La noche en Hogwarts era tan profunda que parecía devorar todo a su alrededor. Las estrellas se reflejaban en el lago negro como el azabache, y la luna llena lanzaba su luz plateada sobre los muros antiguos del castillo. James Potter caminaba por los pasillos silenciosos con una sensación de anticipación en el pecho, sus pasos resonando suavemente sobre las losas de piedra. Esa noche tenía una cita secreta que había esperado con ansias durante toda la semana.
Desde su primer año en Hogwarts, James había desarrollado una costumbre especial con Regulus Black. Se comunicaban a través de silbidos, una melodía única que solo ellos dos comprendían. No era algo planeado, simplemente había surgido una noche cuando ambos, sin saberlo, se habían escabullido a los terrenos del castillo para escapar de la presión de sus respectivas casas. James, un Gryffindor con un espíritu rebelde, y Regulus, un Slytherin con el peso de las expectativas familiares sobre sus hombros, habían encontrado en sus silbidos un lenguaje propio, una conexión que trascendía las rivalidades y las diferencias.
Llegó a la torre de Astronomía, el punto de encuentro que habían acordado. Se detuvo al pie de la escalera, inhalando profundamente el aire fresco de la noche. Con una mezcla de nervios y esperanza, silbó la melodía que solo Regulus entendería. El sonido cortó el silencio, ascendiendo por la escalera de caracol hacia las alturas de la torre.
Unos segundos después, escuchó la respuesta. El silbido de Regulus era suave y claro, como un eco de los sentimientos que compartían. James sonrió, sintiendo cómo su corazón latía con más fuerza. Subió los últimos escalones y lo vio, recostado contra el parapeto, mirando las estrellas. El cabello negro de Regulus caía en suaves ondas alrededor de su rostro, y sus ojos grises se encontraron con los de James, iluminados por la luz de la luna.
-Sabía que vendrías -dijo Regulus, con una sonrisa que hizo que el estómago de James se revolviera en el buen sentido.
-Siempre vengo, Reg -respondió James, acercándose a él.
El silencio se instaló entre ellos, cómodo y familiar. Las estrellas eran su único testigo mientras se miraban, como si el tiempo se hubiera detenido en ese momento. James levantó una mano y acarició la mejilla de Regulus, su pulgar trazando un camino suave sobre su piel pálida.
-Las cosas serían más fáciles si no tuviéramos que escondernos -susurró Regulus, inclinando la cabeza hacia el toque de James.
-Lo sé -contestó James, acercándose un poco más-, pero también sé que no cambiaría nada de esto.
Regulus soltó una risa suave, casi triste, y James sintió un tirón en su pecho. Sabía que las circunstancias eran complicadas, que lo que tenían no podría durar para siempre. Pero en ese instante, en la cima de la torre de Astronomía, solo existían ellos dos.
Sin decir una palabra más, James inclinó su cabeza hacia adelante y presionó sus labios contra los de Regulus. El beso fue lento, tierno, lleno de la promesa de lo que podrían haber sido si el mundo fuera diferente. La mano de Regulus se deslizó hasta la nuca de James, atrayéndolo más cerca, como si no quisiera que ese momento terminara.
Cuando se separaron, ambos estaban sin aliento. James apoyó su frente contra la de Regulus, cerrando los ojos para grabar ese instante en su memoria.
-Te quiero, Regulus -murmuró, casi como un secreto.
Regulus lo miró fijamente, sus ojos grises brillando con algo que James no pudo identificar del todo.
-Y yo a ti, James -respondió Regulus, pero había algo en su voz que hizo que James sintiera un escalofrío en la espalda.
La noche continuó su curso, y el tiempo, que parecía haberse detenido, comenzó a avanzar de nuevo. James sabía que no podían quedarse allí para siempre, pero en ese momento, no le importaba.
La casa estaba en silencio, roto solo por el crepitar del fuego en la chimenea. Lily, con su vientre prominente, abrazaba a James desde atrás, apoyando su mejilla contra su espalda.
-Todo estará bien, James -susurró ella, intentando consolarlo. La preocupación en los ojos de su esposo era palpable, pero él le sonrió con esfuerzo, llevando una mano a la suya.
-Lo sé, Lils -respondió James, pero su mente estaba lejos, en otro lugar, en otro tiempo. Intentaba enfocarse en el futuro, en la familia que estaba construyendo con Lily, pero había noches en que los recuerdos lo invadían sin piedad.
Un golpe suave en la ventana lo sacó de sus pensamientos. Una lechuza se posó en el alféizar, con una carta atada a su pata. James frunció el ceño mientras se acercaba y desató el pergamino, sintiendo un mal presentimiento.
Al leer las primeras líneas, el mundo pareció detenerse. Las palabras bailaron frente a sus ojos, pero el mensaje era claro: Regulus Black estaba muerto. Su cuerpo había sido encontrado en circunstancias misteriosas, y el nombre de voldemort estaba relacionado con su final.
-James, ¿qué pasa? -preguntó Lily al ver el cambio en la expresión de su esposo.
James no respondió de inmediato. Un vacío frío se apoderó de él, y sin pensarlo, emitió un silbido, ese silbido especial que solo Regulus respondería. El sonido se desvaneció en la habitación, y James esperó, con una esperanza irracional.
Nada. Solo silencio.
Lily lo observaba con preocupación mientras James soltaba el pergamino y se dejaba caer en el sofá. El dolor en su pecho era insoportable, como si una parte de él hubiera sido arrancada sin piedad.
-James... -Lily intentó consolarlo, sentándose a su lado, pero no había palabras que pudieran aliviar el sufrimiento que sentía en ese momento.
Esa noche, el silencio en la casa de los Potter fue más profundo que nunca, roto solo por el eco de un silbido que nunca recibió respuesta.
El cementerio estaba envuelto en una neblina espesa, como si la misma naturaleza compartiera el dolor de los presentes. James se encontraba frente a la tumba de Regulus, su mirada fija en la lápida que marcaba el lugar donde ahora descansaba.
Había asistido al funeral con la intención de despedirse, de cerrar ese capítulo de su vida. Pero ahora, de pie allí, se daba cuenta de que no era tan sencillo. La pérdida de Regulus no era solo una herida; era un vacío que lo perseguiría por el resto de su vida.
Mientras los demás murmuraban palabras de consuelo y se despedían, James permaneció en silencio, incapaz de mover un músculo. Sus pensamientos eran un torbellino, y el dolor que había sentido cuando recibió la noticia se había transformado en una especie de entumecimiento.
Entonces, lo vio. Barty Crouch Jr. estaba allí, apartado del resto, su rostro una máscara de dolor y resentimiento. Había rumores sobre la relación entre Barty y Regulus, sobre cómo habían encontrado consuelo el uno en el otro después de la muerte de Evan Rosier, el primer amor de Barty. James lo observó en silencio, notando la sombra de lo que alguna vez fue un joven despreocupado.
De repente, un sonido familiar rompió el silencio. Era un silbido, el mismo silbido que James y Regulus habían compartido. Barty lo estaba emitiendo, su mirada fija en la tumba de Regulus, como si esperara una respuesta que sabía que nunca llegaría.
El corazón de James dio un vuelco, y de repente, todo encajó. Barty había sido el reemplazo, el consuelo que Regulus había encontrado después de que James lo había dejado. Y ahora, parado allí, James se dio cuenta de la cruel ironía de su situación. Barty era para Regulus lo que Lily era para él: un reemplazo.
La verdad golpeó a James con fuerza, dejándolo sin aliento. Había tratado de seguir adelante, de construir una vida con Lily, pero nunca había podido olvidar a Regulus. Y ahora, en ese triste cementerio, con Barty silbando para un Regulus que nunca respondería, James comprendió que su amor por Regulus nunca había sido reemplazado, solo ocultado bajo capas de culpa y resignación.
El silbido de Barty se desvaneció en el aire, y con él, el último vestigio de esperanza de James. Sabía que nunca podría llenar el vacío que Regulus había dejado en su vida, y ahora entendía que Barty tampoco podría hacerlo. Ambos estaban condenados a vivir con la sombra de un amor perdido, reemplazando lo irreemplazable con lo que les quedaba.
-Adiós, Regulus -murmuró James, sintiendo que las lágrimas finalmente brotaban de sus ojos.