Encuentro inesperado

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Un sonido estridente rompió el silencio en la habitación, reverberando en
las paredes y sacudiendo el ambiente de calma en el que Daniel se encontraba. El joven, de cabello negro ligeramente desordenado y suave como la seda, despertó sobresaltado, entrecerrando los ojos ante la luz tenue que se filtraba por las cortinas. Con un movimiento perezoso, extendió la mano hacia la mesita de noche y apagó la alarma de su
teléfono, exhalando un suspiro de resignación al saber que un nuevo día
había comenzado.

Se sentó al borde de la cama, dejando que sus pies desnudos tocaran el suelo frío mientras una sonrisa perezosa pero divertida se dibujaba en su rostro. Había algo en esos momentos matutinos que lo hacía sentir vivo, como si cada día fuese una nueva oportunidad para algo especial. Se levantó y caminó hacia la ventana, apartando con un gesto suave las blancas cortinas que cubrían la habitación. La luz del sol inundó el cuarto, envolviéndolo en un cálido resplandor que contrastaba con la frialdad del piso.

Las ocho de la mañana marcaban el inicio de su rutina diaria. Daniel sabía
que debía apresurarse si quería llegar a tiempo a la universidad, pero no se permitió ser dominado por la prisa. En cambio, disfrutó de cada paso en su ritual matutino. Se dirigió al baño, donde el espejo le devolvió la imagen de un joven que, a pesar del pelo revuelto y los ojos aún cargados de sueño, irradiaba una belleza natural.

El agua de la ducha comenzó a caer, tibia y reconfortante, envolviendo su cuerpo en una cascada de pequeñas gotas que recorrían su piel, resbalando lentamente por su escultural torso. Daniel cerró los ojos, dejando que el agua lo despertara por completo, mientras sus pensamientos vagaban entre las expectativas del día y los recuerdos del pasado. Cada mañana en la ducha era un momento de introspección, un pequeño oasis de paz antes de enfrentarse al mundo.

Al salir de la ducha, se secó con una toalla esponjosa, que acariciaba su piel con suavidad. Una vez seco, se tomó un momento para observarse en el espejo. Finalmente, se vistió con un jersey de cuello alto que se ajustaba perfectamente a su figura, unos jeans oscuros que acentuaban sus piernas
largas y atléticas, y una cadena de plata que colgaba discretamente de su cuello, reflejando un destello de luz con cada movimiento.

Después de vestirse, Daniel se dirigió a la cocina, donde el aroma del té recién hecho y las tostadas calientes comenzó a llenar el aire. Preparó su desayuno con calma y cuidado, disfrutando de cada mordisco, cada sorbo, como si esos momentos simples fueran pequeñas joyas escondidas en la rutina.

Mientras saboreaba el té, su teléfono sonó, vibrando ligeramente sobre la
mesa. Daniel lo tomó y, al ver el nombre en la pantalla, no pudo evitar sonreír. Era Zoe, una de sus amigas más cercanas, y su energía positiva se sentía incluso a través de la línea.

—Sí, ¿Zoe? —respondió, su voz impregnada de curiosidad y afecto.

—¡Buenos días, Daniel! —dijo la voz alegre del otro lado—. Quería saber si después de clases tienes tiempo. Zack, Vasco y algunos más vamos a hacer un picnic, y pensamos que sería genial si pudieras venir. ¿Te apuntas?

La invitación llenó a Daniel de calidez. La idea de pasar la tarde con sus amigos, riendo y disfrutando del día, era tentadora. Pero un destello de responsabilidad cruzó por su mente, recordándole sus compromisos.

—Lo siento, Zoe. Después de clase tengo trabajo en la cafetería. Me encantaría ir, pero no puedo dejar de lado el turno de hoy —dijo con un tono suave, lamentando sinceramente no poder acompañarlos.

—¡No te preocupes! Habrá muchas otras oportunidades. Tal vez podamos planear algo para mañana —respondió Zoe, sin perder su entusiasmo.

—Me parece perfecto. De todos modos, envíame algunas fotos del picnic, quiero ver cómo habéis estado todos después de tanto. —añadió Daniel, despidiéndose con una sonrisa en la voz.

Dulce paladar (JayxDaniel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora