Se podía ver un bosque cubierto de neblina, y sobre él, una mujer volaba por encima.
— Parece que hemos acabado con esa plaga —comentó Leila, observando el bosque.
Con el sol ocultándose en el horizonte, Leila dejó que el viento la llevara de vuelta a la base.
Al ocultarse el sol, las gárgolas en la entrada de la base se sacudieron su capa de piedra y comenzaron a moverse, vigilando su territorio.
Las dos gárgolas miraron hacia arriba al sentir una fuerte corriente de aire.
— Perdón por molestarlos, chicos —se disculpó la castaña mientras pasaba a su lado—. Se me hizo tarde —añadió con una sonrisa.
Las gárgolas gruñeron divertidas mientras la bruja aterrizaba en el hangar de la base, que rápidamente quedó oculto por las rocas.
— Esas runas son muy útiles —comentó William, sosteniendo dos vasos de ponche—. Pensé que no llegarías a la fiesta —dijo, ofreciéndole uno de los vasos.
— Gracias —dijo, tomando el vaso—. Tuve que revisar el área, pero ya no hay rastro de demonios —comentó antes de dar un sorbo—. Además, no me perdería una fiesta dieciochera —añadió con una sonrisa, dándole un codazo juguetón a su amigo.
— Ni siquiera soy chileno, pero una fiesta es una fiesta —dijo el militar, terminando su bebida.
Sin más, ambos comenzaron a caminar hacia el comedor, donde se estaba llevando a cabo la fiesta del 18.
Los agentes chilenos no querían perder la oportunidad de celebrar, y sus familias también habían venido. El lugar estaba bastante lleno.
Las mesas estaban repletas de comida, y a la derecha del comedor, un grupo de personas bailaba alrededor de un círculo, mientras otros aplaudían animadamente.
— ¡Por fin llegas, weona! —gritó Emilia, con un completo en mano y una amplia sonrisa.
— Veo que ya estás festejando —comentó, mirando a la demonio.
— ¿Acaso pensabas que estaba durmiendo? —respondió, volteando y moviendo la cola animadamente—. ¡Salchipapas!.
Emilia corrió hacia la mesa, seguida por William, quien iba detrás de ella para asegurarse de conseguir más ponche.
— Me sorprende lo golosos que son —comentó Leila, mientras dejaba el vaso en la mesa.
—Comen más que todos en la base —respondió Edgar, encogiéndose de hombros.
— ¿Y tú, te estás divirtiendo? —preguntó, mientras estiraba el cuello.
— Un poco —contestó, haciendo un puchero.
La risa de la morena llamó la atención del mayor, quien levantó una ceja.
— Perdón, pero... —se rió—. Aún me resulta adorable esa actitud que tienes —dijo, mientras se cubría la boca y ponía las manos en la cadera.
Edgar soltó un bufido ante eso, lo que hizo que Leila se riera aún más.
En ese momento comenzó otra canción, y todos se dirigieron a la pista de baile.
— La consentida —dijo Edgar, mientras la mirada divertida de Leila le hacía rodar los ojos—. Me obligaste a aprender a bailar la cueca, y esa era tu canción favorita —añadió con una pequeña sonrisa.
— ¿Aún te acuerdas de cómo se baila? —preguntó Leila.
— Sí —dijo, extendiendo su brazo—. ¿Me aceptas esta cueca? —preguntó con diversión, mientras Leila pasaba el suyo por el de él.
— Ya acepté el paseo —respondió, sonriendo.
[...]
William y Emilia estaban comiendo cuando vieron a Edgar y Leila bailando juntos como pareja.
— Vaya —dijo Emilia—. Me sorprende que quieran bailar juntos —agregó, ladeando la cabeza.
— Nah, así bailaron en su boda —comentó Alexander, mientras tomaba un mote con huesillo.
William escupió su ponche y Emilia casi se ahoga con una salchipapa. Luego, ambos miraron a Alexander con incredulidad.
— ¿Qué? ¿No lo sabían? —preguntó, mientras revolvía su vaso—. Pensé que era obvio —agregó, llevándose una cucharada a la boca.
Antes de que los dos pudieran recuperarse del shock, Elena apareció con una empanada a medio comer.
— ¿Qué les pasa a esos dos? —preguntó, señalando a los agentes en shock.
— Les conté que Edgar y Leila están casados —
—respondió Alexander, mientras se comía el huesillo.— Dirás divorciados —corrigió Elena, mordiendo la empanada—. Duraron tres meses, y eso fue hace 40 años —añadió.
— ¡¿40 años?! —gritó Emilia.
— Oye, no estamos sordos —dijo Alexander, mirando mal a la demonio.
— ¡Pero no parecen tan viejos! —exclamó William, confundido.
— No son exactamente humanos —comentó Elena, con un tono aburrido.
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.*Nota Final: perdón si fue corto, pero quise hacer algo para este 18 de septiembre, así que espero y les haya gustado, ¡Feliz dieciocho! 🇨🇱🇨🇱🇨🇱🇨🇱🇨🇱
Aquí está cómo bailaron Edgar y Leila: