Xie Lian llegó al reino de Xijang después de tres largos días de agotador viaje. La fatiga se reflejaba en sus ojos, pero finalmente podía ver el palacio a lo lejos. Su fiel caballo, agotado por la travesía, no pudo dar un paso más. Con una mezcla de gratitud y tristeza, Xie Lian decidió liberarlo, permitiéndole descansar en la vasta llanura que rodeaba el reino.
Al bajar del caballo, Xie Lian intentó dar unos pasos hacia el palacio, pero de inmediato sintió cómo su pierna derecha comenzaba a fallarle. Un agudo recordatorio le atravesó la mente: el efecto de su medicamento había desaparecido, y el dolor volvía a instalarse en su cuerpo. Intentó mantener el equilibrio mientras sus pasos, ahora lentos y cuidadosos, lo acercaban a su destino.
Por supuesto, la presencia de Xie Lian llamó la atención de los guardias que vigilaban el palacio. Sin embargo, en lugar de detenerla, simplemente le preguntaron su nombre. Al escuchar su respuesta, los guardias, reconociendo la importancia de su visita, le abrieron las puertas sin vacilar.
Con gran esfuerzo, Xie Lian apenas logró cruzar la puerta, lo que de inmediato despertó la preocupación de los guardias al verla en tan mal estado. De repente, su pierna derecha cedió, y Xie Lian perdió el equilibrio, cayendo al suelo antes de que alguien pudiera reaccionar.
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Hua Cheng se encontraba en medio de una reunión tan monótona que ya conocía cada detalle de memoria. Podría haberla concluido en ese mismo instante y encargarse personalmente del problema, pero algo hizo cambiar de opinión. En los últimos tres días, una persona había exterminado a un gran número de demonios, lo que había mantenido a salvo a todos los habitantes de su reino. Sin embargo, los restos de esos demonios aún podían dar origen a una mazmorra peligrosa.
-Traigan los cuerpos de los demonios al palacio -ordenó Hua Cheng-. Podemos utilizar su piel y huesos. Utilicen la piel para abrigarse y los huesos que hagan armas con ellas.
Hua Cheng evitó sugerir la incineración de los cuerpos, consciente de que hacerlo podría provocar la ira de los espíritus del bosque.
-¿Y la carne? -preguntó uno de los presentes en la mesa.
-Úsenla como alimento -respondió Hua Cheng-. Pueden entregársela al Duque del Oeste. He oído que devora todo lo que se le pone delante.
-Sí, Su Majestad -respondieron al unísono.
Hua Cheng lanzó una mirada de reojo hacia la puerta, donde su mayordomo esperaba, claramente deseoso de transmitirle un mensaje.
-Con esto, concluyo la reunión. Gracias por haber venido.
Los presentes se retiraron rápidamente, dejando a Hua Cheng a solas con su mayordomo. Al fin, el hombre mostró una expresión de preocupación que no pasó desapercibida. Hua Cheng intentó adivinar qué nuevo problema se cerca sobre ellos, pero nada concreto le venía a la mente, ya que las situaciones parecían cambiar constantemente.
-¿Qué sucede? -preguntó con calma.
-Es la Baronesa Xie Lian.
Hua Cheng no pudo evitar que una expresión de preocupación cruzara su rostro, aunque en lo más profundo de su ser, experimentó una extraña sensación de alivio. Si algo le había ocurrido a Xie Lian, eso significaría que casarse con ella podría desaparecer. Sin embargo, al mismo tiempo, no podía comprender por qué su cuerpo se movía con tanta urgencia, deseando verla cuanto antes.
A pesar de sus pensamientos contradictorios, sus pasos la llevaron apresuradamente hacia Xie Lian, como si una fuerza más poderosa que su propia voluntad la impulsara. No se dio cuenta de lo rápido que había llegado hasta que, de repente, se encontró frente a Xie Lian, profundamente dormida. A su lado, un sacerdote estaba concentrado, utilizando su magia curativa para evaluar su estado. Hua Cheng observó la escena en silencio, sintiendo una mezcla de emociones que no podía explicar del todo.