4 | Vuelve a mí

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—Frederick, por favor, le pido que reconsidere su decisión —suplicó Will, acelerando el paso tras él—. Solo le pido una semana más.

Frederick se detuvo un momento, pero su postura era rígida, inflexible.

—No —dijo con una frialdad que heló el corazón de Will—. Y es mi última palabra.

Will sintió un nudo en el estómago mientras veía a Frederick alejarse, cada paso que daba era un recordatorio de lo poco que había logrado.

—¡Aggg! —gruñó con frustración, apretando los puños mientras intentaba controlar la rabia que lo consumía. La impotencia lo sofocaba, sentía que estaba fallando una vez más a Annabeth, igual que lo hizo años atrás.

Respiró hondo, tratando de recuperar la compostura mientras caminaba hacia la habitación de Annabeth, su mente aún revuelta por la conversación con Frederick.

Cuando llegó al tercer piso, vio una figura que reconoció al instante, pero que no esperaba encontrar allí. Percy en el pasillo rumbo a la habitación de Annabeth, su presencia era una sorpresa que lo dejó sin palabras.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Will, incrédulo—. Pensé que habías dicho que no vendrías, que no pensabas hablar con Frederick.

Percy permaneció en silencio por un momento, su mirada fija en el pasillo. Había una mezcla de emociones en su rostro: tensión, miedo, y algo más profundo, más doloroso.

—Sé lo que dije —respondió Percy finalmente, su voz tensa, como si cada palabra le costara esfuerzo—. Y para que lo sepas, no vine a hablar con Frederick.

Will lo observó con atención, tratando de entender.

—¿Entonces qué haces aquí? —le interrogó, la preocupación se mezclaba con la confusión en su voz.

Percy tragó saliva, su mente era un caos. Las imágenes de Annabeth, de su risa, su sonrisa, sus ojos llenos de vida, lo acosaban sin descanso. Nueve años habían pasado desde la última vez que la vio, desde que decidió alejarse, convencido de que era lo mejor para ambos, de que debía seguir adelante. Pero en su corazón sabía que nunca había dejado de amarla, que cada día sin ella era un recordatorio doloroso de lo que había perdido.

—Yo... solo quiero despedirme de Annabeth —confesó finalmente, su voz rota por el peso de esa verdad—. Quiero verla una última vez.

Will sintió un nudo en la garganta al escuchar la vulnerabilidad en la voz de Percy. Lo había visto como un héroe, fuerte e inquebrantable, pero en ese momento, Percy era solo un hombre devastado por el amor que trataba de negar.

—Estás en todo tu derecho de hacerlo —dijo Will, su tono era suave, casi paternal—. Sígueme, voy a llevarte a su habitación.

El trayecto hasta la habitación de Annabeth fue silencioso, pero estaba cargado de una tensión palpable. Percy no podía dejar de pensar en los nueve años que habían pasado. Nueve años en los que había intentado construir una nueva vida, un nuevo amor, pero nada había logrado llenar el vacío que Annabeth había dejado. Nada podía borrar el amor que sentía por ella, aunque lo negara, aunque tratara de ocultarlo bajo capas de culpabilidad y dolor.

Finalmente, llegaron a la puerta. Will se detuvo y señaló la entrada con un gesto leve.

—Bien, aquí es —dijo con voz suave—. Si necesitas algo, solo oprime el botón de emergencia.

—Gracias, Will —murmuró Percy, sintiendo que su corazón latía con fuerza desbocada en su pecho. Tomó la manija de la puerta con una mano temblorosa y la abrió lentamente, como si temiera lo que iba a encontrar al otro lado.

La habitación estaba en silencio, solo el suave pitido de las máquinas rompía la quietud. Percy entró y cerró la puerta detrás de él, sus ojos se posaron en Annabeth por primera vez en nueve años. Ella yacía en la cama, su rostro pálido, pero aún tan hermoso como lo recordaba. Parecía que el tiempo no había pasado por ella, pero en Percy, el tiempo había dejado cicatrices profundas.

Se acercó lentamente a la cama, sus pasos eran inseguros, como si tuviera miedo de que cualquier movimiento brusco la hiciera desaparecer. Finalmente, se sentó en la silla junto a su cama, su mirada no se apartó de ella ni un solo segundo. Parecía una ilusión, un sueño que había deseado durante tantos años, pero ahora, frente a ella, la realidad lo golpeaba con toda su fuerza.

—Perdóname por haberme ido —susurró, su voz apenas un murmullo ahogado por la emoción—. Perdóname por haberte abandonado... —Las lágrimas comenzaron a acumularse en sus ojos, pero no intentó detenerlas—. Pero no pude soportar seguir viéndote así. He intentado seguir adelante, Annabeth, pero cada noche, cada maldita noche, el recuerdo de ese día me atormenta —apretó su mano inmóvil con fuerza, como si temiera que se le escapara de nuevo—. Debería ser yo quien esté en esta cama, y no tú —las lágrimas finalmente cayeron, rodando por sus mejillas—. Daría lo que fuera por regresar el tiempo atrás y evitar esto —acarició su rostro, sus dedos temblaban mientras tocaban su piel—. Tenías que haber vivido, cumplir todos tus sueños... debimos haber sido felices juntos.

La voz de Percy se quebró mientras los sentimientos que había enterrado durante tantos años surgían con una fuerza arrolladora. Había pasado todos esos años tratando de convencer a todos, y a sí mismo, de que había seguido adelante, de que ya no la amaba. Pero en lo más profundo de su ser, sabía que nunca había dejado de amarla, y que su amor por ella era tan fuerte como desde el primer día.

—Perdóname por no haber sido lo suficientemente fuerte para luchar a tu lado —dijo, inclinándose sobre ella, su voz llena de un dolor que lo desgarraba por dentro—. No sabes cuánto daría por volver a mirar tus ojos —acarició suavemente su mejilla, sus lágrimas caían sobre la piel de Annabeth—, por volver a ver tu sonrisa —se acercó hasta que sus labios rozaron los de ella en un beso breve, cargado de amor y despedida—. Te amo, Annabeth —confesó finalmente, liberando las palabras que había mantenido prisioneras durante tanto tiempo—, y jamás dejaré de hacerlo. Te prometo que voy a recordarte hasta el último día de mi vida.

El dolor se apoderó de él con una intensidad que lo hizo temblar. Percy se levantó, sintiendo que el aire en la habitación era insuficiente, que el peso de sus emociones lo aplastaba. Soltó la mano de Annabeth y retrocedió, queriendo huir del dolor una vez más, justo como lo había hecho nueve años atrás.

—P... Per... cy.

Percy se detuvo en seco, sus ojos se abrieron con sorpresa al escuchar una voz tan familiar. Pensó que era una cruel ilusión, un eco de sus deseos más profundos.

—Percy —escuchó de nuevo, la voz de Annabeth, débil pero real, pronunciando su nombre.

Percy giró lentamente, su corazón latía con fuerza mientras se daba cuenta de lo que estaba ocurriendo. Annabeth se movía ligeramente en la cama, sus párpados comenzaban a abrirse.

—¿Annabeth? —dijo, su voz llena de incredulidad y esperanza.

—Percy... —suspiró Annabeth, su voz era un murmullo mientras luchaba por recuperar la conciencia.

Percy se acercó a ella, su corazón se aceleró aún más cuando vio cómo los ojos de Annabeth se abrían lentamente, como si despertara de un largo sueño.

—Percy... estás aquí —murmuró Annabeth, sus ojos cansados, pero llenos de una calidez que Percy había anhelado volver a ver durante tanto tiempo.

—Sí, estoy aquí —respondió Percy, su voz temblaba mientras la realidad lo golpeaba—. Despertaste.

Una pequeña sonrisa apareció en el rostro de Percy mientras oprimía el botón de emergencia con manos temblorosas. No pasó mucho tiempo antes de que Will entrara a la habitación.

—¿Qué pasa, Percy? —preguntó, sin percatarse aún de lo sucedido.

—Annabeth despertó.

Will giró la cabeza rápidamente hacia la cama, sus ojos se abrieron con sorpresa al ver a Annabeth mirándolo.

—¿Qué...? —balbuceó mientras se acercaba para revisarla—. ¿Hola... Will? —murmuró Annabeth, sus ojos entrecerrados, pero llenos de vida.

—Dioses, de verdad has despertado —dijo Will, su voz llena de asombro y alivio mientras revisaba sus signos vitales.

Antes de ti, después de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora