El dormitorio estaba sumido en una calma profunda. Las cortinas se balanceaban suavemente con la brisa nocturna que entraba por la ventana entreabierta, trayendo consigo el aroma de la noche veraniega. James Potter yacía en la cama, su respiración tranquila mientras el silencio lo envolvía. A su lado, Lily dormía profundamente, su rostro iluminado por la tenue luz de la luna que se colaba por la ventana. Todo parecía perfecto, un cuadro de paz y estabilidad.
Sin embargo, en su interior, James estaba atrapado en un sueño que no había tenido en mucho tiempo. La sensación era tan vívida, tan familiar, que su cuerpo reaccionó antes de que su mente pudiera procesarlo por completo. Se veía a sí mismo corriendo por los pasillos de Hogwarts, riendo, pero no estaba solo. A su lado, una figura alta y esbelta, con cabellos negros como la noche y ojos grises llenos de misterio, lo acompañaba. Regulus Black.
De repente, el sueño se volvió oscuro. La risa se desvaneció, y James sintió una presión en el pecho. El rostro de Regulus se alejaba, su mirada triste y cargada de silencios nunca dichos. James intentó alcanzarlo, pero fue inútil. Despertó de golpe, jadeando, y se sentó bruscamente en la cama.
El corazón le latía con fuerza, y por un momento, la sensación de pérdida fue tan intensa que casi le arrancó el aliento. Miró a su alrededor, tratando de recordar dónde estaba, tratando de calmarse. Su mirada cayó sobre Lily, quien seguía profundamente dormida, ajena a la tormenta que se desataba dentro de él. La observó por un momento, su cabello rojizo esparcido sobre la almohada, su respiración pausada y tranquila.
Entonces, algo en su pecho lo hizo bajar la mirada hacia su mano izquierda. El anillo de bodas brillaba débilmente en la oscuridad, reflejando la luz de la luna. El frío metal parecía arder en su piel, como si fuera un recordatorio constante de las decisiones que había tomado. De la vida que había elegido. Pasó el pulgar sobre la superficie del anillo, pero en lugar de sentir alivio, solo lo llenaba una creciente inquietud.
Con un suspiro, James dirigió su mirada hacia la ventana. Afuera, el cielo estaba despejado y una solitaria estrella brillaba con fuerza. Algo en ella lo atrajo, como si esa luz le hablara de algo que había dejado atrás hace mucho tiempo. No podía evitarlo, su mente lo arrastró de nuevo hacia aquel rostro. Regulus.
El nombre resonó en su cabeza como un eco lejano. Habían pasado años desde la última vez que había permitido que esos recuerdos salieran a la superficie, desde que había dejado que su corazón volviera a sentir lo que alguna vez había significado amar a Regulus Black. Amarlo en secreto. Amarlo sabiendo que el mundo que los rodeaba nunca les permitiría estar juntos.
Un nudo se formó en su garganta mientras observaba la estrella. Aquella estrella siempre le había recordado a Regulus, como si el mismo cielo supiera que él estaba allí, que aún, en lo más profundo de su ser, seguía pensando en él.
"Regulus..." murmuró en voz baja, como si al decir su nombre fuera a invocar su presencia. Pero la noche seguía siendo la misma. Silenciosa. Solitaria.
James cerró los ojos, apoyando la cabeza en sus manos. Sabía que no debería pensar en él. Sabía que su vida ahora era otra. Estaba casado. Tenía una familia. Pero, por alguna razón, en momentos como ese, en la quietud de la noche, cuando el mundo dormía, los recuerdos volvían con fuerza. Y, por un instante, deseaba poder retroceder en el tiempo. A esos días en que la vida era más simple, en que sus decisiones no lo habían marcado tanto.
Pero esos días habían terminado. Lo sabía. Lo había elegido.
Sin embargo, no podía negar que, cada vez que veía esa estrella, un pedazo de su corazón todavía pertenecía a Regulus Black. Y probablemente siempre lo haría.