09:24 a.m.
— Tú me disparaste primero —se quejó Edgar, mientras gran parte de su torso comenzaba a regenerarse.
— Usted, señor, me atacó primero —se defendió el militar.
— ¡¿Y cómo se supone que iba a saber que eras amigo y no un enemigo?! —recriminó, ya completamente regenerado.
— Por algo tiene boca —respondió, frunciendo el ceño—. Le sugiero que la use más a menudo —añadió, visiblemente molesto.
— Nenas, nenas —interrumpió Leila, con las manos en la cadera—. Ambas bonitas, pero ¿podemos dejar las discusiones y seguir con la maldita misión?.
Ambos hombres se miraron con desagrado, pero finalmente suspiraron y decidieron dejar de lado la tontería.
Emilia movió las manos para comunicarse, y lo que dijo hizo reír a Leila y enfurecer a Edgar.
— No soy tan viejo, mocosa —gruñó el mayor, cruzando los brazos con descontento.
— Como digas, anciano —comentó Leila, dirigiendo luego su mirada al veterano—. ¿Cuál es tu nombre, oficial?
— William, señorita —respondió el veterano, manteniendo una postura firme.
— ¿Entonces tú eres nuestro refuerzo? —cuestionó Leila, y el militar asintió—. Pequeño consejo: no nos recibas disparándonos, por favor —pidió con una sonrisa nerviosa.
— Intentaré recordarlo —respondió William, con un tono serio pero una ligera sonrisa.
Un silbido rompió el silencio y captó la atención de los tres. Al girar, vieron a Emilia a unos tres metros de distancia, señalando un sendero que se adentraba en la selva.
[...]
— ¿Me explican cómo demonios terminamos así? —preguntó la bruja, boca abajo—. Porque no tengo ni idea de lo que pasó.
Actualmente, Leila yacía boca abajo sobre una caldera, mientras Edgar y William estaban atados a un árbol que parecía estar bajo un hechizo. Emilia, por su parte, ya estaba preparada para ser el sacrificio de la noche.
— ¡Ustedes herejes! —gritó el líder—. ¡No impedirán que ofrezcamos esta ofrenda a nuestros dioses! —Se acercó a los mayores y les escupió—. ¡Menos en el día en que nuestro Salvador deba llegar! —declaró con fervor.
— ¿Me acaba de escupir? —preguntó Edgar, con incredulidad.
— A los dos —se quejó William, limpiándose la saliva de la cara.— ¿Tienes alguna idea para salir de este círculo? —preguntó el militar, observando con preocupación su entorno.
— Es un círculo de sal. Lo han creado para mantenernos atrapados, y la única forma de salir es que alguien desde afuera haga una disrupción... o, simplemente, que lo patee para abrir una salida —explicó Edgar, rascándose la nuca.
Hubo un silencio de al menos cinco segundos hasta que el militar miró al maldecido, con una expresión impasible, y preguntó en un tono bajo:
— ¿Ves a alguien afuera que no esté atado o a punto de ser sacrificado? Porque si es así, me lo dices, por favor —comentó, claramente molesto.
Leila, escuchando la discusión de los mayores, soltó un suspiro y negó con la cabeza. Con cuidando de no ser vista por los miembros de la secta, hizo que una raíz provocara una pequeña grieta en el círculo de sal.
De manera rápida, tanto Edgar como William lograron noquear a la mayoría de los miembros de la secta. Sin embargo, el líder tenía a Emilia sobre una mesa de sacrificios, con un cuchillo apuntando amenazadoramente hacia su cabeza.
— ¡Ustedes, herejes! No evitarán que esta mujer se convierta en una de las concubinas de nuestro Señor. Ustedes solo serán insectos en nuestro camino —declaró el líder de la secta, con desdén.
Cuando el cuchillo estaba a punto de clavarse en la cabeza de la chica, una bala atravesó la frente del líder de la secta, derribándolo instantáneamente.
— Te estabas tardando —replicó Edgar, mirando a Emilia con una mezcla de alivio y reproche.
|Lo siento, sus nudos eran más complicados de lo que pensé.|
— Dejando eso de lado —comenzó William-, me asombró ese disparo; fue directo al cerebro. No está nada mal —elogió.
— ¡Oigan, chicos! —llamó Leila, captando la atención de todos—. Saben, estar de cabeza no es tan malo; la sangre se acumula en el cerebro y creo que me puedo desmayar. Pero no se preocupen, no importa la situación de una mujer que está literalmente sobre una hoguera y podría romperse la cuerda y caer ahí. ¿Qué tal, eh? No se preocupen, en serio —dijo, con evidente molestia.
— En mi defensa, señorita, creí que usted era una bruja capaz de liberarse por sí misma —comentó Edgar, con un tono juguetón.
— ¿Quieres comprobar si mi magia puede ser el intento número mil de tus fallidos suicidios? —cuestionó. —Estoy dispuesta a demostrarte que yo sí puedo matarte. Así que, mejor cállate y ayúdame a bajar —recriminó Leila.
— Por esos comentarios sigue soltera —murmuró Edgar mientras se acercaba a Leila para desatarla.
Mientras Edgar desataba a Leila y la ayudaba a bajar, William intercambió miradas con Emilia, ambos estallaron en risas ante la absurda situación.
— Ay, por los dioses, nunca me había reído tanto en una misión, especialmente en una en la que casi muero. ¿Crees que esta cuenta como una de las cinco veces en que una misión estuvo a punto de acabar conmigo? —comentó William, rascándose la cabeza.
Emilia, al mover las manos, indicó que había dejado de llevar la cuenta después de haber sido sacrificada, o casi sacrificada, en múltiples ocasiones. Con el tiempo, uno simplemente se rinde ante esas cifras.
[...]
— Wow, ¿en serio casi mueren? —cuestionó Elena mientras realizaba un pequeño chequeo médico al equipo.
— Eso ya habría sido un golpe de suerte excesivo —se quejó Edgar mientras miraba algo en el fondo.
— Y si unos idiotas nos hubieran matado, eso definitivamente sería una humillación —agregó Leila.
Justo en ese momento, los celulares de Edgar, Leila y Emilia comenzaron a sonar, pero decidieron ignorarlos.
Sin embargo, el militar, cuyo celular también comenzó a sonar, decidió contestar.
— Hola, aquí el Teniente Vidal. Ajá. ¿Ustedes quiénes? ¿Cómo que fue contra...? Eh, claro... Oh, ok. Eh, gracias.—Colgó y miró al resto con una expresión confusa.— Me acaban de contratar para la ECP. ¿Eso es bueno o malo?
— Bueno, al menos ahora tienen un número par —comentó Alexander, pero al notar las expresiones de los demás, se corrigió— Okey, mejor me callo.