Sabía que estaba soñando, no le costaba reconocerlo porque lo último que vio antes de quedarse dormido fue el rostro de Matthew.
Estaba en el penthouse. La luz del día estaba a escasos minutos de desaparecer para dar paso a la obscuridad de la noche. No había ningún ruido, solo el tenue sonido del viento qué entraba por la terraza.
Temeroso, camino por el lugar, aunque era consciente de que era un sueño, su miedo era real. Llegó hasta el pasillo en donde vio la luz encendida de su habitación; salía por un pequeño espacio entre el marco y la puerta. A paso lento, se acercó, tomó el pomo de la puerta y lo empujó para abrirla. La habitación estaba hecha un desastre, las sábanas estaban en el suelo, su mesa de noche estaba rota en una esquina, su almohada estaba a los pies de la puerta del baño, y el libro que estuvo leyendo estaba deshojado, cubriendo parte del suelo.
Cuidó su caminar para no pisar nada y se paró frente a la puerta del closet, en donde se encontraba Alexander en el suelo, rodeado con su ropa, casi como si se tratase de un nido. Se acercó para intentar ver su rostro y notó lo que sostenía entre sus manos, era la nota que había dejado junto a su collar anti-mordidas.
La culpa lo abrazo tan intensamente qué quiso llorar, abrazarlo y consolarlo. Pero al ver su cara se arrepintió, porque no lucía triste ni desolado; se veía furioso, colérico, iracundo. Sus cejas formaban una perfecta V, sus ojos parecían en llamas, sus fosas nasales se abrían y cerraban con brusquedad, y sus labios estaban en una línea totalmente recta.
Se dejo caer en el suelo a una distancia prudente; sus piernas se habían quedado sin fuerza por dos grandes razones. La primera, la estúpida e inaceptable culpa que sintió. Quiso gritar, golpearse a sí mismo por tal estupidez. Le parecía irreal que, después de todo lo que le hizo su esposo, el hombre que lo había comprado, encerrado, suprimido, humillado, sometido y abusado, él sintiera culpa por dejarlo, por liberarse de ese infierno que cada día lo orillaba a acabar con su existencia para poder sentir un mínimo de libertad, por dejar atrás los abusos sin sentido, por querer dejar de ser un remplazo, por desear un poco de felicidad. No comprendía que tipo de extraño síndrome psiquiátrico estaba padeciendo para sentir tristeza y culpa por su verdugo.
La segunda razón, si bien no era la mejor, lo hacía sentir menos loco, tenía miedo. Miedo de ser encontrado, de ser visto por esos ojos qué denotan furia, de ser preso de las manos que, en múltiples ocasiones, lo habían sometido hasta dejarlo inconsciente, de ser envuelto por las feromonas picantes y rasposas que se encargan de asfixiarlo, de escuchar sus palabras, aquellas que se clavaron en el como dagas afiladas.
Casi gritó cuando el Alexander de sus sueños dirigió su mirada hacia él. Dudo por un momento de que realmente su mirada era hacia él, pero verlo lanzar la nota y el collar hacia un lado, no dudo en levantarse para salir corriendo. Su intento por escapar fue en vano cuando un mano sostuvo uno de sus tobillos y lo hizo caer al suelo, haciendo resonar un estruendo por el impacto. Alexander se puso sobre él. Le estaba gritando, pero no podía escucharlo. Sintió unas manos rodear su cuello; la presión de ellas se intensificó a tal punto que el oxígeno en sus pulmones era cada vez menor. En un intento por liberarse, golpeó los brazos de su esposo, pero él no parecía inmutarse. Aumento la fuerza de su agarre mientras se acercaba a su rostro con una expresión de satisfacción. Cuando las lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas, cuando el oxígeno era nulo, cuando el dolor era abrazador, que lo escucho pronunciar una simple pero tormentosa frase; "Eres mío".
Despertó de golpe, respirando con dificultad, mareado, con la vista borrosa por las lágrimas, su pulso acelerado, sudando a montones y temblando como si estuviera en el exterior sin ropa.
- Bastián - era la voz de Matthew, la escuchaba lejana
- Tengo que volver. Alexander va a encontrarme, va a estar furioso. Tengo que volver - repetía una y otra vez, como un mantra, con voz temblorosa
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Entre ruinas y sueños
RomanceEn un mundo donde la jerarquía social está definida por ser alfa, beta, omega u omega dominante, Bastián, un joven omega de 20 años, es obligado por sus padres a casarse con un alfa 21 años mayor que él. Este alfa ha manipulado y usado su poder para...