ACAPITE 🍃10

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Mis piernas pareciera que las hubiesen fabricado de gelatina, casi no podía disimular mi nerviosismo ante la mirada imponente de mi mamá. Ella podría ser un amor, y yo claramente la amo a ella, el problema es que cuando se trata de compartir con otras personas se pone intensa al borde de hacer cosas que sabe muy bien me va a lastimar y sacar de quicio.

Ayer fue un dia total de locuras. El ir al psicólogo parecía desquiciar a todos a mi alrededor incluyéndome. Mamá no me había dicho nada al respecto a la mañana siguiente, pero, sí nos mantuvimos distantes.

A medio luego de almorzar dejó una caja sobre la mesa del comedor y me miró neutral antes de irse a su recámara. Me acerqué al objeto cuadrado y con poca profundidad el cual llevaba las cosas que ella me habia decomisado. No se que le pasaba por su cabeza, pero sin duda alguna aveces parece estár un poco más loca que yo.
En fin, madres.

Mi teléfono no tenía nada del otro mundo. Ninguna llamada perdida o mensaje de texto; nada. Parece que mi miserable vida solitaria era muy evidente en todas partes.
     Tomé las cosas y las llevé a mi habitación dejando todo en su verdadero sitio, y a la par escondi la libreta bajo la gaveta del escritorio pegándole cinta.

Vi una película donde una joven pegó algo similar detrás del espejo que estaba en su baño, pero mi espejo estaba pegado a la pared; así que no podía imitar tanto esa escena.

El dilema actual ahora era pedirle permiso a la mujer que me trajo al mundo con bastante sufrimiento para poder verme con Liam el domingo. Sabia que me esperaría una respuesta negativa de su parte, debido a mis episodios anteriores antes de mi brutal accidente, obviamente ella tenía pavor de que fuera solo algo parte de mi imaginación, una ilusión más que yo misma generé, pero deseaba en gran manera que ella confiara más en su hija; sólo por esta vez.

Nunca he sido una chica desordenada, siempre me he mantenido al margen de sus reglamentos desde que murió mi papá y mi hermana. Muchas cosas cambiaron desde que ellos partieron de esta tierra, ella se volvió muy asfixiante conmigo, y desde lo que me pasó se lamenta haberme dejado ir sola. Le duele que las cosas se salgan de su control absoluto para con sus seres queridos.

Y aunque la entiendo, me enferma más esa situación que ni mi propia enfermedad. - Está bien Gia.

Su voz sonó apagada y distante al pronunciar aquella oración. Y para cuando llevé mi mirada a sus ojos vi una profundidad tristeza y preocupación en ellos. Estaba segura que le aterraba la idea de dejarme ir a una cita con alguien que ni ella conoce con exactitud.

- Si me dices que no vaya no lo haré, sé que...

Me detuvo con la negación hecha por su cabeza. - No, no Gia. Creo que debes asumir tus propias decisiones de ahora en adelante, me di cuenta que nada hago reprimiendote a hacer las cosas que amas o deseas experimentar.

- Mamá...

- Por mi culpa sé que rompiste con ese chico de la otra vez. ¡Y era bueno! más yo creí que sólo te estabas dejando llevar por tu enfermedad, y que saldrías herida. Pensé que estaba haciendo un bien pero sólo empeoré las cosas. 

A este punto de la conversación mi madre estaba envuelta en un mar de lágrimas. Su respiración agitada y llanto ahogado me había hecho sentír cuán honesta estaba siendo conmigo, y cuanto además le dolía.
Me levanté de la silla y me acerqué a ella rodeandola con mis brazos, ante lo cual correspondió con más fuerza.

- Perdóname Isa, perdóname...

Isa.

Hacia bastante tiempo que no me llamaba así por ese sobrenombre. Era lindo oírlo nuevamente, ya que siempre me lo decía cada vez que jugábamos por allí, o me llamaba a la cocina para preparar galletas juntas; o cuando me avisaba que iríamos al parque a comer helado juntos. Toda la familia.

Ella no ha sanado, ni ha superado la muerte de su esposo ni de su pequeña bailarina. Sólo hasta ahora se tomó la libertad de desahogarse aunque sea en lágrimas y susurros. - Perdóname tú mamá, sé que no te he comprendido lo suficiente y ni cuenta me había dado hasta ahora cuanto dolor llevas encerrado dentro de ti.

Nos separamos un poco y tomó mi rostro entre sus manos sonriendo con debilidad. - Sé que eres una excelente mujer, ya eres toda una señorita fuerte y valiente. Confío en que harás las cosas bien, y en Dios confío que te guardará. No sé qué intenciones tiene ese joven contigo pero, tú siempre manten la dignidad, el respeto y amor propio al margen. Por sobre todo, manten el temor a Dios presente; sólo así puedes vencer.

Asenti con franqueza y ella depositó un pequeño beso en mi frente para luego abrazarme y ayudarme a levantar.

- Ahora, ¿qué te parece si hacemos esas galletas de chocolate que quedaron pendientes de la otra vez?

- ¿Lo dices en serio?

- Por supuesto que sí, cariño. Además, no quiero que vuelvas con el psicólogo Artur ni con ningún otro. Se que Dios te puede sanar.

Rei. - ¿Qué te hizo cambiar de opinión de repente?

Su semblante se tornó serio y ya había creído que arruine el momento. Pero ella volvió a sonreír comprensiva y negó. - No ha pasado nada malo, sólo tenía tiempo sin hablar con Dios y pues, anoche me respondió. Me anduvo bastante fuerte, lo suficiente como para entrar en razón.

- Siendo así, no cabe duda que nuevas cosas están por suceder.

- Lo creo, hija. Pero, ¿y bien? ¡A hacer galletas!

- ¡Si! que sean cubiertas de glaceado...

- ...ah, tú y el dulce exagerado.

Nunca imaginé que un jueves y viernes iban a tener choques de emociones tan fuertes haciendo que mi relación con mi madre se volviera hermosa como antes. Me sentía tan viva hoy que ya tenía por sentado haber sido sana, hasta llegué a imaginar que por esa puerta cruzaria mi padre y mi hermana mejor aunque no fuera así. Pero el emotivo momento me puso a pensar de tal forma y no me afectaba.

Ver a mi mamá reír era una de los mejores placeres que me había dado estos dias. Se veía tan jovial, tan viva, tan hermosa; esa era mi madre. La mujer que me enseñó a meditar en la palabra, a cantar, a acercarme más a Dios y creer sin duda alguna en él. Ella era mi mejor amiga, mi confidente; mi motivo a seguir.

La cocina era todo un desastre. No parabamos de reírnos y molestarnos debido al montón de harina y chocolate esparcido. Su rostro fue invadido de manchas marrones por mi culpa, y ella me arrojó harina en venganza. Parecíamos niñas sin duda alguna, pero esto era lo mejor que había vivido jamás.

Y siempre lo recordaría.




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EROTOMANIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora