-Confusión-

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- Pajarito

- ¿sí? - Bastián quito su vista del libro y miro a su esposo, qué estaba sentado a un lado en el mismo sofá

- iré a mi estudio a tener una video conferencia - se levantó - Si necesitas algo, entra sin tocar

Bastián asintió sin decir nada. La situación estaba tomando un rumbo qué no esperaba. En el tiempo que llevaba con alexander, nunca lo vio ausentarse de su trabajo más de un día, pero en ese instante llevaba tres días sin ir.

Se comportaba amable, servicial y hasta cariñoso; era tan extraño para Bastián. Hace un par de días le habría gustado ese cambio, pero en ese momento le parecía incomodo, porque todas esas acciones trataban de ocultar las verdaderas intenciones del alfa. La puerta seguía con seguro, misteriosamente no encontraba sus llaves y su celular dejo de encender.

Otro cambio en su conducta fue el nulo contacto físico. Cuando estaba por tocarlo, se retractaba; se estaba absteniendo. Eso le gustaba, no quería que lo volvía a tocar, pero la incertidumbre de cuanto dudaría ese cambio lo atormentaba cada que se quedaba solo.

Aunque ese no era su mayor temor. Lo que lo aterraba era que había dejado de tomar las pastillas, aquellas que le aseguraban no dejar salir sus feromonas, no entrar en celo y, sobre todo, no embarazarse. Se estaba convirtiendo en una bomba de tiempo que podría explotar en cualquier momento.

No quería pasar un celo junto a alexander, nunca lo había hecho gracias a los medicamentos y, en algún punto, lo agradeció. Cuando entraba en celo se ponía sumamente sensible y perceptivo; durante ese estado de inconsciencia su cerebro decía todo lo que consciente no se atrevía a expresar.

Se levantó del sofá y salió a la terraza. El aire frío provoco un leve temblor en su cuerpo; El Invierno estaba por entrar en la ciudad. Se recargo en el barandal de cristal y observo hacia abajo. El suelo se veía lejano y tentador; las personas parecían diminutas hormigas qué iban de un lado a otro, viviendo su vida, ajenas a quien los mira desde un trigésimo piso, sin tener idea de su deseo de saltar, de azotar contra el suelo tan fuerte que todo se ponga oscuro y su alma deje de existir.

Sonrió ante la idea. De nuevo ese cosquilleo de satisfacción subió por sus manos. El pensamiento lo seducía, lo provocaba y lo tentaba. Sentía como si algo le susurra: "hazlo", "salta", "sal de la jaula", "lo deseas". Sabía que esa era la voz qué había surgido en cuanto se mudó a ese lugar.

Se inclino levemente hacia delante, dejando que el viento gélido roce su rostro. Su cuerpo estaba sobresaliendo del barandal y sus pies en punta. Es consciente de que, si se soltaba, todo se acabaría. Tal vez, si realmente existía un dios, durante los segundos de la caída, le permitirá sentir la paz que alguna vez había sentido.

Se inclino un poco más, seducido por el deseo de sentir paz. sus manos comenzaron a doler por su agarre; sus pies están a punto de dejar de tocar el suelo. Sonrío y se hecho hacia atrás lentamente, hasta quedar en la posición inicial. Su rostro estaba húmedo, supuso que, en algún punto, había comenzado a llorar. Deseaba saltar, pero esa otra voz, su verdadero ser, el que se negaba a desaparecer, a rendirse y a aceptar ese destino, lo obliga a permanecer en ese plano terrenal, a torturarse hasta que realmente se quebrara lo suficiente como para estar de acuerdo con acabar con todo.

Suspiro limpiándose el rostro. Quería enojarse, pero el viento helado lo acariciaba como un consuelo, envolviéndolo en un manto gélido que logra tranquilizarlo.

Adora el frio y amo el invierno; era su temporada favorita. Le encantaba la brisa de los días lluviosos que, en un intento por prevalecer, se convertía en nieve. Sentía un especial amor por el invierno porque sus días favoritos ocurrían en esa temporada. Pero todo ese amor se acabó cuando el viento helado trajo consigo a Alexander. Y con el alfa llegaron malos momentos que opacaron sus buenos recuerdos, enterrándolos uno a uno, hasta que no quedo ninguno.

Entre ruinas y sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora