ciervo asado

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El armario de escobas era oscuro, apenas iluminado por la tenue luz que se colaba a través de las rendijas de la puerta. James Potter y Regulus Black estaban dentro, enredados en un beso profundo y apasionado, ajenos a lo que sucedía fuera de su pequeño escondite. El corazón de James latía con fuerza contra su pecho mientras sus manos recorrían la espalda de Regulus, disfrutando de la calidez y la suavidad de su piel.

Regulus, con su cabello oscuro y sedoso desordenado por los dedos de James, apenas podía contener sus gemidos mientras las manos de James exploraban cada rincón de su cuerpo. Había algo prohibido, peligroso y emocionante en estar así, escondidos en el armario de escobas, entregados a su deseo en medio del castillo de Hogwarts.

Pero en medio de su desenfrenado romance, los dos jóvenes fueron traídos de vuelta a la realidad por una voz severa y familiar que resonó fuera del armario.

—Señor Potter —la voz de la profesora McGonagall era inconfundible, con ese tono firme que hacía que cualquier estudiante se enderezara inmediatamente—. Sé que está con una señorita ahí dentro. Por favor, salga inmediatamente.

James se congeló en el acto, sus labios todavía pegados a los de Regulus, quien abrió los ojos de golpe, completamente alarmado. Sus corazones comenzaron a latir aún más rápido, esta vez por la mezcla de miedo y vergüenza.

—Mierda —murmuró James, apartándose de Regulus con rapidez, pero no con la suficiente como para deshacerse de la evidencia delatadora del enredo de su ropa y el desorden de sus cabellos.

Regulus intentó alisar su cabello y arreglar su túnica con las manos temblorosas, pero antes de que pudiera hacer algo más, James lo empujó suavemente hacia la puerta.

—Vamos, salgamos antes de que sea peor —susurró James, tratando de calmarse a sí mismo y a Regulus.

Con una última mirada cómplice, James abrió la puerta del armario y salió primero, esperando lo peor. La expresión de la profesora McGonagall fue de desaprobación total mientras miraba fijamente a James.

—Señor Potter, me parece inaceptable que utilice los armarios de escobas para estos fines. ¿Qué clase de ejemplo cree que está dando?

James estaba a punto de abrir la boca para responder, probablemente con alguna excusa torpe, cuando Regulus, con el rostro aún sonrojado y el cabello completamente revuelto, salió detrás de él, con la mirada baja y tratando de evitar el contacto visual.

McGonagall, que estaba claramente preparada para recibir una disculpa, se quedó completamente en shock al ver a Regulus. Parpadeó varias veces, como si no pudiera procesar lo que estaba viendo.

—Señor Black… —comenzó McGonagall, pero las palabras parecían haberse atascado en su garganta.

Antes de que pudiera decir algo más, se escuchó un ruido proveniente del armario de escobas justo al lado, y de él salieron Sirius Black y Remus Lupin, ambos también un poco desaliñados, pero sin duda en mejor estado que James y Regulus.

—¿Qué demonios está pasando aquí? —dijo Sirius con una risa despreocupada, claramente sin haber notado todavía la presencia de Regulus—. James, ¿con quién estabas? No me digas que era… —Sirius se detuvo en seco al ver a Regulus parado al lado de James, con el rostro completamente rojo.

Por un instante, el pasillo quedó en silencio absoluto. McGonagall parecía estar todavía procesando la situación, mientras Remus disimulaba una sonrisa divertida, intentando no reírse en voz alta. Sirius, por otro lado, se quedó pálido como una sábana, con la mandíbula colgando mientras sus ojos iban de James a Regulus, y de vuelta a James.

—¡¿Reg?! —exclamó Sirius finalmente, su voz subiendo un par de octavas—. ¿Qué… cómo… tú…?

James intentó retroceder, consciente de que lo único que Sirius necesitaba ahora era tiempo para asimilarlo, pero ese mismo pensamiento lo hizo moverse más rápido, buscando una salida. Sin embargo, Sirius reaccionó rápidamente.

one shot (jegulus)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora