3 | Pesadillas y tormentos

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La batalla en el cielo estaba en su apogeo. Festus, el dragón de bronce, se esforzaba al máximo para mantener a Gea contenida, mientras que en tierra, los semidioses luchaban ferozmente contra oleada tras oleada de monstruos. El caos y el sonido del metal chocando contra metal llenaban el aire, y Percy se movía con la destreza de un guerrero experimentado, sin perder de vista su objetivo.

—¡Percy, cuidado! —escuchó una voz familiar que lo llamaba. Antes de que pudiera reaccionar, sintió un fuerte empujón y, en un instante que pareció eterno, vio a Annabeth caer junto a él. Una flecha le atravesaba el tórax, justo en el centro, y la sangre manaba rápidamente, oscureciendo su ropa.

—¡Annabeth! —gritó, su voz llena de desesperación mientras corría hacia ella, su mundo se derrumbaba a su alrededor—. ¡Annabeth, no!

El sonido de su propio grito resonó en su mente, haciendo eco del dolor que sentía en su corazón.

—¡Annabeth! —repitió, su voz cargada de angustia y miedo.

Percy despertó de golpe, su cuerpo cubierto de sudor frío. El dolor era tan real que por un momento creyó estar aún en medio de la batalla.

—¿Qué pasa? —la voz de Jade lo sacó de su estado de confusión. Ella encendió la lámpara de noche, y la luz suave iluminó la preocupación en sus ojos—. ¿Estás bien, amor? —preguntó al ver lo agitado que estaba, su pecho subiendo y bajando con cada respiración pesada.

Percy respiró hondo, tratando de sacudirse la imagen de Annabeth herida de su mente, pero el dolor persistía, como una espina clavada en su corazón.

—Sí, estoy bien, no te preocupes —respondió, aunque su voz traicionaba su intento de parecer calmado. Se levantó de la cama con movimientos tensos—. Vuelve a dormir, ahora vuelvo.

Sin esperar una respuesta, salió de la habitación, dejando a Jade con una mezcla de preocupación y resignación en su rostro. Sabía que esas pesadillas lo atormentaban, pero Percy rara vez hablaba de ellas.

Una vez fuera de la casa, Percy caminó hasta la playa, la fría brisa nocturna golpeaba su rostro, pero no hizo nada para calmar la tormenta dentro de él. Sin dudarlo, se adentró en el mar, permitiendo que las olas lo rodearan. El agua siempre había sido su refugio, su escape. Pero esa noche, el mar no lograba ahogar la culpa ni el dolor que lo consumían.

Cada vez que esa pesadilla lo visitaba, el recuerdo de Annabeth, de cómo la había fallado, volvía a la superficie. A pesar de los años, del matrimonio con Jade y del nacimiento de su hijo, no podía olvidar lo que había perdido. Esa parte de él, la que aún amaba a Annabeth, permanecía enterrada bajo capas de dolor y culpa, pero no estaba muerta. Era un dolor que nunca lo dejaba, un amor que nunca se apagaba, aunque él se esforzara en negarlo.

Percy cerró los ojos, permitiendo que las lágrimas se mezclaran con el agua salada que lo rodeaba. En esos momentos, en medio del mar, podía ser honesto consigo mismo. Podía admitir que, aunque lo intentara, nunca había dejado de amar a Annabeth. Y esa verdad era la que lo atormentaba cada noche, recordándole lo que había perdido, y lo que nunca podría recuperar.

Antes de ti, después de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora