ir.

Mareada, me hundo en su pecho.

—¿Un poco de qué?

—De tú sangre.

Un corazón en ruinas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora