† Prólogo †

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Catherine Alzair


Un cadáver.

Inclino la cabeza hacia un lado, la torrencial lluvia se desliza por mi cabello negro y me empapa los hombros. Mi pequeña bata color vino no hace mucho para protegerme del frío. Aún así, me quedo con la mirada fija en el hombre que yace boca arriba con los ojos abiertos.

La lluvia crea un charco de sangre diluida en el suelo del laberinto. En la oscuridad, es difícil distinguir los rasgos de la víctima. Lo único visible perfectamente es la rosa negra sobre su pecho. El tallo lleno de espinas parece burlarse de mí, como si me invitaste a tomar la flor como la última vez y cortarme los dedos.

Suspiro y doy un paso al frente. A su vez, se escucha un ruido más allá de la oscuridad. Mi mirada conecta con la espesa niebla y me aparto el cabello de los ojos.

—Las rojas son más de mi agrado —digo.

Mi respuesta es el silencio absoluto, nada más que mi respiración y el ruido de la lluvia al salpicar con el cadáver. Me estremezco, el frío calando mis huesos. Se escucha otro ruido, otro paso. Retrocedo y doy la vuelta.

Me he vuelto loca. Mes tras mes, en una fecha específica, este sujeto deja un cadáver en el laberinto que poseo. En estos inmensos terrenos, elige asesinar a su víctima en distintos lugares del laberinto. La fuente, las estatuas y miles de ubicaciones distintas que todavía no conozco.

Pero siempre hay un camino de pétalos negros hasta su víctima. Quiere que la vea, que sea testigo de cada individuo sin vida en mi terreno. Es algo personal, algo íntimo.

Y por cada asesinato, estoy más cerca de ser quemada viva en este pueblo. Por alguna razón, estoy conectada a cada persona que muere en este lugar. No importa si no lo recuerdo, los hechos están ahí.

Y no tengo como negarlo.

—Nos vemos el jodido siguiente mes —exclamo en voz alta.

Marcho empapada hasta mi casa y me encierro. Me desnudo en mis habitaciones y me dejo caer en la cama con ira. Me duermo mirando hacia la ventana y hacia los jardines, donde el laberinto es solo un lugar lejano y siniestro.

A la mañana siguiente, encuentro un ramo de rosas rojas en mi entrada. Cuando recojo la pequeña tarjeta sobre ellas, escuchando las decenas de pasos que se dirigen aquí, no puedo evitar la respiración temblorosa que me abandona.

Dulce reina, ingenua y hermosa.
El vino luce excitante en ti.
Cómo la sangre que corre por tus venas.

Un corazón en ruinas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora