Capítulo 3

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—TE SE CAE LA BABA

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—TE SE CAE LA BABA.

La voz de Rabastan Lestrange irrumpió en la cabeza ocupada de Evangelina, quien miraba a Tom Riddle desde una esquina de la sala común sin que él se percatara, como constantemente solía hacer.

—¿Disculpa?—dijo ella volteándose molesta por la interrupción.

—La forma en que lo miras... si no paras terminará dándose cuenta—.advirtió Lestrange.

—No lo miro de ninguna manera en particular. Solo uso mis ojos y ellos lo miran como a todo el mundo—. Se defendió ella de brazos cruzados.

—Oh, ¿así que solo eres observadora?

—Exacto. Observación y admiración por mi amigo, nada más. No es mi culpa que nadie te mire de esa forma, Rabastan.

Rabastan se acercó lentamente a su oído.

—Debe de ser humillante solo ser la amiga sin opciones que observa todo el tiempo, ¿verdad, Avery?—susurró con tono burlón mientras veían a Tom hablar con una chica de séptimo. —Especialmente si lo que ves no te gusta.

Ella se separó de él con rabia y desprecio.

—Que te jodan jodan Lestrange.

Odiaba admitirlo, pero era cierto. Tom lograba hacer suspirar y tener bajo sus pies a toda persona viva. Profesores y alumnos, y tenía bajo su sombra a demasiadas chicas. Incluida ella.

Había tenido que soportar verlo acompañado de hermosas chicas menores y mayores que ellas en los brazos de Tom o entrando a su habitación. El único consuelo que le quedaba era que Tom no las quería ni un poco y al menos solo las utilizaba.

Era su consuelo: Tom no puede sentir, Tom no la quiere, a Tom no le importa.

Y así era. Algo era algo. Igualmente nunca lograría acostumbrarse a verlo con alguien más, aún que no fuese muy común a menos que sea de noche.

Siempre se preguntaba: ¿por qué no yo? Por qué soy solo "la amiga"? Por qué no me puede llevar a la cama y utilizarme a mí para saciar sus necesidades como lo hacía con ellas, si al fin y al cabo eran solo un juguete?

Ese pensamiento rondaba en su cabeza mientras estudiaba sola en la biblioteca, que por las horas, estaba oscura y silenciosa, solo iluminada por las velas flotantes que proyectaban tenues sombras sobre las estanterías de libros.

Ella estaba sentada sola en una mesa en un rincón, sumida en uno de sus libros como siempre solía hacer.

De repente, una sombra se movió a su lado, y al levantar la vista, se encontró con la mirada fría y penetrante de Tom, que se suavizó notablemente al mirarla. Él se sentó en la silla vacía frente a ella y sonrió en una sonrisa de solo labios.

—Evangelina,—dijo Tom con su habitual suavidad en la voz—te estuve buscando todo el día.

Ella lo miró con expresión desigual.

—Lo siento estuve ocupada—. Dijo simplemente. Aunque la verdad es que estaba algo celosa por su nueva cercanía con aquella chica de último año. Tom había comenzado a darse cuenta de que cada vez que tenía una nueva de sus distracciones ella simplemente desaparecía.

—¿Me estás evitando?—cuestionó, dejando ver algo de confusión en su rostro inexpresivo.

Evangelina suspiró recogiendo sus cosas. No podía evitar las ganas de estrangular a todas aquellas chicas que se veían con él y le reían tontamente las gracias.

—No, Tom—dijo simplemente—. No te estoy evitando.

—No estaría seguro de eso—. Dijo Tom levantándose también, su voz golpeando sus oídos con firme rudeza.

Ella se quedó callada por un momento, sin saber qué decir. No tenía derecho a estar celosa o molesta. No era nadie para él. Solo su amiga. Ni si quiera debería de sentirse de esa forma, pero luego de tantos años soportándolo, comenzaba a volverse cada vez más pesado y difícil ignorar el dolor de siempre guardarse sus verdaderos sentimientos.

No ganaría nada con Tom. Él no está interesado en ella, ni si quiera la tenía en cuenta como una de sus conquistas de usar y desechar. Además sabía lo que pensaba acerca de las relaciones y todo aquel tema del amor. Él no buscaba eso ni en ella ni en nadie.

De repente notó un fuerte dolor de cabeza y se agarró a la mesa. Fuertes pinchazos la penetraban y supo que Tom trataba de usar Oclumancia sobre ella. Lástima para él que fue él mismo quien le enseñó a contraatacar en caso de que Dumbledore o alguien más se interesara demasiado en sus pensamientos.

—Joder...—murmuró Tom con frustración una vez ella lo consiguió evitar y se tambaleó sobre sus talones.

—¿Intentado entrar en mi mente?—atacó ella—sé que no eres bueno en las palabras, pero yo no invado tu privacidad así. Debería ser hora de que tú tampoco—dijo yéndose con los libros en el pecho a paso rápido, muy enojada.

Tom miró como desaparecía por la puerta de la biblioteca.

Jamás entendería a las mujeres.

Corazón de hierro (Tom Riddle) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora