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             𝖯𝗋𝗂𝗇𝖼𝖾𝗌𝖺 𝗒 𝗉𝗋𝗈́𝗑𝗂𝗆𝖺 𝗀𝗈𝖻𝖾𝗋𝗇𝖺𝗇𝗍𝖾 𝖠𝗋𝗂𝖺𝗇𝗇𝖾 𝖬𝖺𝗋𝗍𝖾𝗅𝗅
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Joven y hermosa, un rayo de sol como era descrita por sus padres, un milagro era como todos susurraban a su alrededor puesto que fue la primera hija de los reyes después de años de duras perdidas y muchos lamentos.

Nació un cálido verano del año 104 D.C, llegó al mundo en un parto agobiante de una luna y media, la hermosa princesa nació saludable y completa, los reyes sintieron un gozo en el alma al recibirla con tanto añoro.

Creció rodeada de amor y grandes lujos, era una princesa bastante mimada por su padres al ser la única primogénita, adorada por el pueblo a temprana edad ya se manejaba en defensa personal, recibió un entrenamiento propio dictado por su padre y le enseñó a defenderse como una bestia, nadie lastimaría a su niña.

A sus nueve primaveras recibió a su hermana en sus brazos, al principio los celos y la envidia de no ser el centro de atención la cegaron pero con el pasar logró ser una fiel protectora de su pequeña Helena.

Las hermanas medraron en conjunto, su vinculo era fuerte, y aunque solían discutir a menudo por estupideces no bastaban segundos para solucionarlas.

Arianne creció siendo la primogénita del rey, en un ambiente sereno y amoroso, pese a ello su personalidad era fiera y astuta, conocía perfecta y abiertamente el arte del sexo y compartía noches apasionadas con sus diversos amantes, sobretodo lindas mujeres de grandes caderas y voluptuosos senos.

Eran sus preferidas, bellas y suaves, dispuestas para ella.

Los rumores corrían por el castillo de las preferencias marcadas de la belleza del pueblo, todos sabían como las prostitutas o bastardas corrían a sus aposentos, los gemidos eran lo único que por las noches se escuchaba y ya no era raro ver a las amantes correr antes de que el sol alumbrase.

El rey no estaba del todo contento.

Era un hombre liberal, claro, reconocía la cultura sexual de Dorne, liberal y algo descarada, sin embargo la adicción al sexo de su hija comenzaba a preocuparle, y las ofertas de Lords por su mano incrementaban enormemente.

Citó a su princesa al gran salón, rascando su barba de vez en cuando mientras observaba los grandes umbrales, nervioso, jamás había ocurrido problema alguno con Arianne y la sensación previa a la conversación que tendría le apretaba el pecho.

El sonido de los tacones lo heló y cuando los guardias abrieron las puertas el se acercó a su vástiga, brindando un cálido beso en su frente, su gran mano le sostuvo la espalda unos segundos.

Algunas veces soñaba que ella seguía siendo esa pequeña de ojos avellana brillantes.

— Hija mía.

— Padre..

La princesa caminó suavemente hasta las sillas de madera gentil y tomó asiento, expectante de las palabras y la citación, estaba sospechando del comportamiento de su padre desde hace un tiempo, pero fue muy cautelosa con ello.

— ¿Porqué me has citado aquí? — su voz es ligera, sus orbes negras de pupilas dilatadas y un brillo sedoso — ¿He cometido algún error?

Arianne jugó con sus dedos, un mal habito que le había costado pedazos de piel y ligeras gotas de sangre, hace mucho tiempo que no sentía el sudor frío en su espalda y el temblor en sus palmas.

Su padre, al notar sus claros nervios la calmó tomando de su mano, acariciando el dorso de su piel suave y tostada.

— Mi niña, mi dulce Arianne... — el comienza, sus orbes claras mirando las ajenas con una dulzura única de un padre — necesito comunicarte una decision, mas bien, una petición. Refiere a el rey Viserys de poniente, cuyo deseos de desposar a uno de sus hijos contigo es insistente y prolongado.

Su voz se volvió un poco mas grave, como si luchase contra si mismo por lo que iba a decir.

— Quiere hacer un tratado de paz, entre ambos reinos, un contrato sellado..

— ¿Me vendiste?

Los ojos de la heredera de Lanza del sol brillaron por las lágrimas latentes en su orbes oscurecidas, tembló, arrancó los pedazos de piel muerta de los costados de sus uñas con nerviosismo, sin poder creer lo que escuchaba.

— No, mi niña, no es así.. — se alteró, su pecho se atrofió de dolor. — pero ya es momento de que desposes a alguien, a tus 24 primaveras eres toda una mujer y aunque con tu madre evitamos a toda cosa un compromiso joven para ti, aceptamos la oferta de Viserys como un tratado de paz que beneficiara a ambos soberanos, te traerá paz — susurra, intentando tomar la mano de su hija para ser rechazado punzantemente — y poder..

Ella no habló, ni una sola palabra escapó de sus labios.

— Desposarás al principe Aemond Targaryen, segundo hijo del rey..

— ¿Me desposarás con un tuerto? — Arianne deja salir un risa algo ahogada, frunce el ceño y con sus dedos aprieta los costados adoloridos de su frente — ¿me harás desposar a una vergüenza social?

— El rey comenta que es un hombre calmado, que gusta de la lectura y posee buenas costumbres, la falta de un miembro no debe afectar su tan presumida agradable personalidad.

La princesa dejó escapar una risa sarcástica mientras negaba, jugando con una bola pequeña de cristal en la mesa, rotándola y moviéndola.

— Debes estar bromeando...me casaré con un tuerto cuya reputación está tachada por carecer amantes y vivir una vida ordinaria, ¿me atarás a un hombre insípido que no me dejará disfrutar de los placeres que gozo aquí?

— La decisión está tomada.

Ella asiente, prefiere no responder las palabras de su padre, al fin y al cabo el estaba ordenándole como su rey, no como su progenitor y eso la hería aún más.

— Perfecto entonces...

Doran suspiró, frotando su rostro con algo de cansancio y sorpresa, no hubo una discusión ni una mala reacción por parte de su hija, su resignación y sumisión le dolió aún más.

— ¿Cuando desposaré al principe, majestad?

— Hija.

— Responda.

La crudeza en Arianne lo golpeó duro, agachó la cabeza, entendiendo la furia en ella, entonces con un susurro suave aclaró;

— En una semana.

Ella asiente, su expresión tan seria como insoluble, nada parecía poder traspasarla ni nadie leerla, dejó la bola de cristal detenida en su lugar y miró a su padre.

— Le diré a las sirvientas que preparen mis pertenencias desde ya.

Se alza con gracia, caminando hasta las puertas del gran salón dorado, aprieta sus manos antes de decidirse a hablar.

— No quiero que me despidas cuando me vaya, majestad, prefiero mi partida sin ninguno a mi lado, para acostumbrarme desde ya a la solitaria e insípida vida que ustedes me obligaron a vivir, tampoco quiero que vengan a mi boda, ni tenerlos presentes cuando el puto principe quiera que me abra de piernas y alumbre a sus bastardos.

Sus tacones rezonaron tan fuerte como sus palabras y su padre terminó por quebrarse en la gran mesa de piedra, aquel rey con buen corazon habia vendido a su hija como un pedazo de carne.

Hidden desire | Alicent Hightower.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora