pasado oscuro

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Chiara escuchaba cada palabra de Violeta con el corazón encogido. Mientras hablaba, Violeta mantenía la mirada fija en sus propias manos, que descansaban sobre su regazo. Era evidente que cada detalle que compartía le costaba un esfuerzo tremendo, como si desenterrar esos recuerdos dolorosos la consumiera poco a poco.

—Mi familia nunca tuvo mucho dinero —comenzó Violeta, su voz apenas un susurro—. Mi padre era un maltratador. Cada vez que algo salía mal en su vida, lo pagaba con mi madre. Ella... —hizo una pausa, luchando contra las lágrimas que amenazaban con salir—. Ella lo pagaba conmigo. Nunca entendí por qué, pero supongo que era más fácil para ella que enfrentarse a él.

Chiara sintió un nudo en el estómago al imaginar a Violeta, pequeña y asustada, enfrentándose a esa realidad cada día. Sabía que Violeta había pasado por cosas difíciles, pero jamás imaginó hasta qué punto.

—Mi refugio eran los libros —continuó Violeta—. Leer me permitía escapar de esa realidad, aunque solo fuera por un rato. Pero... en casa no entendían eso. No veían el valor en los libros, ni en la educación en general. Así que, cuando no tenía suficiente dinero para comprar un libro, a veces les robaba pequeñas sumas. Solo lo suficiente para seguir leyendo.

Se detuvo un momento, como si esos recuerdos fueran demasiado pesados para cargar. Chiara permaneció en silencio, respetando el espacio de Violeta para procesar lo que estaba diciendo.

—Cuando mi madre se dio cuenta de que le estaba robando para comprar libros, explotó. Cogió todos mis libros... todos los que había comprado con ese dinero, y los rompió en pedazos delante de mí. Me dijo que había gastado 200 euros en "basura", y que tenía que devolvérselo de alguna manera.

Violeta cerró los ojos, las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas, pero su voz permaneció firme.

—Me obligó a hacer trabajos ilegales. Tenía solo 16 años, Chiara. No sabía cómo decirle que no, no sabía cómo escapar. El primer día fue un infierno... el segundo día no aguanté más. Cogí 100 euros más de mi madre y me escapé. Me fui sin mirar atrás.

Chiara sintió que la rabia y la tristeza se acumulaban en su pecho. Quería decir algo, pero las palabras parecían inadecuadas, insuficientes. Todo lo que podía hacer era escuchar.

—Llegué a una ciudad que no conocía, sola, sin nadie a quien recurrir. Empecé a trabajar en lo que podía, limpiando, sirviendo mesas... cualquier cosa para sobrevivir. Alquilé un piso pequeño, apenas un lugar donde podía cerrar la puerta y sentirme a salvo. Pero estaba sola, completamente sola.

Violeta hizo una pausa, sus ojos perdidos en algún punto del suelo, como si estuviera reviviendo aquellos días.

—La escritura me salvó. Empecé a escribir poemarios, a volcar todo lo que sentía en palabras. Los publicaba de manera anónima, porque no quería que nadie supiera que era yo. Pero poco a poco, la gente empezó a leerme, a interesarse por mi trabajo. Con el dinero que ganaba, logré pagarme una beca para la universidad.

Chiara finalmente encontró su voz, aunque apenas era un susurro. —Eres increíble, Violeta. Todo lo que has pasado... y aun así sigues aquí, luchando.

Violeta sonrió débilmente, pero esa sonrisa no llegó a sus ojos. —Gracias, Chiara. Pero no ha sido fácil. Hace unos meses, mi madre volvió a contactarme. La universidad la llamó porque, al ser aún mi tutora legal, necesitaban su firma para algunos documentos. Se enteró de que tenía algo de dinero... y empezó a pedírmelo para sus vicios. Cuando me negué, empezó a enviarme mensajes... diciéndome cosas horribles, recordándome que no valgo nada.

Las palabras de Violeta se quebraron en ese punto, su voz finalmente reflejando todo el dolor que había estado ocultando.

—Llevaba meses sin hablarle, pero entonces la universidad me contactó, diciendo que iba a repetir el año por las faltas. Mi madre se enteró y... volvió a atacarme. Me dijo que nunca lograría nada, que el dinero que tengo es suyo, que le debo todo lo que soy. Me echó en cara los 100 euros que le robé cuando me escapé, como si eso justificara todo lo que me ha hecho.

Chiara estaba en shock. No podía comprender cómo alguien podría ser tan cruel, especialmente con su propia hija. Quería decir tantas cosas, pero al mismo tiempo, no quería agravar el dolor de Violeta.

—Violeta... —empezó Chiara, tratando de elegir sus palabras con cuidado—. No puedo imaginar el dolor que has pasado, lo que has tenido que soportar. Pero quiero que sepas que no estás sola. Tienes gente que te quiere, que te valora por lo que eres, no por lo que puedes dar. Yo... —hizo una pausa, sintiendo la emoción en su voz—. Estoy aquí para ti, siempre.

Violeta levantó la mirada, encontrándose con los ojos sinceros de Chiara. Esa conexión, ese momento de vulnerabilidad compartida, fue lo que finalmente rompió la barrera que Violeta había construido a su alrededor.

—Gracias, Chiara. No sé qué haría sin ti —susurró, sus ojos llenos de lágrimas.

Chiara se inclinó hacia adelante y la abrazó, con ternura, como si quisiera protegerla de todo el dolor que había soportado. Permanecieron así, en silencio, durante lo que pareció una eternidad, hasta que finalmente Violeta se separó un poco, limpiando las lágrimas de su rostro.

—Sé que es difícil, pero tienes que enfrentarlo —dijo Chiara con suavidad—. No puedes dejar que ella siga controlando tu vida. Tienes derecho a ser feliz, a seguir adelante sin esa carga.

Violeta asintió, sabiendo que Chiara tenía razón, pero también consciente de lo difícil que sería cortar ese lazo tan tóxico con su madre. Sin embargo, por primera vez en mucho tiempo, sintió que no estaba sola en esta lucha.

La conversación continuó, dura pero necesaria, mientras ambas intentaban procesar todo lo que se había dicho. Para Chiara, fue un momento revelador, una comprensión más profunda de la persona que tenía a su lado. Para Violeta, fue un paso hacia la liberación, un pequeño pero significativo avance hacia una vida donde su pasado no la definiera más.

Al final de la conversación, ambas se sintieron agotadas, pero al mismo tiempo, había una especie de alivio en el aire. Violeta sabía que este no era el final de sus problemas, pero tener a Chiara a su lado hacía que todo pareciera un poco más manejable.

—Gracias por escucharme —dijo Violeta suavemente, rompiendo el silencio.

—Siempre —respondió Chiara, tomando la mano de Violeta entre las suyas—. Estoy aquí para ti, Violeta. Pase lo que pase.

Se quedaron así, en silencio, disfrutando de la compañía mutua, sabiendo que, aunque el camino por delante no sería fácil, al menos lo recorrerían juntas.

Sombras de tinta - kivi Donde viven las historias. Descúbrelo ahora